Abelardo Ahumada
UNA DUDA MOTIVADORA. –
Desde la perspectiva de un aprendiz de escritor aficionado a la historia tengo sin embargo la impresión de que, respecto a la Guerra de Independencia la historiografía oficial ha soslayado en buena medida tres aspectos fundamentales: el primero sería el hecho de que, aun cuando hoy nos resulte muy difícil de creer, el movimiento armado no inició en México sino en la propia España; el segundo, que las noticias del levantamiento de Dolores ni siquiera llegaron a todos los pueblos del virreinato (o llegaron muchos meses después) y, por más que parezca una “herejía civil”, el tercero sería asimismo el hecho de que así como los insurgentes tuvieron una motivación patriótica para pelear, los realistas tenían también la suya, tan fuerte y sentida como la de sus contrarios. Todo eso sin mencionar aún que la mayor parte de la lucha armada se concentró en el Occidente de lo que hoy es México, y que hubo una cantidad de sitios donde nadie se levantó en armas y en donde sólo se enteraron de la guerra cuando ya habían pasado algunos años de su ocurrencia. Ya que en la enormidad de poco más de cuatro millones de kilómetros cuadrados que medía entonces el territorio de la Nueva España, había lugares que estaban totalmente incomunicados de la capital y donde sus muy escasos pobladores se movían con su propia inercia, y sobrevivían al margen de la vigilancia de las autoridades virreinales.
Cuando hará unos treinta y cinco años comencé a leer a los historiadores locales, noté que sólo hablaban de la Guerra de la Independencia lo que muy básicamente se nos había enseñado en la escuela, y cuando hablaban de Colima y sus alrededores coincidían en repetir los nombres de unos pocos insurgentes y de otros pocos realistas que combatieron en nuestra región, así como las fechas y los lugares en que se llevaron a cabo unas cuantas batallas. Pero sin ampliar la información ni mencionar las fuentes en que se basaban para afirmar eso poco que se decía.
“Para completar el cuadro”, el Dr. Miguel Galindo Velasco, al redactar en 1923 las “Advertencias Preliminares” al primer tomo de sus “Apuntes para la historia de Colima” y hablar de la época prehispánica, escribió: “Los movimientos étnicos han llegado a estos lugares como oleajes que mueven apenas el líquido de una tranquila bahía”. Y utilizando la misma idea para otros asuntos más recientes, agregó: “Otro tanto ha sucedido con los movimientos políticos que se sucedieron después, y que han necesitado de gente extraña para producirse, y aun así, no han sido otra cosa que el eco de las estruendosas catástrofes verificadas en la Mesa Central”.
Párrafo con el que dio a notar a sus lectores que ni la guerra de Independencia, ni la de Reforma, ni la Revolución (en la que a él sí le tocó participar) tuvieron un gran impacto en Colima. Pero ¿era cierto lo que Galindo afirmó?
La duda quedó sembrada en mi cabeza, pero por otras lecturas empecé a convencerme de que la Guerra de Independencia no podría haber dejado indiferentes a los colimotes de 1810, ya que tanto ellos como sus ancestros (que vivieron durante la época virreinal) tenían o habían tenido una muy fuerte interrelación con la gente, los comerciantes, el gobierno y el clero de Valladolid y Guadalajara.
Así llegó el año en 2007, y estando ya como quien dice en las vísperas de la conmemoración del Bicentenario del Inicio de la Independencia, y plenamente convencido de que “también aquí había pasado algo”, me pregunté por qué no se sabía casi nada de lo que pudieron hacer nuestros antiguos paisanos entre 1810 y 1821.
Al plantearme esa pregunta mi mente se movía como un bimbalete, pues si en algunos momentos imperaba la duda negativa en ella, luego le hacía contrapeso la intuición positiva, y estando en esa ambivalencia, en ese preciso año (2007) decidí escudriñar todo lo que sobre ese tema se hubiese escrito en Colima.
LA BÚSQUEDA INICIAL. –
Las primeras indagaciones no me llevaron mucho más allá de lo que señalé en el segundo párrafo de este escrito, pero hubo un dato que me puso en una nueva pista y que aportó el padre Florentino Vázquez Lara Centeno: el de que la antigua Alcaldía Mayor de Colima desapareció por orden del rey Carlos III de España en 1789 y se fue a quedar como una simple Subdelegación de la recién criada Intendencia de Michoacán.
En ese mismo contexto, pero aportando otros datos, el profesor Felipe Sevilla del Río (y luego varios otros historiadores más) ubicaron en febrero de 1792 el arribo del famosísimo ex rector del Colegio de San Nicolás a la parroquia más antigua de Colima (área en donde coincidentemente estaban otros antiguos compañeros, amigos y alumnos suyos), así que, si el padre Miguel Hidalgo y Costilla había tenido como su primera parroquia la de Colima, simple y sencillamente no podía ser posible que al menos algunos de aquellos clérigos no se hubiesen manifestado a favor o en contra del movimiento que él inició, aunque si no fue gran cosa lo que de eso quedó aquí registrado, supuse que lo que hubiera podido ocurrir aquí, o se perdió, o quedó documentado en los archivos de Valladolid (hoy Morelia). Pero al leer más tarde otro escrito del padre Florentino, supe que la antigua Provincia de Colima sólo formó cinco años parte de la Intendencia de Michoacán, y luego (en agosto de 1795) pasó a serlo de la de Nueva Galicia (o Guadalajara), por lo que llegué a la conclusión de que, si había algunos documentos relacionados con la posible participación de gente de Colima en el movimiento independentista, tendrían que estar, más que en Valladolid en “La Perla Tapatía”. Y así fue como me dediqué a buscar algunos indicios esos nuevos rumbos.
Como resultado inicial de todas esas indagaciones en 2009 entregué a la Secretaría de Cultura del Estado de Colima, un texto al que titulé “La participación de Colima en las Luchas por la Independencia”, dividido en una Introducción, seis capítulos y un “Epílogo Inesperado”, lleno de múltiples referencias y con una copiosa bibliografía de soporte.
Supongo que el libro pasó la prueba de la revisión del Consejo Editorial de la Secretaría de Cultura sin dificultad, porque luego de darme a revisar y corregir dos o tres pruebas, se terminó de imprimir en julio de 2010, muy a tiempo para que fuera presentado en los días en que se conmemoraría localmente el Bicentenario del Inicio de la Guerra de Independencia. Y de hecho así fue, porque lo presentamos el 14 de septiembre de ese mismo año en el Patio Central de la Casa de la Cultura de Colima.
MÁS INDICIOS REVELADORES. –
Ya dije que no tengo preparación académica como historiador y he comentado antes que mis lecturas, por lo mismo, carecen de orden y sistematización; pero aun cuando le puse el punto final al libro, las muchas dudas que me quedaron impidieron que diera por cerrado el tema y, como, por otra parte, el último día de diciembre del año del Bicentenario me jubilé como profesor en la SEP, ya pude disponer de un poco más de tiempo para buscar el modo de disiparlas. Y comencé una segunda etapa de búsqueda, con base, primero, a un libro del que me dio noticia mi hoy ya desaparecido amigo y compañero cronista de Villa de Álvarez, Col., Profr. Salvador Olvera Cruz: “La Independencia en la Región de Autlán y Costa de Jalisco”, de Carlos Martín Boyzo Nolasco, Cronista Municipal de Autlán y secretario de la Asociación de Cronistas del Estado de Jalisco, publicado en 2008, que me brindó una gran cantidad de datos, si no nuevos, sí bastante desconocidos, pero que complementaban los que utilicé para la redacción de mi propio libro.
Colateralmente, en el mismo 2010, la entonces Senadora Martha Leticia Sosa Govea (originaria de Manzanillo, Col.) nos transmitió a varios compañeros una invitación para asistir a la Ciudad de México a una serie de conferencias que muy reconocidos estudiosos habrían de dar sobre los acontecimientos de la Guerra de Independencia en diferentes partes de nuestro país. Charlas entre las cuales hubo una que me interesó y me tocó asistir: se trataba de los acontecimientos que ocurrieron en el ámbito del frecuentemente llamado “Reino de Nueva Galicia” (luego Intendencia de Guadalajara) entre 1808 y 1821. Que mucho tuvieron que ver con lo que también ocurrió en los antiguos ayuntamientos de la antigua Provincia de Colima, que dicha época formaban parte de aquella estructura virreinal.
Esa charla la ofreció el Dr. Jaime Olveda, un excelente investigador al que no tenía el gusto de conocer, pero del que ya había leído algunos de sus trabajos.
Al final de su conferencia me presenté con él, lo felicité por la amenidad con la que dio su conferencia y le obsequié un ejemplar de mi libro, y él, en correspondencia me regaló otro de su autoría titulado: “Documentos sobre la insurgencia, [en la] Diócesis de Guadalajara”, impreso en esa misma ciudad en noviembre de 2009. Libro que comencé a leer desde que estaba en la Central del Norte de la capital del país, esperando el autobús que me habría de traer a mi tierra, y que al igual que el anterior citado me brindó nuevas luces, datos complementarios y pistas a seguir.
Por si fuera poco, en aquellos días vino a mi casa José Manuel Mariscal Olivares, Cronista Municipal de Ixtlahuacán, Colima, para pedirme que le ayudara a presentar en su pueblo el libro “Ixtlahuacán en el Bicentenario de la Independencia de México, 1810-2010”. Y de inmediato le dije que sí.
En uno de sus primeros capítulos Mariscal explicó que fue “el licenciado Florentino Vázquez Lara Centeno” (fallecido el 4 de diciembre de 2006), quien a través de un texto de su autoría publicado en la Revista ‘Histórica’ No. 5 (órgano oficial de la Sociedad Colimense de Estudios Históricos), correspondiente a los meses de octubre-diciembre de 1996”, lo puso sobre la pista de otra serie de documentos que él mismo finalmente localizó en el Archivo de la Arquidiócesis de Guadalajara.
Como resultado de la emocionada revisión que hice al nuevo material contenido en esas tres obras, me sucedieron tres cosas también: la primera fue que, hablando en términos nacionales, caí en la cuenta de que una gran parte de lo que nos habían contado los historiadores oficiales o no tenía razón de ser, o era muy parcial y a veces tendencioso. La segunda, que, hablando en términos regionales, no sólo se confirmaba la existencia de algunos insurgentes colimotes y neogallegos (hoy se diría jaliscienses), sino que hubo otros más de los que había sido poco, por no decir nada, lo que se había escrito, pese al importante papel que desempeñaron en esa gesta. Y la tercera fue algo así como una revelación, consistente en el “descubrimiento” de que, así como hubo muchos insurgentes a los que todavía hoy se les llama patriotas, también hubo muchos realistas que desde su perspectiva actuaron con patriotismo y que, tan convencidos estaban de ello, que arriesgaron sus vidas para irse a pelear contra los primeros en diferentes espacios de los actuales estados de Colima, Jalisco y Michoacán.
NO NOS TOCA JUZGAR. –
Este último detalle me hizo reflexionar en que la historia de “buenos y malos”, “leales y desleales”, “patriotas y traidores” que se nos ha contado, no es suficiente para entender lo que en realidad sucedió, y que, por lo mismo, a nosotros no nos toca juzgar sino ver (y analizar) los acontecimientos con una mirada neutral, aún a sabiendas de que al actuar de esa manera tampoco habremos de tomar partido, sino referir únicamente lo que unos y otros hicieron.
¿Están ustedes, lectores, dispuestos a reenfocar la Guerra de Independencia con esta perspectiva diferente?
En cuanto a mí corresponde no voy a inclinar la balanza hacia ninguna de las dos “facciones”, y trataré, en la medida de que me sea posible, de referir una historia que, sin ser lineal, nos ponga, sin embargo, en el conocimiento de datos que hasta hoy nos han sido tal vez malintencionadamente ocultados o referidos. Como sería el hecho de que desde el 30 de abril de 1808 el Obispo de Guadalajara, Juan Ruiz de Cabañas estuviera arengando a los clérigos y a los fieles de su diócesis a defender a “la Religión, al Rey y a la Patria”.
Continuará.
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