LAS PRIMERAS MENCIONES DEL PUERTO DE SANTIAGO DE BUENA ESPERANZA
Abelardo Ahumada
EPIDEMIAS, ESCLAVITUD Y DESPOBLACIÓN EN LA COSTA COLIMOTA. –
En mi colaboración anterior dije que el 24 de julio de 1527, cuando los primeros marineros españoles que llegaron a las bahías que hoy conocemos como las bahías gemelas de Santiago y Manzanillo se encontraron, “a tres tiros de ballesta de la mar” […y] “al pie de la punta” (o península de Santiago-Salagua), un arroyo “de agua dulce”. Haciendo mención, asimismo, de cuatro datos que, a 496 años de distancia me parece importante reseñar: el primero referente a que todos los cerros de esa “punta” estaban cubiertos “de arboleda”. El segundo referido a que al norte vieron “una montaña muy alta”. El tercero relacionado con el hecho de que bautizaron al puerto con el “nombre de Santiago, porque entramos en él la víspera de [Santo] Santiago”. Y el cuarto, que considero muy significativo, por cuanto mencionaron que “toda la costa está poblada de indios, y […] es muy buena gente”.
Respecto al arroyo de agua dulce cabe señalar que no es otro más que el actualmente llamado “arroyo de Salagua”, que si bien todavía es visible cuando pasa por el pueblo de Punta de Agua de Camotlán, luego (aunque conserva su cauce seco) desaparece de la superficie y más tarde reaparece donde hoy está el campo de golf que desde el bulevar Miguel de la Madrid se extiende hasta la orilla del mar, en terrenos que actualmente pertenecen a un hotel de gran turismo. Un arroyo cuya desembocadura persiste, y cuyo lecho se vuelve temible en tiempos de ciclones porque suele desbordarse y producir algunos graves daños, como ocurrió con la creciente que bajó por él en octubre de 2012, a causa del Ciclón Jova.
Con relación a “la punta cubierta de arboleda” que se menciona, cabe precisar que es la actual Península de Salagua, hoy llena de grandes hoteles, bellas edificaciones turísticas y espectaculares fincas de millonarios nacionales y extranjeros, teniendo como remate un fraccionamiento de lujo que precisamente se llama “La Punta”.
Y al hablar sobre la “montaña muy alta” creo que ésta es, como ya lo dije en el capítulo anterior, el “Cerro del Toro”, ubicado muy cerca de la población de El Naranjo, en donde por ser la cima más alta del rumbo se han instalado varias antenas de radio y telecomunicaciones.
En cuanto al nombre que originalmente se le puso al puerto, sólo cabría decir que es muy posible que algunos otros marinos se hayan equivocado de lugar, y que, habiendo llegado por el lado contrario de la punta, donde se encontraron otro arroyo de agua dulce, creyeran que habían arribado al sitio que describían las “cartas de marear” y le dijeron, por ende, Santiago. Siendo por eso que, mientras al primer puerto luego se le denominó Salagua, al segundo se le sigue dando el primer nombre.
Y, por cuanto concierne a que en aquellos años “toda la costa” estaba “poblada de indios” que eran “muy buena gente”, cabría que precisar que, como ya también se advirtió, la inmensa mayoría de todas esas personas habitaban, según el profesor Sevilla, en “Tzalagua, Tecuxcan, Totolmaloyan, Tlacatipa, Chiametla y Maloaztla (hoy Marabasco)”. Pueblos que junto con Moyutla, Contla, Quitatlan y otros, ubicados en los alrededores de la laguna de Cuyutlán; así como los de Tequepa y Petlazoneca, en del Valle de Tecomán, desaparecieron en su mayoría debido, fundamentalmente, a dos causas: una de carácter sanitario que se presentó mediante diversas epidemias contra las que no estaban protegidos los habitantes nativos, como la de la viruela negra, que pegó en toda la Nueva España entre 1520 y 1521; la del cocolixtle en 1531; la de “calenturas y pujamientos de sangre”, acaecida entre 1554 y 1556, y las de “sarampión y paperas”, durante los últimos años del siglo XVI, según lo pudo documentar el padre Florentino Vázquez Lara en su libro “El Colima Virreinal”.
Habiendo sido la segunda causa un hecho de carácter económico-político-social, dado que se concretó en la inclemente captura y trata de esclavos, iniciada en 1530 por una parte del personal que apoyó a Nuño Beltrán de Guzmán, primero en su campaña de conquista desde lo que hoy es La Barca, Jalisco, hasta Culiacán, Sinaloa y, después, en la explotación de las minas que se fueron descubriendo.
Trata y explotación que con enorme entusiasmo practicaron también algunos de los primeros colonos que se asentaron en la Villa de Colima, y de la que da fe un documento fechado el 23 de octubre de 1532, señalando, por ejemplo, que a varios de los 51 españoles que residían en ella les estaba yendo muy bien porque habían logrado aprovecharse de los indios que les repartieron en las encomiendas, ya fuera utilizándolos como tamemes (o cargadores), como esclavos que trabajaban sin pagos en sus “plantaciones y granjerías”, o en las mencionadas minas.
No siendo por menos que, en un documento de 1671, que halló el padre Roberto Urzúa en el Archivo General de la Nación, unos indios de Santiago Tecomán estaban diciendo al virrey que, había sido tanta la mortandad de sus ancestros y tan intensa y extensa la trata de esclavos en el Valle de Tecomán, que de los antiguos pueblos de Caxitlan, Tecoman, Petlazoneca, Tequepa y San José [Tecolapan], sólo “nos hemos quedado los tecomecos”. Mientras que en Caxitlan sólo quedaban “tres indios” y una población creciente integrada por españoles, mestizos, negros y mulatos.
Como añadido a ese dato puedo decir que en los documentos del siglos XVII fue muy rara la vez que se mencionaron los pocos sitios que antes estuvieron habitados en los actuales territorios municipales de Armería y Manzanillo. No siendo sino hasta finales del siglo XVIII cuando, al surgir o fundarse la enorme Hacienda de Miraflores, apareció otra mención de Totolmaloyan habitado por seis familias de indios que se dedicaban a realizar “la vigía del [ya desolado] puerto” de Salagua.
UN CORTO PERIODO DE ACTIVIDAD Y BRILLO. –
Antes, sin embargo, de que sobreviniese la desolación de la que venimos hablando, el puerto de Salagua tuvo un corto período de “brillo estelar” que transcurrió desde finales julio de 1527 hasta febrero de 1535, que contó con la presencia activa de Hernán Cortés y su gente en varios navíos, interviniendo, con grandes pérdidas económicas, materiales y en vidas humanas, en diversas y muy peligrosas expediciones hacia las costas de Asia y por todo el litoral que va desde el actual Manzanillo hasta muy cerca de California. Habiendo sucedido otro período (que fue de 1539 a 1564) en el que, ya vinculado Salagua con el Puerto de Aguatán (o Navidad), se sentaron todas las bases para establecer la primera ruta de ida y vuelta entre las costas novohispanas y los países asiáticos, y la exploración de todo el Pacífico Norte hasta más allá de Oregón. Períodos cuya relación y/o análisis no pretendo hacer en este momento y que merecen ser tratados en varios capítulos aparte.
UNA INTERESANTE DESCRIPCIÓN DE LA COSTA. –
Algo que también adelanté en el capítulo precedente y siento la necesidad de ampliar, se refiere al hecho de que, a pesar de que el puerto de Salagua ya había quedado despoblado antes de que concluyera el siglo XVI, la Corona Española y las autoridades virreinales lo consideraron un sitio estratégico, por cuanto que, a partir de que se descubrió la ruta completa para ir y venir entre los puertos de esta costa y los de las Islas Filipinas (y Cipango, o Japón), a Salagua comenzaron a llegar varias naves exploradoras que venían de las “Islas de Oriente” (y que entre otras novedades trajeron, por ejemplo, las primeras “semillas de cocos” a nuestras costas); así como el famoso Galeón de las Filipinas (o Nao de China), a recoger agua limpia, ganado, fruta y verduras frescas, o a realizar sus más necesarias reparaciones antes de concluir sus viajes en Acapulco.
En esa precisa época sólo había en todo este territorio dos sitios poblados por españoles: el de San Francisco Caxitlán, donde los europeos y sus primeros hijos criollos solían tener numerosas huertas, y la diminuta Villa de Colima, en donde todos los hombres capaces para sostener un arma estaban obligados a servir como protectores del puerto en caso de algún ataque pirata.
En ese contexto inició el siglo XVII, y la vida de los colimotes transcurría la mayor parte del tiempo entre la modorra y la monotonía, pues mientras que en otros lugares las actividades comercial y minera habían hecho que sitios como Valladolid, Guadalajara, Zacatecas y Guanajuato fueran creciendo, la vida en Colima parecía haberse estancado, y aunque producían mucha sal y ganado, que exportaban, no tenían muchísimo más quehacer, pues siendo la tierra bastante pródiga, sus habitantes “se contentaban – como lo diría un testigo posterior- con vivir casi desnudos, realizando el mínimo esfuerzo”, sin aspirar a lujos y comodidades por los que las personas de otros sitios sí se afanaban.
Pero resulta que, más allá de los temblores y de los ciclones que eventualmente los sacudían o les volaban los techos de sus casas, de vez en cuando les llegaban mensajes desde diferentes puntos de la costa, avisándoles de la presencia de barcos recién llegados que bogaban en la línea del horizonte o más cerca. Y entre los que algunos eran evidentemente extranjeros y se sospechaba que viajaran piratas. Siendo entonces cuando la vida de los colimotes cobraba un nuevo ritmo, ya fuera porque les renaciera el miedo, o porque resurgían en sus pechos sus postergados deseos de aventura.
En ese lento y a veces desapacible transcurrir, es justo hacer mención de que, a mediados de mayo de 1602, fueron vistos frente a la costa colimota cuatro embarcaciones en las que viajaba un buen grupo de marinos y expedicionarios que iban con la comisión o mandato real de reconocer las costas de las Californias y establecer, de ser posible, una base en ellas:
Se sabe que partieron de Acapulco el día 5 de aquel mismo mes, y que al mando de la pequeña pero considerable armada iba el capitán Sebastián Vizcaíno, quien por las vueltas que da la suerte, trece años después habría de tener una importante participación en la defensa del puerto colimote.
En la nao capitana iba, también, un individuo al parecer muy entendido en cosas de la navegación marítima que se llamaba Jerónimo Martín Palacios, y que tenía el nombramiento de “cosmógrafo mayor”. Un hombre al que, sin haberlo conocido nunca, podríamos describir como un gran observador, puesto que de su mano se conservan muchas notas que tomó sobre las características geográficas más significativas o relevantes de nuestro litoral. Notas entre las cuales el profesor Felipe Sevilla del Río rescató unas que describen (con bastante fidelidad, por cierto) algunos de los detalles más importantes que él tuvo la oportunidad de observar durante su trayecto, y que aun cuando él los haya mencionado con otros nombres, todavía se pueden ver entre la playa de Tlaticla (popularmente “La Ticla”), en Michoacán, y la punta de Salagua.
Como se trata de un texto redactado en español antiguo que resulta un tanto difícil de entender, me permití intercalar algunas acotaciones personales entre paréntesis, con el propósito de facilitar su inteligibilidad para los lectores del siglo XXI, pero no sé si lo haya podido lograr.
El hecho es que, luego de haber descrito las características que “el Cosmógrafo Mayor” observó desde Acapulco hasta Zacatula, dice que, después de haber pasado por “el morro, o la Punta de Suchissi, a cuyas espaldas estaba la Sierra de Maquilí y terminaba la provincia de Motines”, mencionó un sitio que, según creo, era donde hoy se halla el “Mirador de San Juan de Alima” o el cerro junto al cual está la playa de San Telmo:
“De esta punta de Suchissi va la costa de tierra llana, de manglares, y a una legua de la dicha punta está un río que baja de la serranía, llámase este río de Colima (seguramente confundido con el actual Coahuayana, pues el Colima nunca desembocó al mar); prosiguiendo la costa están unas lomas bajas llanas de sabanas cerca de la playa, y al remate de ellas, de la banda […] sueste están las pesquerías de Colima (la laguna de Cuyutlán), y de ellas al nordeste, va perlongando un valle por en medio de unas lomas gruesas, llamase el Valle de Caxitlan, a donde hay muchas huertas de cacao y si se hace un claro (es decir, si no hay nubes) se verá el volcán de Colima que está quince leguas de la mar y echa humo, y a dos leguas de estas pesquerías por la costa adelante está el puerto de Salagua… [en el que]… hay una playa grande llena de arboleda verde… un puerto muy bueno y grande para muchas naos, muy abrigado y seguro…tiene leña, madera, y agua, hallárase en medio de la ensenada en donde está un platanal, y de él al pueblo [de Totolmaloyan] hay dos leguas”.
Y por lo que corresponde a la temeraria y esporádica presencia de los piratas en el área, lo único que diré por el momento es que de eso me ocuparé en mi próxima colaboración.
Nota. – Todo este material corresponde al segundo capítulo de la serie “Bellezas y peculiaridades de las bahías gemelas de Santiago y Salagua”.
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