El Remate

SIGUE EL TIRADERO

Entre los más de 500 usuarios, justiciables, abogados, proveedores de servicios y trabajadores que cada día acuden al Palacio de Justicia, muchos se sintieron indignados y algunos se comunicaron con esta columna para reprocharle al presidente del Supremo Tribunal de Justicia en el Estado (STJE), Bernardo Salazar Santana, haber declarado que no tiene dinero para las reparaciones.

El edificio, como le demostraron los peritos de SEIDUM, Protección Civil y los colegios de Arquitectos e Ingenieros al magistrado Salazar, no tiene daños estructurales y sólo requiere una intervención cosmética. Pero estos trabajos, más allá de la limpieza de escombro y el levantamiento de archiveros y libreros, no han iniciado.

Con el fondo revolvente con el que cuenta y del cual dispone a discreción, el magistrado presidente tiene efectivo para ya haber realizado la remoción de todo lo que quedó colgando, flojo o desprendido. Sin embargo, a casi un mes del sismo del 19 de septiembre, los plafones del cielo raso siguen pendiendo peligrosamente sobre las cabezas de trabajadores y visitantes. Toda la armazón de los filosos perfiles de aluminio está suelta, y con cada réplica surge el temor a que se venga abajo.

En el Fondo Auxiliar para la Administración de Justicia hay dinero. La cuenta tiene siempre entre 8 y 10 millones de pesos, pero los litigantes que han visto congelarse el dinero de fianzas, depósitos de renta, el pago de pensiones alimenticias y de otro tipo de garantías, asumen que si el producto financiero de ese fondo no se gastara en privilegios para los magistrados, el capital sería mayor.

Un abogado calculaba el monto de ese ahorro con base en los réditos que generó el depósito de un solo asunto que él llevó. Dejó en garantía 80 mil pesos y, a la vuelta de tres años que tardó en resolverse el juicio, de acuerdo a las tasas bancarias se generaron casi 18 mil pesos para beneficio del Poder Judicial.

Lo justo sería que los intereses generados por un depósito sirvieran para mantener actualizado el valor, es decir, el poder adquisitivo del dinero en depósito, y que la administración de la justicia cobrara una comisión por gastos de manejo. Pero en el sexenio de Elías Zamora se aprobó una reforma legal que otorga al Poder Judicial el producto financiero de esos depósitos. El documento, por cierto, es inencontrable según un abogado que quiso impugnar esa disposición para beneficio de su cliente.

EN LO QUE SE TERMINA…

Como sea, con lo que hay disponible en el fondo revolvente se podrían pagar las reparaciones más urgentes. No se ha hecho, por lo visto, porque se trata de prolongar la apariencia de desastre en la sede del Poder Judicial.

Bernardo Salazar quiere acaso convencer a la gobernadora Indira Vizcaíno y a los diputados del Congreso local que aprobarán el presupuesto para el próximo año, de construir una Ciudad Judicial que sustituya el actual Palacio de Justicia edificado en el sexenio de Griselda Álvarez.

Y su argumento es el mismo que puso por escrito el magistrado Sergio Marcelino Bravo en un oficio dirigido al pleno: aunque el edificio actual “no tiene evidentes daños estructurales… su rehabilitación realmente es costosa y solo lograríamos prolongar la vida de un edificio ya cansado, desgastado y sobrepoblado”.

No son pocos los abogados que piensan que, de esta manera, Bernardo quiere aplazar la elección de un o una nueva presidente del STJE con el pretexto de sacar adelante el magno proyecto, creando un estado de excepción, o quizá condicionar su reelección o la elección de alguno de los magistrados de su grupo (ya alzó la voz Checo Bravo) a la construcción de una sede que concentre las instancias del primer partido judicial del estado (el cual abarca seis municipios, los cinco metropolitanos de la capital y Minatitlán).

Sería prolongar la apariencia ruinosa de un edificio disfuncional, empeñarse en retomar el estilo marioanguianesco (cuyo peor ejemplo es el Mercado Obregón en Colima) de los edificios públicos, recargados de plafones, tablaroca, yeso y toda clase de recubrimientos.

Así como en los supermercados uno puede ver en las alturas los ductos, tuberías e instalaciones eléctricas flotando sobre las cabezas de empleados y compradores, no hay ninguna razón por la cual el Palacio de Justicia no pueda prescindir de todas esas cubiertas en techos, pisos y paredes.

QUITAR PLAFONES Y ENJARRES

Hay que limpiar el edificio si se quiere recuperar su funcionalidad. Minutos antes de que ocurriera el sismo, durante el simulacro de cada 19 de septiembre las empleadas del Poder Judicial descubrieron qué difícil es bajar en tacones por las escaleras para evacuar el Palacio de Justicia. Cuando se construyó, el acabado de los escalones era de concreto sin pulir, pero alguien en el trascurso de estas cuatro décadas decidió sobreponer vitropiso a los peldaños, y eso los hace resbalosos hasta cuando están mojados.

Al entrar en funciones, el Palacio de Justicia era un laberinto que recordaba las ilustraciones de M. C. Esher, al grado que un litigante con vocación de periodista, Abraham Méndez Palomares, lo describió como el escenario de un juego de Serpientes y Escaleras. Podías subir y bajar desde el sótano hasta el último piso, en diversos puntos de la estructura en forma de L.

Hoy, para evacuar el inmueble sólo se cuenta con dos escaleras. El resto fueron obstruidas en algún momento, cuando los magistrados decidieron convertir en baños privados los sanitarios que estaban en los descansos de las gradas. Para ello fue necesario tapiar las escaleras, quedando el acceso a estos baños desde el despacho del magistrado como pasadizo secreto de un castillo medieval. El problema es que esas escalinatas ya no funcionan como ruta de evacuación para el magistrado ni para sus colaboradores directos o los integrantes de su ponencia que trabajan en el último piso.

Los usuarios del edificio se quejan del riesgo que suponen los enjarres abombados. Con un nuevo movimiento telúrico se van a desprender, dicen. Pero no se ganaría nada recubriendo esos muros de nuevo. Pueden quedar a la vista las instalaciones eléctricas e hidráulicas. Es más, está de moda.

Por lo demás, esas puertas dobles de cristal que resultan trampas mortales en caso de sismo porque se traban o el vidrio puede estallar al deformarse los marcos, deben sustituirse por salidas de emergencia que abran hacia fuera mediante una simple palanca.

EL ESTILO DE MODA

En 1932, cuando Juan O’Gorman hizo las casas de Diego Rivera y Frida Kahlo, a ese estilo austero se le llamó funcionalismo –nos dice la historiadora del arte Blanca Garduño–, porque todas las instalaciones eléctricas e hidráulicas están visibles y es más sencillo modificarlas de acuerdo a las necesidades de los ocupantes del inmueble.

Un ejemplo moderno que data de 1977 es el Centro Georges Pompidou en París. En un barrio decimonónico tradicional, se construyó este Museo Nacional de Arte Moderno para albergar el acervo que Francia tiene de obras de Picasso, Miró, Brancusi, Modigliani, Matisse, Francis Bacon o Jean Dubuffet. El edificio tiene los techos negros sin plafones, por lo que los ductos del aire acondicionado, las lámparas y los aspersores contra incendios son visibles. A partir de ese hito, el estilo arquitectónico se conoció como High Tech.

En pleno siglo XXI, a ese tipo de arquitectura se le conoce como ‘instalaciones expuestas’. Y es muy popular para el diseño interior de restoranes, bares y demás espacios de entretenimiento, lo mismo que para oficinas y recintos culturales.

A inmuebles hoy considerados bellísimos como el antiguo Hospicio Cabañas en Guadalajara, el restaurador Gonzalo Villa Chávez le quitó el enjarre que lo hacía lucir como la cárcel de Lecumberri para recuperar el esplendor de la piedra. Y, al Palacio de Gobierno en Colima, los expertos del INAH le acaban de quitar casi 150 años de capas de pintura hasta encontrar el ocre original. ¿Por qué no podrían quitarle a los palacios de Justicia y Legislativo 40 años de plafones manchados y recubrimientos agrietados?

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