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Por Horacio Archundia
Poco diría la sola imagen de este hombre a los manzanillenses. Este es el rostro de un hombre generoso y noble, Don Francisco Melitón Vargas Gutiérrez, primer Obispo de Colima, que apenas llegado a la entidad presenció el terrible drama de la fiebre amarilla, epidemia mortal que diezmó la población del Estado y dejó casi despoblado a Manzanillo.
La fiebre amarilla afectó nuestro Estado entre mediados de 1883 y hasta finales de 1884. Murieron miles de personas. La epidemia se propagó luego de que llegara a Manzanillo un barco que desembarcó a un enfermo de ese mal. Ese mismo buque, por cierto, transportaba a la ilustre cantante mexicana Angela Peralta de Castera, «El Ruiseñor Mexicano» quien, contagiada en el viaje murió al llegar a Mazatlán, como muchos otros pasajeros de esa embarcación de la muerte…
Y acontece que cuando los acontecimientos se agravaron, cuando la peste amenazaba con acabar con los habitantes del territorio, el Señor Obispo Vargas tuvo un rasgo de generosidad inigualable: El gobierno estatal se hallaba en crisis debido a los gastos que hacía para combatir la pandemia, sabido lo cual por el virtuoso prelado salió a la calle y, en un improvisado bazar vendió sus ropas más finas, sus libros, sus muebles, y empeñó el anillo pastoral, reuniendo una importante suma con la que mandó al Doctor Vidal Fernández comprar el medicamento y los enseres para que siguiera salvando enfermos. Pero no solo eso: Enterado de que la muerte, la desolación y la desgracia se enseñoreaban en Manzanillo, emprendió el viaje al puerto, al que había enviado alimentos, medicina, ropa, cobijas y dinero, dispuesto a venir a atender enfermos. Sabiéndolo, muchos sacerdotes de la Diócesis se aprestaron a secundarlo. Destacó por su bondad, sobre todo con los pobres y en gratitud por sus buenas obras, en nuestro puerto una calle llevó su nombre que un ayuntamiento injusto le retiró para ponerle el del autor del himno nacional, Francisco González Bocanegra. Manzanillo está en deuda con este grande varón. Esta madrugada, como muchas otras en que el desvelo me aquejaba -la dulce vida de los diabéticos- hallé en un muro de mi biblioteca esta imagen que conservo y quise compartirles. El Obispo Vargas fue un hombre de grandes virtudes cuyo nombre debieran saber todos los manzanillenses porque contribuyó en mucho para su bienestar…
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