Abelardo Ahumada
LA HERENCIA DE LUIS ECHEVERRÍA. –
Hacia finales de los 70as nuestro país estaba siendo tristemente desgobernado por un individuo de verbo y apariencia interesantes, un individuo con formación académica que en algún tiempo aspiró a convertirse en escritor, y que produjo al menos un libro dedicado al mito de Quetzalcóatl. El nombre completo de ese ciudadano era José Guillermo Abel López Portillo y Pacheco, nacido en la capital del país allá por 1920, y quien, a pesar de ser sólo abogado y catedrático de Derecho (en la UNAM y en el IPN), fue seleccionado por su gran amigo, Luis Echeverría Álvarez, para desempeñarse, como lo hicieron muchos “todólogos” de aquella época, en tareas tan disímbolas como la de ser director nacional de la Comisión Federal de Electricidad y Secretario de Hacienda.
Luis Echeverría Álvarez (o LEA, por sus siglas), era un presidente populista que, aparte de sus muchos desatinos macroeconómicos, cargaba con el estigma de haber ordenado, junto con Gustavo Díaz Ordaz, la matanza del 2 de octubre de 1968, y de haber promovido durante su mandato la muy mal afamada “Guerra Sucia”, una especie de “terrorismo de Estado” que tenía el fin de encarcelar o “desaparecer” a quienes se atrevían a denunciar los abusos del gobierno, o a cuestionar públicamente sus dictámenes.
A JOLOPO, como se le conocía abreviando el nombre de José López Portillo, le tocó la buenísima suerte de que para las elecciones de 1976 su amigo lo designara como el candidato presidencial del PRI, y que, como era su costumbre hacerlo, el PARM y el PPS (partidos satélites que el propio gobierno había organizado para fingir que había una “pluralidad partidista”), lo registraran también como su candidato.
Aparte de eso, los dirigentes del PAN no lograron ponerse de acuerdo y su partido no registró a ningún elemento para la elección presidencial, y sólo el antiguo Partido Comunista, que ni siquiera tenía registro, presentó a don Valentín Campa, un viejo luchador de izquierda, ex líder de los ferrocarrileros y uno de tantos presos políticos al que varias veces había encarcelado “el sistema”.
En tales circunstancias, el gran admirador de Quetzalcóatl tuvo que fingir que hacía campaña para que lo conociera el pueblo, hizo un recorrido por todas las ciudades más importantes del país, y cumplió así con un ritual que no tenía necesidad de hacer, puesto que desde que lo designó su amigo ya todos los mexicanos sabíamos que él habría de ser su sucesor.
Por tal motivo, y por considerar que la elección presidencial era una farsa más, la idea de salir a votar era rechazada por muchos miles de electores, entre los que evidentemente se ubicaban los individuos más preparados de México. Pero como a la directiva del PRI le pareció que era urgente legitimar el proceso, les ordenó a todos los líderes de barrios, sindicatos, ejidos y otras organizaciones afines, que movilizaran a todos sus representados para que obli-ga-to-ria-mente fueran a votar. Y fue así como se pudo observar, sobre todo en las barriadas más pobres de las ciudades, y en todos los pueblos y ejidos del país, un muy evidente y vulgar acarreo de votantes, sobre todo entre los habitantes más pobres.
Bajo esas condiciones, la noticia que se difundió el lunes siguiente fue la de que el candidato del Partido Tricolor había obtenido varios millones de votos, mientras que su más cercano opositor (don Valentín Campa), apenas había alcanzado un millón.
Pero como esos hechos faramallosos fueron vistos y denunciados también por algunos corresponsales de la prensa internacional, su difusión sirvió para mostrarle al mundo que el “sistema político mexicano” había sido organizado por un “Partido de Estado”, no muy diferente a los que operaban en Cuba, la URSS y China, y que se caracterizaba por impedir que otras fuerzas políticas tuvieran oportunidad de actuar. Denuncia que obligó al nuevo Secretario de Gobernación, Jesús Reyes Heroles, y al propio JOLOPO, a propiciar una ligera apertura político-electoral, permitiendo que en las siguientes elecciones se admitiera la participación de los partidos de izquierda y aparecieran las famosísimas “diputaciones de representación proporcional” o “plurinominales”.
LA DEVALUACIÓN DEL PESO Y LA “PETROLIZACIÓN” DE LA ECONOMÍA. –
Por otra parte, y dado que durante la presentación de su último informe de gobierno, Luis Echeverría anunció en lo económico “la libre flotación del peso”, a su sucesor le tocó iniciar su periodo gubernamental con el pie izquierdo, ya que “la libre flotación” de la moneda nacional se tradujo en una terrible y devastadora devaluación, propiciando, entre otras negativas cosas, que la deuda pública, ya de por sí multiplicada por cuatro en relación al sexenio de Gustavo Díaz Ordaz, se incrementara muchísimo más. Aunque delante del público JOLOPO se comportaba con una tranquilidad asombrosa, y con su capacidad oratoria trataba de convencer a los más crédulos de que los manejos que estaba realizando su gobierno en esa materia eran lo mejor que se podía hacer.
Colateralmente, López Portillo enfrentaba, a nivel interno, otros problemas de carácter político, y uno de los principales era el de que Luis Echeverría le había impuesto a varios de los titulares de las diversas Secretarías de Estado, y él mismo seguía desempeñando un papel protagónico, con el afán de convertirse nada menos que en el Secretario General de las Naciones Unidas. Ostentándose ante el resto del mundo como uno de los líderes de “los países no alineados”, creando para ese caso en México, desde antes de concluir su sexenio (y por supuesto que con recursos públicos), el tan famoso como inoperante “Centro de Estudios Económicos y Sociales del Tercer Mundo”. Sitio desde donde, tal y como en su tiempo lo hizo el expresidente Plutarco Elías Calles, pretendía establecer también un “Maximato”.
Para retirarse semejante espina, “Quetzalcóatl” decidió desterrar a su viejo amigo convirtiéndolo, primero en embajador en las Islas Fidji (o “en ca’ la chingada”), como dijeron algunos, y luego de la UNESCO, con sede en París.
Pero la buena fortuna volvió a brillar para él, puesto que ya casi al promediar su sexenio, los ingenieros de PEMEX anunciaron el hallazgo de grandes yacimientos petrolíferos en el Golfo de México (Chiapas, Tabasco y la Sonda de Campeche). Y se generó un activismo gubernamental que hallaba en dicho hallazgo la tabla de salvación para los problemas de México. Iniciando así la contratación de nueva deuda para iniciar la perforación de los pozos.
Y como los dueños de los bancos internacionales pudieron comprobar que aquel hallazgo era cierto, no se negaron a prestarle “recursos frescos” al gobierno de México, pero exigieron, a cambio, que el reembolso y los intereses que se pagarían por aquellos empréstitos fuesen asegurados poniendo como garantía el petróleo que no tardaría en brotar en cantidades ingentes.
Al verse situado ante tan promisoras circunstancias, JOLOPO creyó que con “el oro negro” se pagaría toda la deuda, se realizaría toda la obra pública y terminaría sobrando dinero, por lo que, en una de sus tantísimas declaraciones, dando muestras de una increíble locuacidad, llegó a decir que, finalmente, nos había tocado, a los mexicanos, “el momento de administrar la abundancia”.
EL PRI COMO ÚNICA OPCIÓN PARA HACER CARRERA POLÍTICA. –
El “Partido Tricolor” por su lado, no sólo era una especie de agencia de trabajo para sus más fieles militantes, sino un partido represor y totalitario que acaparaba todos los cargos públicos, que no admitía la disidencia y que, mediante los líderes de los sindicatos oficialistas (o “sindicatos charros”, como los denominaban los opositores de las izquierdas), ejercía el control total sobre “las clases trabajadoras”, teniendo entre sus principales “pilares” (o “paleros”, según la opinión de otros), a la famosísima CTM, a la CROM, a la CROC y otros sindicatos obreros; a la CNC para controlar a los campesinos, y al SNTE para ejercer el mismo control con los trabajadores de la educación.
Frente a ese gigantesco “aparato gubernamental” había venido creciendo, sobre todo desde 1968, una fuerte resistencia civil encarnada en combativos grupos de trabajadores que pugnaban por integrar sindicatos independientes, entre los que estaban grupos de la UNAM, de los electricistas, de los telefonistas, de los ferrocarrileros, de los maestros que integraban el Movimiento Revolucionario del Magisterio y de la recién surgida CNTE. Y lo mismo pasaba con algunos intelectuales y estudiosos que luchaban contra el totalitarismo y buscaban la posibilidad de que existiera un gobierno en el que participaran otros partidos y se ventilaran otras ideas.
Pero los integrantes del “partido de Estado” no querían que nada de eso ocurriera, y no por menos Fidelón Velázquez, el sempiterno líder nacional de la CTM afirmaba que si ellos, en su momento, asumieron el poder con las armas, sólo así se los podrían arrebatar las oposiciones. Todo ello aun sin mencionar el hecho de que “el partido” se valía de otros medios para atraer a sus filas a todos los posibles líderes que desde la sociedad iban surgiendo. Utilizando, en muchos casos, la amenaza velada de invitación (cuando se trataba de los disidentes), y de lo que se llamaba “el poder de la cooptación”, que consistía en ofrecer empleos, becas y otras prebendas a los individuos inconformes que se manifestaran como más capaces para “hacer el cambio”. Habiendo sido muchísimos los individuos que, no queriendo quedar fuera de “la ubre presupuestal”, y no habiendo mejores posibilidades de hacer carrera, se sumaron al partido que, habiendo nacido en la época de la postrevolución y siendo quietista al haberse institucionalizado, se ostentaba, sin embargo, como revolucionario. Dando pie, con eso, a que “el sistema” se consolidara, y a que todos los cargos públicos, sin excepción, los ocuparan personas afines a dicho organismo, impidiendo que otras, tan o más preparadas que ellos, pero con espíritus más críticos e independientes pudiesen ocupar alguno.
COMPORTAMIENTO Y ALCANCES DEL ANTIGUO “SISTEMA”. –
Para completar el cuadro, la Secretaría de Gobernación era la que organizaba las elecciones federales, y como los Secretarios de Gobierno de los Estados organizaban las propias con los mismos esquemas que las federales, todos los recursos públicos y materiales, y todo el personal de los diferentes niveles de gobierno se ponían a disposición de los candidatos del Partido Tricolor, mientras que los candidatos de los demás partidos carecían de todo, y tenían que moverse mediante las cuotas de sus integrantes, “boteando” por las calles o en los cruceros, sin que sus candidatos tuviesen reales posibilidades para obtener un triunfo de mayoría, debiéndose de conformar, cuando bien les iba, con las diputaciones plurinominales que por aquellos años se habían puesto como quien dice de moda.
Desde el punto de vista político-social, la población más ignorante era la mejor controlada por los agentes del “sistema”, y entre ellos, los ejidatarios eran los más obedientes a las autoridades en turno, puesto que, habiendo recibido sus parcelas mediante el reparto agrario de manos del gobierno, creían que se lo debían todo al PRI, pues no alcanzaban a diferenciar al uno del otro.
Una apreciación similar tenían también, casi todos los empleados de los tres niveles de gobierno, puesto que creían que sus puestos, sus trabajos y hasta sus salarios los habían recibido como un favor especial que el PRI había tenido para sus personas.
Y aprovechándose de tamaña ignorancia (y fomentándola), todos los líderes de “los tres sectores del PRI” (“obrero, campesino y popular”) y los dirigentes de los sindicatos oficiales que dependían de ellos, exigían a sus “representados” lealtad y agradecimiento al partido que les “había dado todo”. Llegando no pocos de ellos a ser tan “leales” y tan arrastrados que hasta su dignidad perdían.
Otra de las más peculiares y singulares “cualidades” que caracterizaban a los operadores del gobierno era la venta de plazas, o su entrega a individuos que, sin importar que tuvieran o no estudios suficientes, o que sus perfiles profesionales cuadraran con las exigencias de los cargos que iban a desempeñar, fueran de la confianza de quienes hacían los repartos. Y fue así como las nóminas de todas las oficinas de gobierno, de las empresas paraestatales que todavía en ese tiempo existían, de los sindicatos y hasta de las universidades públicas, estaban plagadas de compadres, comadres, hijos, hermanos, sobrinos, amigos, amantes, queridas y otros elementos como ésos, forjando una burocracia gigantesca e inoperante que, en vez de propiciar el desarrollo de un buen gobierno, y la entrega de buenos servicios para la ciudadanía, lastraba tanto las nóminas que, cuando finalmente se dieron cuenta, ya no había recursos para realizar obra pública, y los gobernadores y a los presidentes en turno tuvieron que recurrir a otros empréstitos con la banca nacional e internacional (verdaderos agiotistas “de cuello blanco” la mayoría de ellos), para poder construir algo. Ya que se tenía el concepto de que, si algún gobernante quería “pasar a la historia” en sus respectivos lugares, sólo podría cumplir esa meta realizando tal o cual obra, por faraónica e innecesaria que fuera.
“TAPARSE CON LA MISMA COBIJA”. –
Pero si el “sistema” del que estamos hablando operaba así a nivel nacional, cabe precisar que todas las entidades federativas eran, según el tamaño de su territorio y de su población, réplicas más grandes o pequeñas de aquel organismo mayor.
En ese contexto, cuando por excepción (o por falta de cuidado, o sobra de descaro) se “filtraban” hasta “la opinión pública”, las noticias de algún desfalco, de alguna desviación de recursos, o de cualquier otra de las trapacerías que amparados por el poder, solían cometer algunos de sus individuos más corruptos, rápidamente se movía el sistema para ocultar o minimizar los hechos, desacreditar a los denunciantes y cobijar a los individuos expuestos, forzándolos a “renunciar por motivos de salud” o, si podían “soltar la lengua”, dándoles un nuevo cargo en alguna otra parte de su enorme organigrama. Operando bajo el criterio de que todos tenían que “taparse con la misma cobija” y de que lo que unos hicieran por otro hoy, ése tendría que hacerlo por otros mañana.
En la contraparte de esto, cuando también surgían entre la sociedad algunos individuos o grupos o suficientemente capaces y valientes como para señalar los errores y las trapacerías que cometían los gobernantes y sus achichincles, los hacían vigilar y, llegado el caso, no dudaban en echarles lodo, en ejercer represión laboral en su contra, en apresarlos con cualquier causa infundada, o en desaparecerlos incluso.
Colima, en ese contexto, no podía ser (y no era) la excepción. Pero de ese caso particular tendremos que hablar en las colaboraciones siguientes.
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