Mitos, verdades e infundios, capítulo 23

EL DELATOR ERA EMPLEADO DE HIDALGO

Abelardo Ahumada

EL TESTIMONIO DE DON MARIANO. –

Al final del capítulo anterior dije que fue muy reveladora la orden que el arzobispo virrey dio en el sentido de que, “con letra clara y sumamente legible” deberían reproducirse dos copias de su decreto para que en cada pueblo o curato, una fuera colocada “en la puerta de las Casas Reales, y otra en la entrada” del templo, porque con eso podemos confirmar cómo era que se difundían las noticias y los documentos que emanaban las autoridades virreinales civiles, imitando en buena medida el sistema de comunicación que la Iglesia Católica de la Nueva España había adoptado desde que, a mediados del siglo XVI, comenzó a erigir sus primeras diócesis y parroquias, enviando mensajes “por cordillera”. Lo que equivale a decir que cuando un obispo tenía interés en que todos sus párrocos estuvieran enterados de cierta disposición suya, de alguna encíclica papal o de cualquier noticia de importancia, redactaba (o dictaba) el texto correspondiente, y luego lo hacía llegar con un “correo” a caballo, a la parroquia más cercana en equis dirección, desde donde, después de leer el mensaje y transcribirlo a su “libro de gobierno”, el señor cura tenía que firmar de enterado el original y remitirlo con ese mismo correo (o con otro) a la parroquia siguiente, y ése a la inmediata, hasta llegar a la última que por ese camino existiera. 

Un medio, sin duda, muy eficaz de comunicación, si tomamos en cuenta las condiciones de los caminos de aquella época.

Pero volviendo al tema que estábamos revisando, quiero recordar a los lectores que otro de los hechos que los historiadores mencionan como antecedente de la Guerra de Independencia de nuestro país se conoce como “la Conjura (o Conspiración) de Valladolid”, denunciada ante las autoridades virreinales de dicha ciudad por un participante miedoso en diciembre de 1809.

El asunto es que la mayor parte de cuanto se ha escrito al respecto equivale a capsulitas que muy poco o nada explican, y eso ha dado pie a que, los no muy abundante lectores de historia nacional, hayamos llegado a creer que la “conjura” ocurrió de manera un tanto aislada, sin vinculación con la que en septiembre del año anterior protagonizaron los integrantes del Cabildo de México y el virrey Iturrigaray ni, mucho menos, con la de Querétaro, descubierta en los primeros días de septiembre de 1810. Siendo que hubo entre todos esos eventos una relación de continuidad, como trataré de demostrar en los párrafos siguientes: 

Entiendo, sin embargo, que aun cuando algunos de los redactores de la historia oficial hayan tenido clara conciencia de lo que acabo de sugerir, no pudieron (o no quisieron), por trabajar a sueldo para la SEP y otras instancias, exponer todo lo que sabían, o que, obligados a cumplir con su cometido “educacional”, se quedaron en la superficie de ésta y otras tramas, sabedores de que ninguna autoridad superior podría llamarlos a cuenta de lo que escribieran o, porque, peor aún, sólo les estaba permitido hablar bien o mal, según el caso, de tales o cuales “héroes y/o traidores a la Patria”.


Fragmento del “Retablo de la Independencia”, de Juan O’ Gorman, relativo a los acontecimientos de 1808 y 1809.

Al enfrentarse a esa historia parcial o intencionadamente torcida, un gran maestro que tuvimos en el Seminario nos aconsejó que, sin demeritar algunos buenos compendios que ciertos admiradores de Clío han escrito, es preferible buscar la verdad histórica en las fuentes primarias de información. Por lo que, siguiendo su consejo, he estado tratando de volver a seguir la secuencia de todos esos hechos de conformidad con los testimonios y las narraciones que escribieron algunos individuos que participaron en ellos, o tuvieron la oportunidad de verlos de cerca, como les puede constar a los lectores que hayan leído los capítulos previos a éste.

Y, así, siguiendo con dicha práctica, hoy tengo especial interés en resumir para ustedes un escrito que don Mariano Michelena (uno de los implicados en “la Conjura de Valladolid”) redactó o dictó ya cuando Valladolid era Morelia y cuando la Nueva España se había convertido en México.

Este interesante señor, a quien se le reconoce el mérito de haber sido “precursor de la Independencia”, nació en la dicha Valladolid en 1772 y, siendo miembro de una familia con ciertos recursos, pudo estudiar derecho, pero se inclinó por la carrera de las armas y en 1806 pasó a formar parte de un Regimiento de Infantería acantonado en la ciudad de México, siendo trasladado después al Batallón de Jalapa, donde conoció y convivió nada menos que con Ignacio Allende y Juan Aldama, que también eran miembros de dicho regimiento. Un encuentro que lo vincularía para siempre con esa pareja de militares inicialmente realistas, aunque, por paradójico que nos pueda parecer, resulta que Michelena nunca logró pelear en la Guerra de Independencia de México, sino en tierras españolas, en contra de los invasores franceses y a favor de la Independencia de “la Madre Patria”, como lo podrá comprobar cualquier lector interesado que decida ahondar más en su biografía.

Pero lo que en este momento vale la pena resaltar sobre la vida y obra del general (y ex ministro de guerra) Mariano Michelena fue que, en octubre de 1809, siendo nada más teniente, recibió órdenes de irse hasta Valladolid con el propósito de buscar reclutas entre sus paisanos y conocidos para reforzar el regimiento de Jalapa. Encontrándose con unas circunstancias que cambiarían su vida, ya que justo por aquellos días, su hermano Nicolás y otros paisanos suyos, muy enterados de lo que había ocurrido en España en marzo de 1808, y de lo que en septiembre de ese mismo año había ocurrido en la capital del virreinato, estaban más que inconformes con las decisiones que tomó “el partido español” y, no deseando que los militantes de éste los avasallaran, solían reunirse en algunas casas para para ver el modo de levantar gente y hacer acopio de armas, con el propósito de mantener a la Nueva España independiente a la Corona que ceñía José Bonaparte, y de “conservar su territorio para Fernando VII”.

 

Don Mariano Michelena, teniente del Regimiento de Jalapa en 1809, participó en la “Conjura de Valladolid”, y sobre de ello escribió algunos años después. Falleció en 1852.

Su texto, que aparece como el Documento #1 del Tomo II de la Colección de Documentos de la Independencia de J. E. Hernández Dávalos, es un escrito un tanto difícil de entender, porque no tiene la puntuación a la que estamos acostumbrados; porque le faltan algunas preposiciones que sirvan como conectores; porque utilizó una sintaxis muy particular y porque está lleno de abreviaturas que es necesario “desatar”. Así que me tomé la libertad de resumirlo lo mejor que pude, tratando de hacerlo más inteligible a los lectores de hoy, dejando sólo algunas frases suyas entre comillas y acotando lo que consideré necesario acotar:  

“Al tiempo de la prisión del Virrey Iturrigaray, los que apoyaban lo hecho” en su contra hacían creer (dice “valer”) “que éste trataba de sublevarse y apoderarse del Reyno” mientras que sus “partidarios […] opinaban que no era creíble tal intención”.

“[Pero, al actuar de ese modo] los enemigos de Iturrigaray, ciegos por el celo de la obediencia a España, fueron los primeros que nos hicieron comprender [a los criollos] la posibilidad de la Independencia y nuestro poder para sostenerla”.

“[La] idea era muy lisonjera [y] pocas reflexiones y poquísimo trabajo costó propagarla [… Pero] en septiembre de 1809 […] los europeos [comenzaron] a vigilarnos e intimidarnos [y, en consecuencia, comprendiendo] nuestro peligro, nos reuníamos frecuentemente para comunicarnos nuestras observaciones y discurrir los medios para asegurarnos y seguir adelante”.

“Los ligados íntimamente éramos don José Ma. Obeso, capitán del Regimiento de Milicianos de Valladolid; fray Vicente Santa María, religioso franciscano; el Lic. D. Manuel Ruiz de Chávez, cura de Huango; D. Mariano Quevedo, comandante de la Banda de la Nueva España que estaba allí; mi hermano, el Lic. José Nicolás; el Lic. Soto Saldaña y yo […] Pero teníamos relaciones y comisionados en otros pueblos y ciudades como Pátzcuaro y Querétaro. Siendo esta última ciudad a donde yo fui, “para encontrarme con [Ignacio] Allende, mi antiguo amigo, al que cité para aquel punto”. Habiendo enviado también comisionados a Zitácuaro, Uruapan y San Miguel el Grande. A donde fue  Abasolo para hablar con Aldama, “que no pudo venir”, pero que mandó decir que “él y Allende estaban al corriente de todo”.

Sigue explicando que al iniciar diciembre los españoles ya los tenían muy vigilados y que, para entramparlos, buscaron al padre Santa María porque sabiendo que era un hombre “muy exaltado”, lo “picaron” y él “se explicó muy fuertemente sobre la independencia” de la que habíamos hablado en nuestras reuniones. Por lo que “las sospechas que había contra nosotros” se avivaron y, los que “picaron” al fraile fueron con el gobernador de los franciscanos a llevarle el chisme, ordenando éste que, en lo sucesivo quedara como preso “en el convento del Carmen”, negándosele todo tipo de comunicación con el resto del grupo.


La “Conjura de Valladolid” tuvo varios regimientos implicados y algunos de sus protagonistas entraron en contacto con Allende, Aldama y Abasolo.

Todo eso alertó a los criollos ‘conjurados’, pero como eran “inexpertos” (e “inocentes”) en materia política, y creían que estaban actuando bien al pretender luchar contra los eventuales invasores franceses, no se precavieron de las intenciones que tenían en su contra los miembros del partido español.

El plan era levantarse todos el 21 de diciembre, y sobre de eso ya estaban alertados un tal “Rosales, que era el cacique a quien reconocían los pueblos de los indios en la provincia”, y los “regimientos de milicias” de Maravatío, Querétaro, Zinapécuaro, Pátzcuaro y la propia Valladolid. Pero uno de los paisanos que se apellidaba Correa (que no asistía mucho a las juntas y no conocía todos los detalles, ni los nombres de los participantes foráneos),  “asustando con la prisión de Santa María”, los delató antes con Lexarsa, “Comandante de Armas de Valladolid”, quien, siendo el jefe militar de todos los oficiales implicados, “nos citó en el momento a su casa […] Y nosotros, en vez de echar mano de la fuerza o de la fuga, resolvimos ir a su llamamiento”, pero fuimos detenidos “conforme íbamos llegando”. Mientras que, a la misma hora, su hermano y todos los demás civiles de Morelia y Pátzcuaro eran también capturados.

A la postre, no hubo delito que se les pudiera probar, pero sigue diciendo Michelena que “el Arzobispo Virrey Lizana mandó cortar la causa, destinando a García Obeso a San Luis, a mi hermano a México y a mí a Jalapa”, quedando los demás compañeros en libertad, pudiendo algunos, ya más experimentados con lo sucedido, “continuar con sus trabajos en Querétaro hasta que fueron denunciados, y a punto estuvo de ser víctima el benemérito Corregidor D. Miguel Domínguez […] Habiendo tenido posteriormente noticia de que en San Miguel, Allende, Hidalgo y compañía se pusieron en defensa y comenzaron la guerra con el Regimiento de que era capitán Allende”.

Otro detalle muy significativo, en el que Michelena evitó, sin embargo, anotar el nombre de la persona aludida, se refiere a que por aquellos días había en Valladolid “un criollo que aun cuando nos trataba continuamente, nos era sospechoso [y…] nos hizo grande daño” aunque “después sirvió decisivamente a la independencia”. No siendo otro aquel criollo más que el posteriormente muy controvertido Agustín de Iturbide. Mismo que “una vez descubierta la conjura fue enviado a capturar” al individuo que la denunció, y que se llamaba “Luis Correa, administrador de la hacienda de Jaripeo, propiedad del cura de Dolores”.


Ecos de aquellas acciones se perciben en esta colección de documentos “arreglada” en 1911.

REBOTES DE “LA CONSPIRACIÓN DE VALLADOLID” EN COLIMA Y SUS ALREDEDORES. –

Todos estos datos, eminentemente testimoniales, nos permiten entender con claridad que, como dije arriba, “hubo una relación de continuidad bastante profunda entre todos esos acontecimientos”. Acontecimientos de los que parecen haber estado muy bien enterados, no sólo el futuro “Padre de la Patria”, sino muchos otros criollos que desarrollaban sus vidas desempeñándose como curas, empleados de gobierno y del comercio, militares, arrieros, mineros, leñadores y toda clase de oficios. 

Al llegar a este punto debo hacer notar que aun cuando las parroquias y los ayuntamientos de los pueblos de la Provincia de Colima quedaron subordinados a la Intendencia de Guadalajara a partir de septiembre de 1795, es indudable que, a sólo 15 años de ese suceso, seguían manteniendo vínculos cercanos con los pueblos y las parroquias de Michoacán, puesto que de aquel Obispado habían dependido durante más de dos siglos y medio.

Y colateral a esto último, quiero resaltar que la mayor parte de los curas que dirigían las vidas de los habitantes de esa provincia costeña, habían estudiado en el Colegio de San Nicolás. Siendo por ello bastante lógico suponer que las noticias sobre la “Conjura de Valladolid” y el prendimiento de sus notables participantes llegaron también a todos los pueblos vecinos de Nueva Galicia y Colima, ya sea porque fueron transmitidas por medio de la dicha “cordillera”, o porque las fueron difundiendo los esforzados arrieros del Camino Real.

Suposición (o inferencia) que hago tras de haber tenido la oportunidad de revisar también la “Selecta compilación de documentos históricos sobre los principales acontecimientos político-militares que ocurrieron en Colima y otros varios puntos de la República, desde el Inmortal Grito de Dolores hasta la entrada del Ejército Trigarante en México”, ‘arreglada y anotada’ (sic), por don José María Rodríguez Castellanos, director del Archivo Municipal de Colima, en 1911, con motivo del Primer Centenario del Inicio de la Independencia. Compilación interesantísima de la que estaremos comentando en algunos de los capítulos posteriores.

Continuará.


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