Sismos, pestes y vendavales en Colima y sus alrededores

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Tercera Parte

Abelardo Ahumada

EL GRAN INCENDIO. –

Al revisar con un poco más de cuidado el dato que citamos al final del capítulo anterior, el profesor Genaro Hernández Corona afirmó que el colmo de las desgracias naturales padecidas por los desesperados habitantes de la Villa de Colima a lo largo de casi toda la primera mitad del siglo XVII se manifestó en forma de un gran incendio acaecido el primero de marzo de 1653, cuando el Alcalde Mayor era el capitán don Alonso Orejón, y quien a las dos semanas, tras de haber hecho el recuento de los daños, escribió al virrey uno un informe pormenorizado del que yo extraje y adapté al español actual lo siguiente:

“Hace quince días, como a las tres de la tarde, poco más o menos, se prendió fuego en un jacal de las casas de morada de doña Manuela de Victoria, mujer legítima de Don Juan de Hoyo y Velasco, vecino de esta villa, y por ser [su techo] de paja como las demás cubiertas de las casas de los vecinos de ella y [por] soplar aquella hora gran viento, fue pasando el fuego de unas casas a otras; y aunque […] los más de los vecinos acudieron a [tratar de] remediar el incendio, fue imposible detenerlo, con que se abrasaron la mayor parte de las casas de esta Villa y entre ellas la Iglesia Mayor y Parroquial con sus retablos, altares, ornamentos, monumento y demás cosas del culto divino; [así como en] el Convento de Nuestra Señora de la Merced e iglesia de él [donde…] en la mesma forma se abrasaron sus altares, vivienda conventual de los religiosos y demás oficinas con todos sus ornamentos. [Igualmente se quemaron] las Casas Reales (o de gobierno) … La cárcel pública con la armería de mosquetes, arcabuces y otros artefactos. [Junto con] treinta y ocho casas [con sus] enseres y mucha cantidad de ropa… [Más] tres tiendas con mucha de su mercancía. [Por lo] que ha quedado la villa con menos de la cuarta parte de las casas que antes tenía, y éstas muy maltratadas, por ser de la gente más pobre que vive [más lejos] a partir de la plaza… Habiendo muerto abrasado (quemado) Juan de Aguirre, mercader; y están a punto de muerte, por las mismas causas, Jerónimo y Diego de Vitoria (tío y sobrino, respectivamente); Ana, negra, esclava, y un indio nombrado Felipe”.

Debido a ello y a otras destrucciones padecidas no demasiado tiempo antes, mucha de la poca y descorazonada gente que había entonces en aquella pequeña villa, y hasta los frailes del convento de La Merced, amenazaron con irse de allí, dando pie para que el alcalde los conminara a que no lo hicieran, comprometiéndose a buscar la ayuda de las autoridades virreinales para la reconstrucción de viviendas y demás espacios.

El tiempo que todo lo sana sirvió para que menguara la desesperanza y se diluyeran un poco aquellos deseos, pero, como quiera que fuese, la gente de Colima no se sentía totalmente segura y, en 1668, según lo refirió el doctor Miguel Galindo, “tanto los españoles que se quedaron a vivir en las márgenes del Río Colima… como los indígenas [que habitaban en los arrabales], aclamaron a las potencias celestiales para dominar esos fenómenos que sembraban la ruina y el espanto”, y decidieron elegir a un santo patrono.

San Felipe de Jesús, primer santo novohispano (mexicano) fue electo por el Cabildo de Colima con toda probabilidad hacia el año de 1668. Se le designó como “Patrón y Abogado contra los temblores y los incendios”.

Interpretando los documentos que tuvo a su disposición, Galindo escribió que “como los franciscanos fueron los primeros que trataron de cristianizar estas regiones [… se pusieron] muy listos para que se eligiera un santo de su orden. Se fijaron en San Felipe de Jesús, franciscano muerto mártir en el Japón, […] y de nacionalidad mexicana […]” 

“Se llegó el día de la elección a que convocó el Ayuntamiento… [Y cuando, un poco antes de que ésta fuera a iniciar], disimuladamente llegó un fraile franciscano con el encargado de la Casa Consistorial (hoy diríamos la Presidencia) … y le dijo reservadamente [al portero]: “Dígales, cuando vayan llegando, que elijan a san Felipe de Jesús, que él será buen patrono’. Y se retiró rápidamente”.

“El conserje, portero o intendente no supo el nombre del fraile que le dio el consejo, pero viéndolo con el hábito de San Francisco, lo obedeció y, cada que iba llegando alguno de los integrantes del cabildo, le decía de pasada: “Un franciscano vino y dijo que sería bueno que eligieran a san Felipe de Jesús, porque él será buen patrono para temblores’. [… De modo que] todos llevaban la consigna, pero, inocentemente, todos guardaban el secreto”.

A la hora de votar, todavía según lo investigó el doctor Galindo, todos los regidores apuntaron en su papeleta el nombre de Felipe de Jesús, al que por cierto ninguno de ellos conocía, por lo que se asombraron mucho de la coincidencia. Repitieron la votación para afirmarla y volvió a salir lo mismo. Por lo que, asombrados por tal hecho, trataron de averiguar cómo había sido posible tan singular resultado. Luego le preguntaron al conserje acerca de cuál de los frailes residentes en la villa había acudido con él, pero éste no supo dar su nombre y fueron entonces hasta el convento, en donde sólo había tres religiosos, no siendo ninguno de ellos el que había visto el conserje. Así que, al calibrar todos esos detalles reunidos, llegaron a la conclusión de que acababan de presenciar un milagro, pensando que el mismo Felipe en persona había ido ofrecerse como el Santo Patrón de Colima.

Nada más agrega en este sentido la tradición conocida, pero es de suponer que los asombrados regidores, el alcalde y los frailes no admitieron el hecho sin más averiguaciones y que, habiéndose puesto a investigar, supieron que, en efecto, fray Felipe de Jesús sí había existido, que nació en la ciudad de México en 1572; que reconoció su vocación en un viaje comercial que hizo en 1590 a las Islas Filipinas; que profesó al año siguiente, y que en 1596, cuando venía por mar de regreso a México, la nave enfrentó un fuerte temporal y zozobró frente a las costas de Japón, donde el 5 de febrero de 1597 lo martirizaron, junto con otros cuatro religiosos en Nagasaki. Siendo beatificados los cinco por el Papa Urbano III, en septiembre 1627.

Aunque hay quienes afirman que los terremotos no son producidos por las erupciones, hay testigos que afirman haber visto erupciones producidas al poco tiempo de algún terremoto.

Y digo que deben de haber investigado todo esto porque después hubo una confirmación de las autoridades colimotas respecto al patronazgo de San Felipe de Jesús, y se emitió un juramento de fidelidad de aquéllas en relación con él. Juramento que es muy similar al que en nuestro tiempo se sigue leyendo cada que dan inicio las tradicionales cabalgatas con que se inaugura el novenario del santo.

Pero muy al margen de esto último, cabe agregar que fue el primero de septiembre de aquel 1668 que les comenté, cuando “se trajo a Colima, procedente de Guatemala, la primera imagen que se conoció en tierras colimenses del mártir mexicano”, al que las autoridades propias de ese tiempo denominaron como “Patrón y Abogado contra los temblores y los incendios”.

En el terremoto de 1806 quedó muy dañado “el templo mayor de Colima”, y en Zapotlán el Grande se derrumbó el techo de su templo principal sobre más de mil personas

“Y SIN EMBARGO SE MUEVE”

La anterior es una frase atribuida a Galileo Galilei cuando el Tribunal del Santo Oficio (o la Sagrada Congregación de la Fe o su equivalente) en Roma lo hizo retractarse de su declaración pública en el sentido de que no era El Sol, el que se movía alrededor de La Tierra, sino ésta alrededor de aquél. 

Para que no lo condenaran a la hoguera Galileo tuvo que retractarse ante el Santo Oficio, pero ha corrido el rumor de que, tras pronunciar en voz alta su retractación, unos testigos que estaban muy cerca oyeron que por lo bajito dijo: “Y sin embargo de mueve”. 

Y esto otro lo menciono porque, pese a la elección del todavía entonces beato Felipe de Jesús, ha seguido y seguirá temblando en Colima per saecula saeculorum, o, por decirlo en español: “por los siglos de los siglos”. Puesto que siendo éste un simple fenómeno tectónico, sucede y sucederá cada vez que se acumule demasiada energía bajo la corteza terrestre ubicada bajo nuestros pies y se tengan que acomodar entre sí las famosas placas Americana, Rivera y de Cocos.

El hecho incontrovertible es que, más allá de los santos patrones que se hayan elegido tanto en Zapotlán como en la Villa de Colima, aquí seguirá temblando “por los siglos de los siglos”. Y debemos estar prevenidos.

LAS OTRAS CALAMIDADES. –

Muy largo sería el irles refiriendo aquí todo lo que se sabe sobre los fortísimos temblores ocurridos en 1806, en 1818 y los que los siguieron, pero resumamos lo principal y vayamos por partes:

El primero de los que acabamos de enunciar sucedió, según lo dejó escrito “de su puño y letra [el] Bachiller don Francisco Ramírez de Oliva […] en uno de los libros de partidas de matrimonios […] de la antigua parroquia de San Francisco de Almoloyan que hoy es Villa de Álvarez”, ‘en el año del Señor de 1806, martes 25 de marzo, día de la Encarnación del Divino Verbo, poco antes de las cinco de la tarde”:

En esa fecha y en esa hora “envió Dios un terremoto tan terrible […] que […] no hay memoria de que en nuestros días se haya visto algo semejante: lo primero fue tan recio y tan veloz en su movimiento que nadie se pudo tener en pie sobre la tierra, que como suele un potro desbocado moverse con aquellos violentos corcovos para despedir al jinete, así eran los quebrados, desiguales movimientos de la tierra para arrojarnos de su superficie y sepultarnos en sus entrañas. Duró en tal fuerza y vigor este movimiento como cinco minutos y repitió, aunque con no tanta furia, cinco o seis ocasiones hasta las cuatro de la mañana…

“No quedó en Colima casa que no padeciera una más que otras, y se arruinaron hasta casi por los suelos más de quinientas, verificándose mayor el estrago desde la plaza mayor a la de la Soledad, por lo que a la iglesia del Dulce Nombre (esquina noroeste de la manzana en donde fue la primera central camionera) llevaron los Santos y el Divinísimo [Sacramento, es decir, las hostias consagradas]”.

Por ese temblor se cayó también el templo de La Salud, quedó muy dañado el de San Francisco de Almoloyan, se cayó el hospital de teja de Coquimatlán y “se advirtieron en el volcán muchas erupciones de humo y cenizas… En Zapotlán (hoy Ciudad Guzmán, Jal.), se cayó la iglesia a tiempo que estaban en sermón de misión y sepultó como dos mil almas. Requiescat in pace amen”.

Continuará.

NOTA: La mayor parte de las citas anotadas en este trabajo fueron obtenidas de los “Apuntes para la historia de Colima” T. I; escritos por el doctor Miguel Galindo Velasco; de las “Efemérides de México y Colima”, del profesor Juan Oseguera Velázquez; y de un número especial de la revista HISTÓRICA, correspondiente a febrero de 1997, bajo el título interior “San Felipe de Jesús en la Historia de Colima”, redactado por el profesor Genaro Hernández Corona. –

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