Abelardo Ahumada
“DEVOLUCIÓN DE LOS TERRENOS DE EL CHAMIZAL”. –
Ya les había dicho que mi mamá nos envió desde Mexicali un telegrama a Colima, diciendo que el día último de octubre de 1967 terminaría la suplencia de tres meses que como enfermera le dieron en el hospital del IMSS, y que el primero de noviembre se iría por Calexico hasta El Paso y Ciudad Juárez.
Esa noticia nos llevó a Hernán y a mí a cortarnos el pelo para llegar presentables a Juárez. La peluquería estaba en el Portal Medellín y al otro lado de ella había una famosa tienda de artículos deportivos, que se llamaba “MAP Deportes”, donde también se vendían libros, periódicos y revistas.
Al salir de la peluquería y pasar por donde estaban los periódicos nacionales, en uno de ellos había un gran titular que decía: “Estados Unidos devuelve a México los terrenos de El Chamizal”. Refiriendo la nota que uno o dos días antes, los presidentes Lyndon B, Johnson y Gustavo Díaz Ordaz se habían reunido en algún punto entre Ciudad Juárez y El Paso, para realizar la devolución de un terreno de casi 200 hectáreas, del que las autoridades texanas de habían apropiado desde 1863, a raíz de que, debido a una extraordinaria creciente ocurrida ese año, el Río Bravo se había salido de cauce, y había abierto otro nuevo en las tierras que por entonces pertenecían a la Villa del Paso del Norte, después Ciudad Juárez.
Esa noticia por supuesto que me impactó, dado que mi hermano y yo estábamos disponiéndonos a viajar a esa ciudad fronteriza. En donde, curiosa y coincidentemente, casi una semana después, nuestro padre habría de tocar ese tema:
El hecho fue que, cuando ya tuvimos oportunidad de platicar un rato con él, entre las muchas cosas que nos comentó, nos dijo que, durante la última decena de octubre, le tocó ser uno de los celadores que fueron asignados a la garita, todavía sin inaugurar, que indistintamente se conocería después, como “La Garita del Puente Libre”, o “La Garita del Puente Internacional de Córdoba”. Sitio en el que, justo el día 28 de octubre le tocó estar de guardia, en el momento en que los dos presidentes que acabo de mencionar se reunieron en la mitad del puente, tanto para finiquitar el centenario litigio por el mencionado predio, como para inaugurar dicho puente y otros dos más, junto con el tramo recientemente canalizado a base de planchas de concreto, del que sería el nuevo y definitivo cauce del Río Bravo.
Y casi sobra decir que mi padre estaba feliz de haber sido circunstancial testigo de tan histórico acontecimiento.
“LAS SEGUNDAS” Y EL PANTEÓN DE LA CHAVEÑA. –
El día siguiente era domingo y yo tenía ganas de continuar la exploración de la ciudad, pero mi madre nos exigió que fuéramos primero a escuchar una misa, y nos fuimos al templo parroquial de Cristo Rey, para escuchar “la misa de 10” con un padre que se apellidaba Machado, muy activo él, que tres o cuatro años más tarde organizaría “El Coro de Cristo Rey”, integrado por niños y adolescentes del barrio, y dirigido por un excelente maestro de música y canto, cuyos nombre y apellido lamentablemente no recuerdo. Aunque el coro llegó a ser muy famoso y durante unos meses de 1970 o 1971 yo también estuve en él.
Durante la víspera nos habíamos ido hasta la línea fronteriza, ahora nos iríamos hacia el sur. Así que, saliendo del templo, nos encaminamos hacia la avenida 5 de Febrero, por donde continuamos hasta topar con la entrada de un antiguo, terroso y extenso cementerio en el que tampoco me tocó ver muchas flores y coronas pese a que sólo había una semana del mencionado Día de Muertos. Cementerio del que ese mismo día supe que se llamaba “El Panteón Municipal Chaveña”, y del que con el tiempo me pude enterar que sus primeras tumbas datan de finales del siglo XIX.
En ese tiempo el cementerio estaba en la orilla sur de la todavía entonces pequeña ciudad, y algunos historiadores dicen que recibió en su seno varias decenas de cadáveres de soldados federales y de guerrilleros maderistas que a los que les tocó la mala suerte de morir durante “la toma de Ciudad Juárez”, en mayo de 1911.
Pero a la izquierda de la entrada del viejo cementerio, hubo algo más, totalmente distinto, que nos llenó de curiosidad: era un largo conjunto de puestos mal hechos y de feo aspecto, construidos sobre un callejón de pura tierra, en donde fabricaban llaves y cerrojos de todos los estilos, y en donde vendían montones de herramientas usadas, junto con lujos y refacciones de carros y camiones, llantas y rines; máquinas para soldar; elementos de fontanería, partes de bicicletas y miles de otros inimaginables enseres de segundo o tercer uso. Utensilios y herramientas de los que se podría suponer que algunos serían robados.
Les había dicho que ésa fue una mañana de domingo, y “el Mercado de los Cerrajeros”, que tal era su nombre, estaba muy concurrido, y junto a él, para el lado oriente, en las calles paralelas y convergentes de la barda del panteón, había un gran número de casas con locales adaptados en los que asimismo vendían radios, televisores, estufas, cilindros para gas, ventiladores, refrigeradores, lámparas, juguetes, ropa, muebles, bicicletas y muchos otros enseres inimaginables usados también, pero traídos al parecer de diferentes partes de “la Unión Americana”. Y a todo ese conjunto de manzanas ubicadas al suroriente de la Colonia Chaveña le decían, y parece que les siguen diciendo: “Las segundas”. Un sitio que muy bien podía sacar de apuros a quien tuviera necesidad de comprar algo en buenas condiciones, pero a muy bajo costo.
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