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Colima y los alrededores de los Volcanes en septiembre-diciembre de 1810
Décimo octava parte
Abelardo Ahumada
HACINAMIENTO, INSALUBRIDAD E INSEGURIDAD. –
Tenemos noticias de que si la entrada de Hidalgo a Guadalajara fue “apoteósica”, llena de “vivas”, altos honores y grandes ceremoniales, no tardó mucho para que la cotidianidad de la entonces pequeña urbe se volviera un caos, en la medida de que, habiéndose sumado a la gente de Torres, Huidobro y Gómez Portugal el enorme conjunto que llegó acompañando al ex cura de Dolores, la población ordinaria prácticamente se cuadruplicó, generando con ello que “la planta urbana se saturara y el sobrecupo paralizara casi todas sus actividades”.
“Esta muchedumbre y alrededor de treinta mil caballos (¡treinta mil caballos!) que se distribuyeron en los atrios de los templos, en las plazas públicas, en las calles y las afueras de la ciudad, impidieron que las familias tapatías salieran a comprar alimentos, visitar los templos o arreglar algún asunto particular. El hacinamiento llegó a tal grado que un soldado insurgente, en una carta interceptada por los realistas, le decía a su esposa: ‘Estamos como los panes de jabón en el guacal prensados”.
“[…] La concentración de tanta gente trastocó el sistema de abasto; el maíz almacenado en la alhóndiga y el depósito se agotó, por lo que fue necesario obligar a los dueños de ranchos y haciendas aledañas a enviar lo que tenían guardado en sus trojes para alimentar a los rebeldes. [Y] como es de suponer, en las semanas siguientes se escaseó el grano alimenticio, la carne y otros productos ya no pudieron ser adquiridos con facilidad y se elevaron los precios de éstas y otras mercancías”.
“A los problemas de alojamiento y alimentación hay que añadir el de la insalubridad por la acumulación de heces humanas y las de los caballos. Según algunos reportes el olor pútrido que cubrió la ciudad se volvió insoportable. Y no menos grave fue la inseguridad, porque en las noches se cometían muchos robos y asaltos a casas y pequeños establecimientos comerciales”. (Olveda Legaspi, Jaime, “Guadalajara arrollada por la insurrección”, artículo publicado en el número 94, de la revista “Relatos e historias en México”, 2007, p. 52-53).
EL REENCUENTRO DE TRES AMIGOS. –
Siguiendo con la descripción de pequeños detalles que nada (o muy poco) tuvieron que ver con los desplantes heroicos que tanto les gusta resaltar a los historiadores oficialistas, quiero añadir hoy que cuando los insurgentes que tomaron la Villa de Colima se encaminaron a Guadalajara, llevaban con ellos, en calidad de presos (o de secuestrados para pedir rescates) 20 “europeos” (de los que algunos en realidad eran criollos locales) y una gran cantidad de mulas y caballos que extrajeron de las haciendas cercanas, dejando tras de sí la impresión de que, antes de haber nombrado al comisionado de los bienes europeos, se habían dedicado a saquear todas las tiendas del pueblo, y las casas de los mismos españoles que llevaban en su poder.
Independientemente de eso sabemos que, tras de su propia llegada a dicha ciudad, el padre José Antonio Díaz, capellán del ejército insurgente que capitaneaban Rafael Arteaga y José Antonio Torres, hijo, buscó el modo de entrevistarse con su también viejo amigo y compañero Hidalgo; de quien seguramente después de haber charlado un rato, recibió la comisión de trasladar desde Salagua, el puerto de Colima, hasta Guadalajara “los cañones que habían embarcado en San Blas” (declaraciones personales en el “Juicio de Infidencia” que se le inició en diciembre de 1814); aunque posteriormente se supo que no los embarcaron, sino que se los trató de llevar por tierra la gente del padre Mercado.
De ese encuentro resultó también el nombramiento de “proveedor general de ejército” y su actuación posterior como “como consejero del movimiento”. (Lameiras, “Colima, Monografía Estatal”, p. 160) Aunque, por otra parte, explicó que aprovechando la oportunidad abogó ante Hidalgo para pedir que indultara “a uno de los europeos de Colima”.
Y ya que mencionamos este último dato, cabe señalar que las noticias de la llegada del ejército de Hidalgo a Guadalajara no tardaron más de cuatro días en llegar a dicha villa, en donde los integrantes del “nuevo gobierno” estaban siendo constantemente requeridos por las esposas, amigos y familiares de los españoles presos para que fueran a Guadalajara para tratar de rescatarlos con vida.
Gracias a los documentos que de aquellos días logró rescatar don José María Rodríguez Castellanos, sabemos que tanto las autoridades mencionadas como algunos de los vecinos principales pensaron que la única persona que podría abogar por los prisioneros era el padre Francisco Vicente Ramírez de Oliva, antiguo párroco de Almoloyan y Colima, que había forjado una buena amistad con el padre Hidalgo cuando éste también fue párroco de allí. Y fueron a platicar con él.
En aquellos días, el padre Ramírez de Oliva, “nacido en Colima en 1754, y ordenado sacerdote a título de lengua mexicana hacia 1781” (Vázquez Lara Florentino, “Colima Levítico”, 1996, p. 7) ya tenía dos años de haberse retirado del servicio activo en el sacerdocio porque se hallaba enfermo y vivía de sus rentas, teniendo como propiedades una casa en la Villa y una huerta y un potrero. (Rodríguez Castellanos, apuntes correspondientes a 1811, varias páginas).
De cualquier modo escuchó a los peticionarios con atención y, siendo un individuo sensible y caritativo, pese a sus achaques se dispuso a realizar el pesado viaje de cinco días en bestia hasta la ciudad de Guadalajara; llevándose consigo algunas cartas, obsequios y dinero en efectivo que las esposas de los prisioneros le dieron para que se los entregara en caso de poder verlos y/o liberarlos.
A manera de presentación (que no necesitaba), el padre Francisco Vicente llevó también consigo una carta que los miembros del Ayuntamiento de la Villa de Colima decidieron enviar a “Su Excelencia” tras sesionar la mañana del 3 de diciembre. Carta que por ser muy reveladora del tratamiento que le daban al ex cura de Colima, volveré a sacar a la luz:
“Excelentísimo. Señor:
“El Ayuntamiento de esta Villa de Colima, a saber: su actual Subdelegado Presidente, D. José Sebastián Sánchez; el Alcalde de primera elección, D. José Vicente Dávalos; el de segunda D. Tiburcio Brizuela; Los Diputados D. José Mariano Diaz, Teniente de una de las Compañías de esta División de Milicias del Sur, D. Felipe Ánzar y D. Antonio Moreno; y el Síndico Procurador D. Marcos Silva: Sabedores del arribo de Vuestra Excelencia a esa Capital, hemos deliberado que el Sr. Bachiller D. Francisco Ramírez de Oliva, Cura que fue del pueblo de San Francisco Almoloyan y de esta vecindad, que pasa a esa corte, rinda a V. E., a nombre de este Cuerpo, los debidos honores de homenaje, reconocimiento, subordinación y obediencia como a nuestro Generalísimo Padre Superior y Jefe Universal de esta América y de esta villa, que por felicidad nuestra goza el honor, la dicha y privilegio de estar humildemente sujeta bajo las órdenes y disposiciones superiores de V. E., como voluntariamente se sujetó y rindió el día 8 del próximo pasado Noviembre con el deseo consiguiente del práctico conocimiento que los más de estos moradores tenemos de las sublimes circunstancias y cualidades que adornan y caracterizan la persona de V. E. cuando fue Pastor Espiritual de este rebaño”.
“Suplicamos a la benignidad de V. E. con el mayor rendimiento, se sirva admitir esta demostración de nuestro reconocimiento y vasallaje y de tenerlo presente para la imposición de sus superiores preceptos, que veremos y obedeceremos siempre con la mayor consideración y respeto”.
“Dios guarde la importante vida de V. E. muchos años para amparo, seguridad y defensa de esta América”. (Rodríguez Castellanos, p. 66).
Si se lee con cuidado, la carta revela el tamaño de la impresión que las autoridades de aquella villa tenían sobre el avance del movimiento independentista, sobre el miedo de sus integrantes y el acatamiento que le manifestaron al prócer, como si ya fuese la máxima autoridad de la Nueva España y no existiera el virrey.
Su contenido, por otra parte, no menciona la comisión que el padre Ramírez de Oliva llevaba, pero algunos otros documentos de esa misma colección sí, aparte de que nos dicen, por ejemplo, que como no había lugares en donde buscar hospedaje en Guadalajara, recurrió a una casa de amigos en la que estaba también, circunstancialmente viviendo, otro sacerdote colimote que se llamaba José María Silva, quien lo acompañó a buscar al cura Hidalgo (Rodríguez Castellanos, p. 139-140). Y ya que hablamos de este asunto, conviene saber que:
“Veinte fueron los españoles de Colima cuyas personas y bienes cayeron en poder de los insurgentes: Capitán D. Francisco Guerrero del Espinal, D. Tomás Bernardo de Quiroz, D. Alejo de la Madrid, D. Hilario Porrero de Mier, D. Pedro Sánchez, P. José Fernández Peredo, D. Julián García de la Mora, D. Juan García Ciaño, D. Hipólito Gutiérrez, D. Manuel Galíndez, D. José Arenas, D. Jerónimo de la Maza, D. Juan Linares, D. Plácido Diaz D. Modesto de Herrera, D. Julián de Izedo, D. Jenaro Mestas, D. Francisco Miranda, D. José Elías Vallejo y su hermano D. Hilario”. (Ibidem, p. 102). La mayoría hacendados y comerciantes; siendo muy de notar el Capitán Guerrero, jefe de las Milicias del Sur y el ex subdelegado Linares.
Desafortunadamente el padre Ramírez llegó un poco tarde a Guadalajara, o no logró entrevistarse pronto con ya su encumbrado amigo, puesto que sólo pudo salvar a nueve de los veinte prisioneros que buscaba.
Con relación a esos lamentables hechos se sabe que fue durante la noche del 12 a 13 de diciembre cuando “el torero Marroquín llevó secretamente a los europeos presos a las barrancas próximas a la ciudad, para degollarlos y descuartizarlos”. (Meyer, Hidalgo, p. 49). Y apuntalando esta información, un historiador tapatío escribió: “Agustín Marroquín, sádico bandolero y sedicente torero, preso hasta la llegada de Hidalgo a la ciudad, fue [el] verdugo de tan inhumanos actos”. (Fregoso, p. 56-57).
Al enterarse de algunas de esas muertes y de las de algunos de sus amigos, el padre Ramírez entristeció y asumió una posición crítica respecto de su colega Hidalgo, no sólo porque conocía y había tratado durante años a la mayor parte de las víctimas, a quienes presumía inocentes, sino porque entre los decapitados estaba Alejo de la Madrid, sobrino suyo.
En ese contexto, sin embargo, y luego de haber logrado que su famoso compañero indultara a los nueve que quedaban vivos, el 18 de ese mismo mes, antes de que se fuera de regreso a Colima, y tomando en cuenta el conocimiento de su honestidad que de él tenía, Hidalgo volvió a platicar con el padre Ramírez (en presencia del también cura José María Silva), para pedirle que lo apoyara en la Villa de Colima y sus alrededores fungiendo como el nuevo “Depositario de los Bienes de Europeos”.
En interrogatorios posteriores en que Ramírez y Silva se vieron obligados a participar por separado, sus versiones coinciden en el sentido de que el primero se negó inicialmente a recibir tal nombramiento, y que si finalmente lo aceptó “fue porque no pudo resistir a las instancias y persuasiones del Cura Hidalgo”, y porque creyó que al “admitir el encargo de la Depositaría” tendría oportunidad de influir para “conseguir la libertad y defender los intereses” de los europeos. (Ibid., p. 140).
La aceptación dicho nombramiento llevaba implícita la destitución de don Martín Anguiano como primer depositario, y así se lo hizo saber Hidalgo a éste en un oficio anexo que desde Guadalajara le envió con Ramírez:
“El Capitán D. Martín Anguiano hará entrega por formal inventario de los bienes que tenga en su poder pertenecientes a europeos, al Bachiller D. Francisco Ramírez para que su merced los realice (los venda) y remita su importe a la mayor brevedad, sin que se entienda en el citado Anguiano mal manejo ni falta de conducta”. (Ib., p. 74).
Complementariamente se sabe que cuando regresó a Colima y fue requerido por las esposas de los prisioneros, a diez de ellas que no le quedó más remedio que informarles de su nueva condición de viudas, pero que, a su sobrina Micaela Escamilla, esposa de Alejo de la Madrid, tal vez por quererla mucho, o ser ella demasiado nerviosa, no se atrevió a decirle que lo habían asesinado, comentándole nada más que “las muchas borucas de Guadalajara” y sus “otros negocios no le habían permitido ver a D. Alejo”. (Id., p. 147).
OTROS PROCEDERES QUE SE CONSIDERAN DESATINADOS. –
Entiendo que al referir todos esos detalles de carácter nimio en una “historia nacional” les pueda parecer a ciertos lectores una pérdida de tiempo, pero como me interesa documentar también la parte “humana” de aquella cruenta guerra, los saco a colación porque nos muestran el grado de sufrimiento, abnegación, soledad y pobreza que muchos de nuestros antiguos paisanos tuvieron que enfrentar en aquellos días (y años), a causa de ser víctimas o participantes directos de tan sangriento conflicto.
Colateralmente, y con el ánimo de tal vez revindicar los desatinos cometidos por el cura Hidalgo en Guadalajara, los historiadores oficialistas han procurado resaltar el hecho de que el día 29 de noviembre, como un acto de soberanía publicó un bando decretando la abolición de la esclavitud y la desaparición de algunas cargas impositivas que consideraba injustas.
Acción que por supuesto no pretendo demeritar, aunque la lectura atenta de otros documentos que esos mismos historiadores o no conocían, o quisieron ocultar, nos muestran cómo fueron cambiando el ánimo y la perspectiva del líder de la insurrección; quien ya para esos días, como lo confesó meses después en Chihuahua, no sólo había dejado de mencionar a Fernando VII en sus proclamas, sino que se hallaba envuelto en una especie de frenesí que le nubló la cabeza y le impedía medir, digamos, las consecuencias de sus actos, como el de nombrar a don Pascacio Ortiz de Letona embajador con todo el poder “para celebrar tratados de alianza y comercio con los Estados Unidos de América”. (Hernández Dávalos, T. II, p. 297-298) Siendo que el país que Hidalgo estaba imaginando gobernar no había nacido aún, y menos podría tener el reconocimiento de la potencia nombrada.
Continuará.
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