VIENTOS DE GUERRA
Abelardo Ahumada
UN TESTIGO DE PRIMERA FILA. –
En el Capítulo 18 cité de manera breve el Tomo II de la “Historia Particular del Estado de Jalisco’, escrita y publicada por don Luis Pérez Verdía en 1910, con motivo del Primer Centenario del Inicio de la Guerra de Independencia. Pero no mencioné que su autor fue uno de los más cultos y brillantes historiadores y jurisconsultos tapatíos de finales del siglo XIX, ni que nació en abril de 1857, cuando sólo habían transcurrido 46 años de iniciada la Guerra e Independencia y 35 de haber sido concluida.
De manera complementaria hoy debo advertir que cuando él escribió la nota preliminar a ese segundo tomo, no sólo mencionó a los primeros historiadores del siglo XIX que enfocaron su estudio en el análisis de dicho episodio en nuestro país, sino que describió sus obras, habló de sus características, mencionó sus aciertos y sus equivocaciones, y se atrevió a decir que “sobre la relación particular de ese periodo en Jalisco […] nadie se ocupó de hacerla”. Por lo que, habiendo descubierto tal vacío en la historia local, en 1876 él se decidió a escribir sus primeros “Apuntes sobre la Guerra de Independencia en Jalisco”. Libro al que a principios de 1908 calificó de primerizo, incompleto y con algunos errores. Apreciación que lo llevó entonces a escribir una versión más analítica y detallada de los hechos que reseñó inicialmente.
Pérez Verdía estuvo dos años en el Seminario Conciliar de Guadalajara pero lo dejó para estudiar Derecho y, en la época en que inició la reescritura del libro en comento, ya había realizado una espectacular trayectoria como maestro de Historia, catedrático en varias materias de su especialidad, autor de más de diez libros, diputado local y federal y precandidato incluso a la gubernatura de Jalisco, por lo que, no teniendo necesidad de cobrar un sueldo y estando próxima la conmemoración del Primer Centenario de la Independencia, se dedicó a trabajar de tiempo completo en la investigación y la redacción de ese nuevo texto, que no sólo abarcó el periodo de la Independencia, sino desde la época prehispánica, y se publicó en tres tomos con el título: “Historia Particular de Jalisco”.
Saltándonos lo que corresponde al primer tomo, diré que es en el segundo donde aparecen los muchos datos relativos a la Independencia en Jalisco junto con una señal de humildad intelectual, puesto que -dice- la mayoría se los brindó su tío José Luis Verdía, Deán de la Catedral de Guadalajara, hombre “amantísimo de los estudios históricos, dotado de una gran capacidad intelectual, un recto juicio y de una memoria verdaderamente fabulosa”, que fue como su segundo padre. Un individuo que, habiendo nacido en Guadalajara en 1798, no sólo fue testigo de los acontecimientos que dicha guerra produjo en la ciudad y sus alrededores, sino que, más tarde, cuando ya era un clérigo adulto y con inicial renombre, “conoció al Cura Mercado, trató a don José de la Cruz, que comía frecuentemente en su casa; al Gral. [Pedro Celestino] Negrete; al Ilustrísimo Señor [Obispo Juan Ruiz de] Cabañas, de quien recibió las órdenes sagradas”, así como a otros individuos que participaron en ambos bandos de la contienda, como “Gordiano Guzmán; el Gral. [Nicolás] Bravo; Prisciliano Sánchez y varios de los primeros gobernadores de Jalisco”.
La tradición oral ha sido siempre una buena fuente auxiliar de la historia, y las señales biográficas que don Luis nos da sobre la personalidad de su tío nos dicen que en este caso el historiador contó con el invaluable apoyo de una persona que “presenció los principales acontecimientos del siglo y tuvo conocimiento exacto de cuanto fue notable”. Lo que equivale a decir un testigo de primera fila.
GUADALAJARA Y COLIMA EN LOS ALBORES DEL SIGLO XIX. –
Gracias, pues, a los detalles que consiguió de primera mano, Pérez Verdía obtuvo una especie de “retrato hablado” la ciudad de Guadalajara a principios del siglo XIX, y nos hizo saber que por aquellos años tenía alrededor de 35 mil habitantes; que las clases sociales en ella estaban tan divididas como en el resto de la Nueva España, y que, por ejemplo, los miembros de “la clase media, que era la más numerosa [y… la de mejores costumbres, la más sociable, laboriosa y alegre], no tenían abiertas las puertas para entrar a la administración [pública] ni para ascender en la escala social”. Por lo que “sus necesidades eran exiguas” a causa de no poder más.
Todo eso mientras que “la clase rica [en su mayoría integrada por peninsulares o criollos de la primera generación] vivía en grande aislamiento, porque sólo se trataba con sus iguales; imitaba las costumbres españolas y era muy ignorante y altiva, aunque gustaba de socorrer a los menesterosos”. Clase social, esta última, en la que por lo regular se hallaba la población india, pobre, supersticiosa y sometida, y para la que los sacerdotes eran seres superiores y los agentes del rey eran autoridades infalibles.
En ese abigarrado contexto -agregó don Luis- “los españoles ricos se apegaban a las instituciones coloniales que les garantizaban los monopolios, los privilegios y la más irritante supremacía; los criollos y los indios se veían alejados de los puestos públicos, oprimidos y vejados mantenían un odio latente contra aquellos que los dominaban y se enriquecían a costa de su trabajo y sus legítimos derechos”, propiciándose un antagonismo lógico “que se desarrolló violentamente en los últimos quince años”.
Y por lo que corresponde a la Villa de Colima y sus pueblos y ranchos (de cuya descripción ya me ocupé con algún detalle en el Capítulo 11), ni la vida ni las condiciones sociales era muy diferentes, salvo, quizá, por el hecho de que, siendo el medio natural tan pródigo, no “asomaba el hambre” ni en el rostro de los más pobres. Condición que no impedía, sin embargo, que también se hiciera presente un antagonismo similar al que mencionó el historiador tapatío, puesto que seguían existiendo esclavos, y los indios continuaban siendo mano de obra barata para los españoles que poseían las mejores tierras, la mayoría de las plantaciones, los ranchos ganaderos y hasta las salinas que otrora habían sido propiedad exclusiva de los indios.
Por otra parte, y hablando ya de lo referente a las enemistades que durante 1808 y 1809 se hicieron cada vez más evidentes entre los integrantes del partido español absolutista y el partido criollo, deseoso de que se les tomaran en cuenta, el tío canónigo le hizo saber al sobrino historiador que, en Guadalajara: “Se hablaba en todas partes, en la sacristía, en la antesala de la Audiencia, en los corredores del episcopado, en la botica de Arespacochaga, [pero] siempre con cautela, con embozo, con miedo, de la revolución, de la guerra de España, de la soberanía popular, de los derechos legítimos del rey […] de la independencia provisional del Reino’ y, según algunos de los documentos que coleccionó don Juan Evaristo Hernández y Dávalos, sabemos que todo eso también no sólo ocurría en la capital regional, sino en Zacatecas, Aguascalientes, San Juan de los Lagos, Arandas, Tepatitlán, Zapotlán, Colima y todos los demás pueblos de la Nueva Galicia.
Pero, pese a todo lo dicho, debo añadir que, tal vez por haberse concentrado en el análisis de lo que sucedió en su querida ciudad, Pérez Verdía no hizo ninguna mención de la “conjura” o Conspiración de Valladolid y sus antecedentes y consecuencias, aunque, por otra parte, parece haber llegado a la misma conclusión que aquéllos, ya que desde su perspectiva señaló que “los acontecimientos ocurridos en 1808 vinieron a poner en efervescencia a la Nueva Galicia”. Donde “lo mismo que en todo el Virreinato, esas pasiones adormecidas o, mejor dicho, reprimidas por la tiranía que no toleraba el ejercicio de ningún derecho político”, se manifestaron ya sin rubor, pero con algo de miedo. Precisando también que “la disgregación social” a que había hecho referencia, se evidenció con mayor fuerza en Guadalajara a partir de que llegó ahí la noticia de que “unos cuantos mercachifles españoles lograron en un instante deponer al virrey”.
“Pugna imprudente” -acotó- que sirvió para “iniciar a los criollos en las conspiraciones; para enseñarles el camino de la revolución; para mostrarles, en fin, la debilidad de las autoridades”.
LOS PAPELES DE DON JOSÉ MARÍA. –
Contemporáneo de don Luis Pérez; con similares inquietudes respecto a cuanto habría podido suceder en su tierra durante los álgidos años que estamos revisando, aunque con menor capacidad y una formación más limitada, radicaba en Colima don José María Rodríguez Castellanos. Un individuo amante del conocimiento del que, sin embargo, aun cuando me he puesto a indagar sobre su origen, ignoro dónde y cuándo nació, pero sí sé que en 1910 era el director o encargado del Archivo Municipal de Colima.
Y si lo menciono es porque hay suficientes indicios que nos hacen creer que dedicó un buen rato de su vida a buscar cuanto documento pudiese existir en ese acervo, relacionado con el tema de nuestro estudio.
Por otra parte, tras de haber leído ya varias veces la introducción de la única obra que le conozco, lo percibo como un ciudadano imbuido por un “alto sentido patriótico”, de tono más bien romántico, como solían ser algunos de los poetas mexicanos de finales del siglo XIX.
Pero, independientemente de cómo haya sido el señor Rodríguez, todo parece indicar que, como resultado de aquel singular esfuerzo, el 16 de septiembre de 1910 don José María puso el punto final de la nota introductoria de un libro al que tituló “Colima y la Guerra de Independencia, 1810 – 1821”.
Libro que no sabemos por qué no lo pudo publicar ese año, ni por qué sólo pudo imprimir unos cuantos ejemplares ya entrado 1911. Pero al haber alcanzado tan corto tiraje su libro no tuvo difusión suficiente y su contenido tampoco llegó al conocimiento del público lector de aquellos años.
En relación con esto último tengo la hipótesis de que como en 1911 el estado de Colima se vio también inmerso en la convulsión político-militar que derivó de las elecciones amañadas de 1910, y hubo dos cambios de gobierno estatal en mayo y en julio de ese mismo año, las autoridades locales no tuvieron ni tiempo, ni ganas, ni recursos para enviar a la imprenta el libro de don José María, y éste tuvo que contentarse con mandar imprimir unos cuantos ejemplares, y la mayoría de los colimotes que vivieron en aquellos días ni siquiera se enteraron de su existencia.
Como derivación de ello afirmo que si nuestros abuelos hubiesen podido conocer ese libro, se habrían enterado de que también en Colima hubo mucha gente que se involucró en los dos bandos que pelearon durante las luchas por la independencia, pero como fueron muy reducido el número de los que se imprimieron, y las noticias que producían los revolucionarios y los federales eran inmediatas y más fuertes, no hubo muchos paisanos que tuvieran interés por saber lo que había ocurrido cosa de cien años atrás, y en la mente de todos ellos se afianzó la idea de que, exceptuando unos cuantos zafarranchos y pequeños combates acaecidos al principio de aquella gesta, en Colima no había ocurrido gran cosa durante la Guerra de Independencia. Pero ¿realmente fue así?
Una prueba de que dicha idea se convirtió en una convicción equívoca que compartieron nuestros abuelos, se puede percibir en las “Advertencias Preliminares” que en 1923 redactó el doctor Miguel Galindo Velasco, para presentar el primer tomo de sus “Apuntes para la historia de Colima”. Texto en el que aun siendo él uno de los hombres más bien informados del acontecer local, anotó que, así como no hubo aquí -desde su perspectiva- grandes acontecimientos que referir durante la época prehispánica, todo lo que sucedió después, no fue “otra cosa [más] que el eco de las estruendosas catástrofes verificadas en la Mesa Central”. Siendo que Colima fue un foco importante de la insurrección y escenario de varias interesante batallas.
VIENTOS DE GUERRA. –
El libro de don José María nos representó, sin embargo, un escollo histórico difícil de superar, deshacer y entender, porque el documento con que inició su colección aparece fechado el 19 de septiembre de 1810 en Guadalajara y lleva, por parte de su descubridor un encabezado que dice: “Primeras providencias del Gobernador de Guadalajara contra el movimiento de la insurrección iniciada por el inmortal Cura de Dolores, Bachiller don Miguel Hidalgo y Costilla”.
A primera vista tanto el fechamiento como el encabezado no parecen tener nada irregular, pero si recordamos que el famoso “Grito” se llevó a cabo ya casi para iniciar la primera misa del domingo 16 de septiembre, y que por entonces no había teléfonos, ni telégrafos, sino correos a caballo que iban por los caminos reales, ¿cómo podría haber sido posible que don Roque Abarca, Intendente y no Gobernador de Guadalajara, se hubiese enterado tan pronto, y hubiera decidido enviar al subdelegado de Colima la rapidísima advertencia?
El documento en cuestión dice a la letra lo siguiente:
“Señor Subdelegado de Colima [don Juan Linares]. Conviene mucho al servicio de Dios y del Rey que esté Ud. muy a las miras de que no se existe alguna conmoción por los emisarios de Bonaparte, y que a este fin visite Ud. con frecuencia los mesones y haga que le den los mesoneros la [lista, o los nombres de la] gente que entra y con qué fines; reconociendo Ud. de noche en las rondas, muy escrupulosamente, a las gentes de todas clases que encuentre, dándome avisos oportunos de las resultas de las partes y observaciones, en la inteligencia de que lo hago a Ud. responsable de la menor omisión en el partido a su cargo… Dios guarde a Ud. muchos años. Guadalajara, Septiembre 19 de 1810, Roque Abarca”.
Y si nosotros observamos bien, resulta que no hay en ese aviso de advertencia ningún señalamiento que tenga que ver “con el Inmortal Hidalgo” y su gente. ¿Qué habrá sido, entonces, lo que hizo que don José María incurriera en ese grave error?
De eso hablaremos en el próximo capítulo.
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