CARTAS FILTRADAS
Abelardo Ahumada
LOS MUY REVUELTOS PAPELES DE DON EVARISTO. –
La historia no le ha hecho justicia a don Juan Evaristo Hernández y Dávalos, aun cuando este meticuloso señor fue uno de los más notables, laboriosos y entusiastas buscadores y coleccionistas de cuanto documento pudo hallar sobre lo que ocurrió antes, durante y después del famoso Grito de Dolores.
Sus pocos datos biográficos nos dicen que “nació en una familia acomodada” (y extremadamente católica) de Aguascalientes, el 6 de agosto de 1827, y que sus verdaderos nombres y apellidos fueron los de José Justo Pastor Ruiz de Esparza y Dávalos, a los que decidió (o tuvo que) cambiar cuando se convirtió en un furibundo liberal y fue perseguido por serlo.
Antes de todo eso, sin embargo, asistió a una escuelita confesional de su ciudad, y tuvo también, siendo niño, la oportunidad de escuchar no pocas charlas en las que sus mayores hacían memoria o referencia de los entonces todavía recientes hechos relacionados con las luchas por la Independencia, y pudo, aparte, asistir a clases en el Seminario Conciliar de Durango, en donde adquirió el hábito de la lectura.
No quiso concluir la carrera sacerdotal, abandonó Durango y empezó a cursar la carrera de derecho en el Colegio de Zacatecas, pero tampoco la terminó porque decidió salirse para participar activamente en la Guerra de Reforma, viéndose forzado después a pelear también durante la Intervención Francesa.
No sabemos muchas más cosas de él, pero por lo que hizo después se supone que, una vez reestablecida la paz, se enamoró, por decirlo así, de las historias que había escuchado de niño, puesto que, habiéndose convertido primero en empleado de la Secretaría de Hacienda, y luego de la Administración General de Correos, dedicó muchos años de su vida a recorrer diversos “archivos públicos y privados” en varias entidades de la república para buscar, transcribir y eventualmente comprar, con sus propios recursos, primero “ documentos históricos relativos al estado de Jalisco y después acerca de la Independencia”.
Esos mismos biógrafos dicen que logró recopilar más de nueve mil documentos que habrían cabido en 18 gruesos tomos, pero que sólo pudo publicar los seis primeros, entre 1877 y 1882, gracias a que en aquella época él mismo trabajaba en la biblioteca o archivo de la Oficina Central de Correos, donde asimismo editaba un periodiquito que se titulaba “El Sistema Postal”.
Fue miembro titular de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística. Participó en ella como secretario y editó, durante varios años y hasta su muerte el famoso “Boletín” que dicha sociedad publicaba.
En ese mismo contexto editó la “Historia de la conquista de Nueva Galicia” de su colega jalisciense Matías de la Mota Padilla, y algunos otros libros más. Pero cuando llegó a la edad madura, estando muy escaso de recursos y no contando con el apoyo del gobierno porfirista para la publicación de los demás tomos, su familia y él padecieron grandes penurias.
Miles de pesos había él gastado para adquirir toda esa serie de documentos tan importantes para entender la historia de México, pero se negó a venderlos para salir de apuros, y falleció así el 27 de enero de 1893.
Años después, sin embargo, su esposa se vio precisada a sacar todos esos documentos a la venta, y desde 1943 forman parte del “Fondo Hernández y Dávalos”, de la gran biblioteca de la Universidad de Austin, Texas.
Yo tengo, sin embargo, como herencia indirecta que recibí de mi gran maestro y amigo, el presbítero Florentino Vázquez Lara Centeno, los tomos que don Juan Evaristo logró publicar. Son seis gruesos volúmenes trabajados en letra pequeñita (parece Calibri 10) y cada uno de ellos cuenta con más de 900 páginas. Así que son cientos de documentos que, como dije, van de 1808 a 1821.
El único y gran problema que todos esos documentos tienen, es que, si bien don Juan tuvo especial interés en ponerse a buscarlos y coleccionarlos, no tuvo, sin embargo, ni el tiempo ni los modos para ponerlos en orden, dando como resultado que se hallen sumamente revueltos y no tengan siquiera un orden cronológico.
Pero poniendo de lado todo eso, y valorando, por otra parte, el muy arduo, extenuante y oneroso trabajo que don Juan Evaristo debió realizar para reunir tan abundante mina de documentos, quiero decir que su revisión me ha resultado apasionante, puesto que en dichos volúmenes no nos quiso él mostrar su propia visión de la Guerra de Independencia, sino darle a sus posibles lectores, la oportunidad de irse enterando de todos aquellos hechos tal y como se fueron dando en las diferentes partes del país, a partir de los documentos redactados, publicados y difundidos en los mismos días que todo ello estaba ocurriendo.
LA GACETA DE MÉXICO Y LAS CIRCULARES QUE DESPARRAMARON LAS NOTICIAS. –
Gracias a ésa y otras colecciones que ya he mencionado aquí, hoy puedo afirmar (ya con mucha más seguridad) que la historia de la Guerra de Independencia que nos empezaron a contar nuestros profesores de primaria, y nos han seguido contando todos los historiadores pagados por la Secretaría de Educación Pública desde 1921 para acá, no es que sea falsa tal cual, sino que revela una intención sesgada en la que no fueron tomados en cuenta ni los testimonios ni las opiniones de quienes estuvieron viendo las cosas, o realizando sus trabajos, desde el bando opuesto a “los héroes que nos dieron patria”, y muchas veces ni de los que, habiendo peleado junto con ellos, cometieron, por decirlo así, el delito de no morirse en la guerra y de sobrevivir a ella.
Siendo éste el motivo me he detenido tanto para tratar de exponer lo que ocurrió en nuestro país (y especialmente en nuestra región) durante 1808 y 1809.
En aquel tiempo existía en la Nueva España una publicación equivalente a lo que más tarde fue “El Periódico Oficial”. Se llamaba “La Gazeta de México” (sic) y su responsable y primer redactor se llamaba Juan López Cancelada, natural de “Cancela de Aguiar”, una diminuta población española de “la provincia del Bierzo, reino de León”, habiendo nacido en 1765.
Según su propio testimonio, “cuando el Barón de Humbolt […] llegó a la Nueva España (1803) ya llevaba yo 14 años de haber recorrido la mayor parte de las provincias, por el dilatado espacio de más de 700 leguas tierra adentro. Había vivido de asiento (re-sic) en algunas poblaciones grandes de gente ilustrada”, y sabía, pues, cómo era el país y cómo pensaba su gente. Todo ello aparte de que, cuando comenzaron a llegar las noticias que hablaban de la Invasión Napoleónica a España él fue uno de los primeros en enterarse de todo, y el primero que tuvo la obligación de reseñar y difundir tales hechos.
Siendo quien, cuando ya estaba desterrado en España por haber hablado de más en México, publicó un amplio testimonial que tituló “La verdad sabida y [de] buena fe guardada”, en donde expone una muy cuidadosa reseña de cuanto vio que ocurrió a partir de que “el 8 de julio llegaron a Nueva España las noticias de lo ocurrido en Aranjuez los días 18 y 19 de marzo” hasta el momento en que el recién desaforado virrey Iturrigaray y su familia ya estaban esperando en Veracruz el barco que los habría de llevar de regreso a Sevilla, en donde habría aquél de rendir cuentas sobre los desacatos que hizo a la Junta Suprema establecida en esa ciudad, y que conducía en aquel momento los esfuerzos de los españoles para confrontar a los invasores franceses.
En ese documento, López Cancelada afirma, por ejemplo, que “el primero que extendió las máximas de la independencia” no fue ni fray Melchor de Talamantes, ni el licenciado Verdad, ni don Miguel Hidalgo, sino el dicho Virrey Iturrigaray, quien, dolido tal vez por la caída de su gran amigo Manuel Godoy (mano derecha del rey Carlos IV), dio muestras inmediatas de estar en desacuerdo con la asunción al trono de Fernando VII y, cuando posteriormente se supo que éste había sido aprehendido por Napoleón, alentó la idea de que “al faltar el Soberano, había recaído la soberanía en el pueblo”, y que, por consecuencia, “la nobilísima Ciudad [de México] lo representaba”. Por lo que a partir de entonces “debían de quedar abolidas todas las autoridades, hasta no recibir nueva investidura del Cabildo”.
Y fue ese mismo redactor quien agrega que, cuando llegaron a México las copias de los números “46, 47 y 48 de la Gazeta de Madrid”, en los que se dio amplia noticia de “las Abdicaciones de Bayona”, el virrey le hizo más que duplicar el tiraje ordinario de la correspondiente “Gazeta de México” con el propósito de “sobrecartarlos a todos los pueblos de México”.
Colateralmente, sin detenernos por lo pronto a revisar otros detalles sobre lo que para él fue el “Origen de la espantosa revolución de Nueva España comenzada en 15 de septiembre de 1810”, hay otros documentos que nos indican que, en julio de 1808, el Ayuntamiento de la Ciudad de México empezó a emitir y enviar algunas “Circulares” a sus iguales del resto de la Nueva España, como una del día 28, en la que expresamente se manifestaba que “se tomó la resolución de conservar esos dominios para el Rey y sus sucesores”, y que “para sancionarla” sólo faltaba la realización “de una junta general que se va a celebrar en México”, por lo que dicha circular debería servir para “convocar [a los representantes] de todos los lugares de México situados a largas distancias”.
A dicha circular se sumó otra, dirigida “a todos los ayuntamientos”, fechada el 1 de septiembre siguiente, y que a la letra dice: “Conviniendo que en las actuales circunstancias haya en esta capital un apoderado que represente los derechos y acciones” de cada ayuntamiento “prevengo a Vuestra Señoría (se refería a cada uno de los alcaldes) que sin pérdida de tiempo dirija […] el sujeto que por sí elija, [para que] pueda emprender su venida a la más posible brevedad”.
Dicha convocatoria alertó a los españoles que formaban parte de la Regencia, porque sabían que la mayor parte de todos los demás ayuntamientos estaban conformados por criollos, con excepción de las llamadas “repúblicas de indios”, y por supuesto que se opuso a la realización de dicha asamblea, exponiendo como argumento el Artículo 45 de la Ley de Indias emitida por un antiguo rey, quien muy de conformidad con su época, había dicho: “Es nuestra voluntad que los virreyes sólo provean y determinen en las materias de gobierno de su jurisdicción; pero será bien que siempre comuniquen con el Acuerdo de los Oidores de la Audiencia donde presiden”.
Al presenciar estos acontecimientos, otro de los testigos presenciales de la época dice que “se dividieron los dictámenes en dos facciones: [Por un lado] Iturrigaray, dos o tres Oidores, el Ayuntamiento de México, y la mayor parte de los pueblos del Reyno, eran del parecer de reunir la representación [provisional del Gobierno Supremo] por medio de Diputaciones”, y por otro “los demás Vocales de la Audiencia, que con este hecho iban a perder la suprema autoridad que habían tenido hasta aquí, pues [si resultaba favorable la convocatoria emitida] podría oponérseles otro Gobierno más Superior, quedando ella en clase de segunda orden”.
No obstante esto último, ya se sabe que los Oidores que se oponían a la Junta concurrieron con el Arzobispo Lizana y con los más fuertes comerciantes de la capital de la Nueva España, para pedir su anuencia y buscar el modo anular al virrey antes de que las cosas siguieran adelante, y que, quien encabezó la toma del Palacio Virreinal fue don Gabriel Joaquín del Yermo y de la Bárcena, al frente de los 300 individuos que sólo unos pocos días atrás habían conformado un batallón que, como el de Guadalajara, también se llamó “Voluntarios de Fernando VII”. Felonía que habría de salirles muy cara y revertirse después en su contra.
OTRA VEZ EL TRAJÍN DE LOS ARRIEROS. –
Viendo los hechos de conformidad con lo que acabo de citar, y viendo lo que sucedió inmediatamente después de la captura y defenestración del virrey Iturrigaray, no hay motivo que nos impida creer que muchos de los ayuntamientos de las intendencias de Guanajuato, Valladolid y Guadalajara formaban parte de esa mayoría que pensaba que sería bueno “reunir la representación [provisional del Gobierno Supremo] por medio de Diputaciones”.
Carezco, sin embargo, de pruebas documentales que me permita sustentar esta idea en cuanto a Colima concierne, pero estoy convencido de que no debemos pasar por alto el hecho de que las tres vías más transitadas para llevar los pasajes, las cargas y las noticias entre Guadalajara y México, entre Colima y México, y entre Guadalajara y Colima, seguían siendo los tres más conocidos tramos de dichos Caminos Reales. Así que tampoco tenemos impedimento para deducir que hayan vuelto a ser algunos de ellos quienes distribuyeron aquellas circulares y fueron desparramando las noticias que hemos revisado aquí en todos los pueblos y rancherías situadas a lo largo de los caminos por los que diaria o frecuentemente trajinaban. Contribuyendo de esa manera a que mucha de aquella gente fuera, poco a poco, encariñándose con la idea de la independencia.
Continuará.
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