Mitos, verdades e infundios de la Independencia de México, Capítulo16

EL CURA DE COLIMA, ENEMIGO DEL PADRE HIDALGO

Abelardo Ahumada

ACUSADOR Y ACUSADO. –

Antes de que nos adentremos a conocer algunos de los más interesantes acontecimientos que se suscitaron en nuestra región durante los días en que dieron inicio las luchas por la Independencia, conviene saber que en la Villa de Colima y su parroquia había, desde varios años antes, un sacerdote muy capaz que estaba enemistado con el señor cura Miguel Hidalgo y Costilla y que cuando se inició el movimiento luchó con gran fuerza para llevarle la contra, e impedir que lo siguieran más colimenses.

Ya hemos hablado un poco aquí de él, pero para quienes no recuerden del dato, o para ampliar un poquito más la información, déjenme decirles que se llamaba Felipe González de Islas (aunque lpel se firmaba Felipe Islas, y a gente le decía “El Padre Islas”). Un sacerdote que, al igual que Hidalgo, era Bachiller, lo que equivale a decir Licenciado en Filosofía.

Según datos recogidos por el presbítero e historiador colimense Florentino Vázquez Lara, y que aparecen en un opúsculo que tituló “Colima Levítico” (en el que habla de los sacerdotes nacidos en al ámbito del obispado colimote), el niño Felipe González de Islas nació en la Villa de Colima en 1747 (seis antes que Miguel Hidalgo), y estudió también en el Colegio de San Nicolás, de Valladolid, en donde probablemente se conocieron, siendo él estudiante de Teología e Hidalgo apenas alumno del latinado.

No hay muchas referencias que se conozcan respecto a sus estudios y a los primeros años de su ministerio, pero se sabe que recibió la ordenación sacerdotal hacia 1775; que fue capellán y vicario en varios pueblitos; Sacristán Mayor de la parroquia de Colima, y desde 1793 encargado de dicho curato. Siendo posteriormente el representante del Obispo Cabañas para las demás parroquias de Colima, en donde aparte ejercía las funciones de Juez Eclesiástico.


En ese mismo tenor, cabe mencionar que cuando el edificio de la primera parroquia de la Villa de Colima se expandió en el siglo XVII, los curas tuvieron que abandonar la casa anexa en la que hasta entonces habían residido, y para poder vivir en alguna parte cercana compraron (no sabemos exactamente cuándo ni a quién), una buena parte de la manzana que aún queda contra esquina del Jardín Libertad, por la parte suroeste, en el cruce de las actuales calles 16 de Septiembre y Degollado, exactamente donde hoy están el restaurante “El Trébol” y las casas y oficinas contiguas a él. Por lo que cuando los curas que salían de su casa para ir a la parroquia (o regresaban de ella) tenían que atravesar diagonalmente la Plaza Real.

Al sur de la Casa Cural, donde hoy es el Teatro Hidalgo, había otra casa más, que en su tiempo como encargado de la parroquia de Colima el referido padre González compró para sí, y que, como no tenía herederos, donó después al Ayuntamiento para que funcionara en ella una escuela primaria, a cuyo primer maestro debía de pagar precisamente el Ayuntamiento en turno.

Y decíamos que era malqueriente de Hidalgo porque resulta que, desde la perspectiva del padre Islas, el penjamense era medio baquetón. Concepto negativo que se fue haciendo, no sólo porque tal vez llegó a escuchar los rumores que corrían en el sentido de que Hidalgo tuvo algunos amoríos con la joven esposa del subdelegado de Colima, Luis de Gamba, sino porque dejó deudas insolutas antes de irse de allí, y porque al parecer se llevó consigo (o hizo uso) de un dinero que le pertenecía a la parroquia.


Concepto que pudo haber iniciado cuando se enteró de que, Hidalgo, siendo todavía rector del Colegio de San Nicolás, solía intervenir más allá de los muros de la institución y tenía intereses mundanos; de los que algunos de ellos estaban relacionados, por ejemplo, con diversos préstamos que solicitó a diferentes personas e instancias para favorecer la situación de la hacienda de Corralejo; otros para “beneficiar una mina” y uno más para arreglar unas cuentas por las haciendas de Jaripeo, Santa Rosa y San Nicolás, actuando por poder de su hermano Manuel. Datos, sin embargo, de los que muy posiblemente el padre González de Islas no conocía detalles, aunque sí estaba enterado de al menos dos incidentes que conoció en persona. Siendo el primero: que el 12 de noviembre de 1792, ya casi para retirarse del curato de Colima, Hidalgo solicitó en préstamo de una suma muy considerable a un vecino del lugar. El documento dice:

“PAGARÉ… Por éste me obligo a pagar a don Gregorio Iriarte la cantidad de seiscientos pesos, que por hacerme buena obra me prestó en reales de contado, los mismos que devolveré en el mes de abril del año próximo de mil setecientos noventa y tres, a cuyo seguro obligo mi beneficio, bienes habidos y por haber. 

Y para que conste, lo firmé en doce días del mes de noviembre de mil setecientos noventa y dos. Son 600 pesos.  Bachiller Miguel Hidalgo y Costilla (Rúbrica)”. (Archivo Histórico Municipal de Colima, caja 119. Citado por Carlos Herrejón Peredo, en su libro “Hidalgo. Razones de la insurgencia y biografía Documental”, p. 100).

Este dato tal vez no se hubiera llegado a conocer jamás, si no fuera porque todavía en febrero de 1801 era tiempo de que Hidalgo no había saldado esa deuda. Siendo ése un motivo por el que, encorajinado de que se negara repetidamente a pagar, su sustituto en la Parroquia de Colima se vio obligado a denunciarlo ante las autoridades eclesiásticas, según se mira en este otro documento:

“Desde el 12 de noviembre del año de [17]92 recibió el [actual] cura de San Felipe [‘Torres Mochas’], don Miguel Hidalgo, la cantidad de seiscientos pesos que le entregó don Gregorio Iriarte [hoy] ya difunto… [Pesos] que hasta el presente día no ha sido posible que los pague, habiéndole por tres veces suplicado en otras tantas cartas que los remitiera, sin haberse dignado contestarme siquiera por atención”. Todo ello pese a que, – explicó el padre Islas -, el pobre señor Iriarte había estado gravemente enfermo, y al final murió, dejando otras deudas que pretendía saldar con ese mismo dinero.

Adicionalmente, en la misma denuncia, el padre Islas menciona que Hidalgo se apropió de “la cantidad de ciento cincuenta pesos pertenecientes a la cofradía de la Soledad” de la dicha villa; “que el mayordomo de ella” le entregó en sus manos, y que aquél nunca se los devolvió ni dio cuenta, pese a que por carta y mensajeros le fue solicitado. No dándose jamás “por entendido”, ni contestando siquiera “por política”, ocasionando un daño a la economía de la parroquia. Hecho por el que el padre Islas reclamó la intervención del licenciado don Rafael de Crespo, superior de ambos, para que Hidalgo pagara las deudas y los réditos correspondientes. (El documento se halla en la misma caja 119 del AHMC, citado por el mismo autor).


HIDALGO ENJUICIADO POR “EL SANTO OFICIO”. –

No sabemos si el cura Hidalgo haya saldado ambas deudas; pero la actuación que posteriormente que tuvo su sucesor en Colima, nos da pie para creer que desde entonces el padre Islas le tomó a Hidalgo cierta ojeriza. Ojeriza que muy probablemente se incrementó cuando, tal vez hasta en plan de chisme, corrió entre los clérigos del Obispado de Michoacán la noticia de que el cura de San Felipe Torres Mochas no sólo había sido acusado por otras conductas sospechosas o reprobables ante el temido Tribunal de la Santa Inquisición (o del Santo Oficio), sino hecho prisionero en algún reducto del tribunal para ser sometido a juicio.

Sobre este caso en particular no conozco ningún documento que me sirva para afirmar que todos los curas del Obispado de Michoacán (y de las parroquias de Colima, por ende), pudieron haberse enterado de que el padre Hidalgo fue sometido a un juicio por tan terrible tribunal, pero sí tengo bases para creer que así sucedió, como las tengo para afirmar también que los errores que antaño cometían los clérigos se convertían en la comidilla de muchísimas gentes. Máxime si eran individuos tan notables y famosos como era don Miguel en dicho obispado.

“El Zorro”, como le decían a Hidalgo desde su juventud, era considerado, en efecto, como un clérigo muy brillante, habilísimo para debatir y argüir en cuestiones filosóficas y teologales, aparte de haber sido maestro y rector del Colegio de San Nicolás durante muchos años. Así que, a ninguno de sus muchos exalumnos y compañeros debió de pasar desapercibido el hecho de que a principios de 1801 hubiese caído en manos de la Santa Inquisición, al menos para averiguaciones.

En apoyo de esto que comento, quiero mencionar que, de conformidad con indagaciones documentales hechas por el profesor Felipe Sevilla del Río, en la Villa de Colima y en las demás cabeceras de parroquia del obispado era costumbre colocar unas tablillas especiales en los zaguanes de los templos. Tablillas que entre otras cosas servían para anotar denuncias públicas en contra de quienes no pagaban los diezmos, de los herejes, los blasfemos, los idólatras y de quienes practicaban la hechicería. Por lo que no sería nada extraño que algo similar ocurriera en ese caso. Como cuando, algunos años después, en ese mismo sitio (y en otros), se colocó el “Edicto de Excomunión” que el obispo Manuel Abad y Queipo lanzó en contra del mencionado Hidalgo y todos los demás cabecillas insurgentes.

Pero muy al margen de que una noticia como la descrita se haya publicado o no en la tablilla que mencioné, sí quiero señalar que según un “informe inquisitorial” que redactó y firmó Francisco Antonio de Unzaga, el 17 de marzo de 1801,Hidalgo estaba preso en alguna celda del Santo Oficio. 

Dicho informe, cuya transcripción tengo en mis manos, fue enviado al obispo de Michoacán en turno, y en su parte inicial dice lo siguiente:

“Ilustrísimo señor: En obedecimiento a la superior orden de 25 del pasado, con la que la bondad de vuestra señoría ilustrísima se ha dignado honrar mi pequeñez, debo decir que, para tomar una individual noticia y formar el más prolijo, exacto, puntual y circunstanciado informe de la vida, conducta, costumbres y procedimientos del cura de San Felipe don Miguel Hidalgo [… me valí] de personas de verdad y conciencia, que de cerca hubieran tratado a dicho señor cura, o bien en esta villa (de San Miguel el Grande), o en la de San Felipe, o en el pueblo de Dolores a donde con el motivo de ser cura su hermano, suele venir con frecuencia”. Personas que, según agrega, le indicaron que desde hacía “algún tiempo en esta villa se dice con alguna publicidad que el cura de San Felipe está denunciado en ese santo tribunal”. Y, ampliando la información al respecto, comenta que, cosa de 20 días atrás, a su regreso de “la ciudad de Salvatierra, el bachiller don Pedro Barriga ha dicho a dos sujetos (acaso puede haberlo dicho a más) que un eclesiástico llamado Jiménez le dijo en dicha ciudad […] que se hallaba preso en [un espacio del] Santo Oficio el cura Hidalgo”. Por lo que “ha tomado más cuerpo lo que antes de decía [de él]”. (Herrejón, p. 133).


Más adelante, ya casi para terminar su informe, y después de haber nombrado a varios otros clérigos que lo conocían, el cura de San Miguel el Grande dice que lo más que ha oído decir de Hidalgo es que se porta mal “así porque lo más del año vive fuera de su curato, como porque el tiempo que está en él reside en una laborcita poco distante de la villa de San Felipe, sin venir a su parroquia, sino los días de precepto para oír misa”, y sin atender ni “al confesionario, ni al púlpito”; llegándose la situación al extremo de que sus propios parroquianos le solicitaron al “prefecto de misiones […] de la Santa Cruz de Querétaro”, que un fraile de los suyos venga con ellos como si fuera tierra de misión, por el abandono en que los tenía Hidalgo.

Y ya en la conclusión, el padre Francisco Antonio de Unzaga afirma: “La vida que lleva dicho señor cura, me aseguran en lo general es una continua diversión, o estudiando historia, a lo que se ha dedicado con empeño, o jugando, o en músicas, pues tiene asalariada una completa orquesta cuyos oficiales son sus comensales y los tiene como de su familia”. (Ibídem, p. 133-135).

No quiero adelantar más sobre lo que sucedió en ese famoso juicio al futuro prócer de la Independencia, pero me parece necesario advertir que, si ni él ni sus comisionados pudieron convencer a más gente de Colima para participar en las luchas, fue porque el padre Felipe González de Islas se encargó de mover a otros clérigos y de predicar en contra de Hidalgo y su movimiento. Pero este asunto… Continuará.

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