Inurgencia y contrainsurgencia Capítulo 3

“Caminos de Guanajuato 2”

Abelardo Ahumada

Estando ya, pues, instalado laboralmente en León, y sabiendo además que cuando el padre Hidalgo se retiró de la antigua parroquia de Colima (mi tierra) fue porque el obispo de Michoacán lo envió a la parroquia de San Felipe Torres Mochas, de la Intendencia de Guanajuato, decidí conocer ese lugar y, un domingo de tantos abordé un traqueteado autobús en la ciudad zapatera y me dirigí hacia allá, quedando muy sorprendido por la belleza del recorrido.

No es una ciudad muy grande, pero contiene muchos espacios indudablemente atractivos, entre los que destaca su antiguo templo parroquial, el que sin embargo ya no tiene sus “Torres Mochas”, porque hace ya varias décadas se las terminaron de construir.

Muy cerca de ese recinto eclesial (pero convertida en un pequeño museo), está la casa en donde vivió aquel famoso señor cura, al que un mal día de 1800, algunos vecinos que no entendían su modo de ser, o estaban decepcionados de su comportamiento como sacerdote, acusaron por hereje y disoluto ante el Tribunal del Santo Oficio. Una casa grande, con un bonito patio interior a la que según aquellas personas el señor cura Hidalgo la había convertido en una “Francia Chiquita”, porque tradujo a Moliere y puso en escena algunas de sus obras. 

Según lo que comentaron algunos de los testigos que en dicho juicio Hidalgo tuvo en contra, en esa casa “se bailaba y se puteaba”, pero según los que tuvo a favor, sólo se realizaban tertulias literarias y musicales, obras de teatro y fiestas por el estilo. Pero que, como sea causaban escándalo entre los compañeros del cura que tuvieron criterios menos abiertos.

Al último, sin embargo, el Tribunal del Santo Oficio exoneró al clérigo acusado y le restituyó todos sus derechos sacerdotales. Siendo cambiado posteriormente al curato de Dolores. Mismo a donde, estimulado por el conocimiento que yo iba adquiriendo respecto de esos hechos, en otra ocasión me trasladé hasta allá; donde asimismo conocí la casa cural y la parroquia y alguno de los talleres de cerámica de Talavera que dicen que llegó a fundar. Y, muy en otro contexto, no desaproveché la oportunidad para ir a conocer también la casa en que nació y la cantina que más visitaba mi muy admirado compositor y cantante, don José Alfredo Jiménez, oriundo de aquel lugar.


La casa en que vivió Hidalgo en San Felipe torres Mochas hoy es un pequeño museo que obviamente hace alusión al tiempo que él vivió allí.

DESDE LA CUNA A LA TUMBA. –

Ignoro si lo que escribiré ahorita será un exceso de mi imaginación, o un vislumbre ya de locura, pero hay una parte de mi corazón (y algún rinconcito de mi cerebro) que parecen presentir o entender que hay, o debe de haber, alguna relación misteriosa entre el tantas veces mencionado padre Hidalgo y este redactor, porque no conforme con haber visitado y conocido los sitios que ya mencioné, no he dejado de seguir sus pasos yendo a varias de las partes donde él también estuvo. Y así fue como en otra ocasión, acompañado ya de mi esposa, me fui a meter al templo de Atotonilco en donde recogió el Estandarte Guadalupano; estuve asimismo en la casa que habitó Allende y él visitó varias veces en en San Miguel El Grande; igual he ido dos veces al espacio en donde se acuarteló en Celaya y muchas veces más a Guanajuato.

Adicionalmente, y  antes o después de vivir en León, sólo o acompañado, he estado dos veces también en el rancho de San Vicente, donde se afirma que él y sus hermanos nacieron; en la plaza principal y al pie de la Sierra de Pénjamo, donde corrió jugó él de niño y aprendió el idioma otomí; en el claustro del antiguo Colegio de San Nicolás, donde realizó sus estudios, sito en la calle principal de Morelia; en Santa Clara del Cobre, donde iba a ser pero no fue, su primer parroquia; en la casa donde vivió y en el templo donde ofició en la Villa de Colima; en el Mesón de Atenquique, Jalisco, donde debió reposar algunos momentos tanto de ida como de vuelta por el Camino Real de Colima; en Ocoyoacac, Huixquilican y La Marquesa, tres sitios muy cercanos a donde se verificó la Batalla del Monte de las Cruces, ya casi para entrar a la Ciudad de México; en el espacio donde instaló su gobierno en Guadalajara; en el meritito Puente de Calderón, donde “el ejército de Hidalgo” perdió la batalla más importante contra Calleja; en la hacienda de Pabellón, donde le quitaron al cura el mando; en la casa donde permaneció en vigilancia mientras estuvo en Zacatecas, y también en la de El Saltillo; lo mismo que en la celda donde pasó encerrado durante sus últimas semanas de vida; en el templo donde fue sepultado su cuerpo ya sin cabeza y en el sitio donde fueron colgadas en sendas rejas la suya y las de Allende, Aldama y Jiménez. Siendo Aculco, Acámbaro y Acatita de Baján tres de los pocos lugares en que él estuvo y yo jamás he podido poner un pie.

Pero si expongo todo esto no lo hago para presumir, sino porque desde que me tocó saber que don Miguel Hidalgo había sido párroco de Colima me nació el deseo de conocer todos (o la mayoría) de los lugares en donde también él estuvo, o le tocó pasar. Tal vez con el ánimo de tener una mejor comprensión de los hechos que él protagonizó, o le tocó fungir como víctima.


Capilla que aun existe en lo que fue el rancho de San Vicente, de la hacienda de Corralejo, en Pénjamo, Guanajuato, Muy cerca de la cual están los cimientos en ruinas de la que fue la casa donde nacieron los hermanos Hidalgo.

¿POR QUÉ CON TANTA FACILIDAD? –

Hoy, tras ya muchos años de haber iniciado el periplo histórico-geográfico que sobre la vida del “Padre de la Patria” les acabo de resumir, tengo un escrito que titulé “Hidalgo, el perfil humano del héroe”, en el que basándome en las descripciones que se han dado de él, y tanto en el proceso inquisitorial que se le abrió en su contra en 1800, como en el enjuiciamiento al que se le sometió en la Villa de San Felipe, Chihuahua antes de su muerte, traté de “reconstruir” su pensamiento filosófico e, incluso, los rasgos más distintivos de su carácter. Texto, sin embargo, que no presentaré ahora, pero cuya redacción me forzó a “reenfocar” la perspectiva que sobre su persona tenía, y sobre el papel que in-es-pe-ra-da-men-te desempeñó en los inicios de la Guerra de Independencia.

Al llegar a este punto, sin embargo, quiero insistir en que no siendo yo historiador profesional, y que habiendo tenido que desempeñarme como profesor y como periodista para poder completar los recursos económicos que debían contribuir al sostén de la familia, nunca tuve el tiempo suficiente para realizar una investigación documental a fondo. Por lo que mi participación en estos temas la he verificado en mis muy pocos “tiempos libres”, y “como Dios me dio a entender”. Lo que equivale a decir: sin método, sin orientación de nadie, con muchas lecturas desordenadas y, eso sí, deteniéndome muchas veces a pensar ¿qué fue lo que fulano realmente quiso decir? ¿Por qué o con base se tomaron tales decisiones? ¿Cómo pudo ser posible que sucediera tal hecho?, etc.

Al reenfocar la perspectiva que les comenté tomé nota puntual de que, el 21 de septiembre de 1810, estando ya “en el Cuartel General en Celaya”, el padre Miguel Hidalgo, terminó de dictar una carta que enseguida le envió a su antiguo amigo y compañero de tertulias, don Juan Antonio Riaño, Intendente de Guanajuato, y en cuyo primer párrafo dice: 

“Sabe usted ya el movimiento que he tenido lugar en el pueblo de Dolores la noche del 15 del presente. Su principio ejecutado con el número insignificante de15 hombres, ha aumentado prodigiosamente en tan pocos días, [de tal manera] que me encuentro rodeado de más de cuatro mil hombres que me han proclamado su capitán general”. Y después de darle algunos otros pormenores y de explicarle por qué se levantaron en armas, conminó al Intendente a reunir a los españoles radicados en la ciudad, a que se decidieran a salir de ella y a dirigirse hacia Veracruz para volver a su lugar de origen, ofreciéndoles que “sus personas” serían “custodiadas hasta su embarque sin tener alguna violencia”. Mas no sin advertirle que “el movimiento nacional cada día aumenta en grandes proporciones; su actitud es amenazante”, y que, por lo mismo, en caso de que ellos se negaran a escuchar esa propuesta, él ya no podría hacerse responsable de lo que pudiese suceder con el dicho Riaño y los demás españoles de Guanajuato, porque tal vez no le sería posible contener a sus seguidores. Anunciando asimismo lo siguiente: “Pronto, muy pronto oirá vuestra señoría la voz de muchos pueblos que respondan ansiosamente a la indicación de la libertad”.

Ignoro a qué hora habrá redactado (o dictado) el “Capitán General” Hidalgo esa carta de información y advertencia, pero de lo que sí podemos estar totalmente seguros es de que sólo habían transcurrido cinco días y fracción de que dio inicio el movimiento en Dolores, y de que, habiendo empezado con sólo 15 gentes, en ese breve lapso ya estaba el cura  rodeado de “más de cuatro mil hombres”, en un tiempo en que no había ni telégrafos, ni teléfonos, ni periódicos, ni ningún otro medio de información masiva que le pudiese haber ayudado para reunir a tanta gente armada, o cuando menos deseosa de utilizar las armas, en tan corto lapso.


En su testimonio final don Miguel Hidalgo indicó que “los pueblos lo seguían con mucha facilidad”. ¿Por qué?

Así que, si fuera cierto ese dato, y el “movimiento nacional” estuviese realmente aumentando “en grandes proporciones”, lo menos que podría yo preguntarme era ¿cómo y de qué medios se pudieron valer él, Allende y Aldama para que tan rápido se le sumara toda esa gente?

Complementando esa inicial información, en otra carta fechada siete días después en la “Hacienda de Burras”, ya muy cerca de Guanajuato, el padre Hidalgo todavía le dijo a Riaño: 

“El numeroso ejército que comando, me eligió por capitán general y protector de la nación en los campos de Celaya. La misma ciudad a presencia de cincuenta mil hombres ratificó esta elección, que han hecho todos los lugares por donde he pasado: lo que dará a conocer a vuestra señoría que estoy legítimamente autorizado por mi nación para los proyectos benéficos, que me han parecido necesarios a su favor”. 

¿Estaba exagerando el cura? – Es muy posible que sí, porque no creo que haya habido alguien en la Nueva España que haya visto a cincuenta mil personas juntas, y menos decididas a pelear, pero de lo que sí podemos estar relativamente seguros es de que doce días después de haber él dado “El Grito”, ya tenía un muy numeroso contingente de seguidores, a los que los mismos “capitanes”, “coroneles” y “tenientes coroneles” nombrados al vapor igualmente en Celaya, por lo pronto consideraron “sin cuenta”.

Pero más allá de las posibles exageraciones que pudo haber hecho para intimidar al Intendente Riaño en aquel 28 de septiembre, y más allá también de los supuestos 97 mil seguidores con que contaba al salir de Guadalajara, para enfrentar a Calleja, es preciso señalar que la tarde del 7 de mayo de 1811,  cuando rindió su primera declaración ya estando preso en Chihuahua, volvió de alguna manera a retomar el tema, y cuando el juez Ángel Abella le preguntó por qué decidió apoyar al partido rebelde, el cura contestó que como se habían precipitado las cosas en Querétaro: “no les dio lugar a tomar las medidas que pudieran convenir a su intento, y que después ya no las consideraron necesarias mediante [o debido a] la facilidad con que los pueblos los seguían, y así [ya] no tuvieron más que enviar comisionados por todas partes, los cuales hacían prosélitos a militares por donde quiera que iban”.

En ese preciso momento, cuando ya el ex generalísimo Hidalgo pasaba sus días en condición de reo y había tenido casi cuatro meses para reflexionar en todo lo que había hecho en su vida, y en todo lo que había pasado durante los 121 días en que le tocó encabezar el movimiento insurgente, ya no tenía ninguna necesidad de exagerar o mentir. Y por eso también no dejó de parecerme muy extraño que él mismo hiciera referencia a “la facilidad con que los pueblos los seguían”. Pero ¿cómo fue, insisto, tan fácil que lo siguieran tantas personas en un tiempo en que no sólo no había medios de información masiva y en que la mayor parte de la gente sólo se trasportaba en bestia o a pie? 

La duda seguía estando allí, y al menos para mí era importante poder resolverla. Pero tendrían que pasar varios años para que finalmente pudiera encontrar la posible respuesta. Y de eso tendré que hablar en mi próxima colaboración.

Nota: Estos párrafos corresponden al Capítulo 7 de “Mitos, Verdades e infundios de la Guerra de Independencia de México”.


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