Mitos, verdades e infundios, Capítulo 19

EL PRIMER LLAMADO A LAS ARMAS

Abelardo Ahumada

UN ACUERDO TRASCENDENTE. –

Aunque México sea una república con un gobierno federal, para muchos efectos ha sido un país que se ha manejado con criterios centralistas, y esa forma de proceder la tuvo, con mucho mayor fuerza durante la época del virreinato, en la que imperaban los dictámenes de la monarquía absoluta.

Como derivación de todo eso, una gran parte de la historia que se ha logrado registrar (y sobre todo publicar) se caracteriza por tener, asimismo, una visión centralista, pese a que en algunos particulares acontecimientos sus más grandes protagonistas nacieron en otros rincones de “la provincia” y actuaron en ellos. 

Motivados por tales hechos, y convencidos de que podríamos aportar visiones locales inéditas a la historia nacional, los miembros de la Asociación Nacional de Cronistas de Ciudades Mexicanas, A. C., que participamos en la Asamblea General Anual que se realizó el sábado 21 de julio de 2007, en las instalaciones de la Casamata de la ciudad de Matamoros, Tamaulipas, tomamos el acuerdo de que, estando ya próximos el Bicentenario del Inicio de la Guerra de Independencia y el Centenario del Inicio de la Revolución, deberíamos tratar de consignar todo lo que nos fuera posible acerca de lo que ocurrió durante esos dos grandes movimientos patrios en nuestras respectivas regiones o localidades, con el propósito de presentar los resultados de dichos trabajos durante el XXXI Congreso Nacional que tendría verificativo a finales de julio de 2008, en la ciudad de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, como sede, y en las de San Cristóbal de las Casas y Chiapa de corzo, como subsedes, y así lo hicimos, encontrándonos con cantidad de datos que los redactores más  connotados de la historia nacional omitieron, minimizaron o ni siquiera sabían que hubiesen ocurrido.

En lo que a mí concierne, en el Congreso de Chiapas presenté un trabajo cuyo título inicial fue “La desconocida participación de Colima en las luchas por la Independencia”, al que el jurado que calificó las ponencias relativas a dicho movimiento premió con el primer lugar, y se publicó en el grueso volumen que contiene la “Memoria del XXXI Congreso Nacional de Cronistas de Ciudades Mexicanas”. Trabajo que profundicé y amplié durante el resto de ese año y parte del 2009, hasta convertirlo en un libro que la Secretaría de Cultura del Estado de Colima me hizo el favor de publicar en septiembre de 2010.


En el Congreso Nacional de Matamoros tomamos el acuerdo de que cuando fuéramos a Chiapas, deberíamos tratar de llevar todo lo que hubiésemos podido investigar acerca de lo que ocurrió en nuestras respectivas localidades durante la Guerra de Independencia y La Revolución.

UNA NUEVA PERSPECTIVA.  –

De momento me quedé satisfecho con el resultado de ambas publicaciones, pero había varias pistas que me faltaba seguir, y existían algunos “espacios en blanco” de los que ignoraba prácticamente todo, así que, motivado por esas intrigantes pistas y alentado por el deseo de llenar con información los vacíos que me habían quedado, me puse a buscar cuantos libros pudiese hallar al respecto, y para mi muy buena suerte, a partir de 2011 me fui encontrando muchos que ya he mencionado aquí, más una novela histórica conmemorativa que me brindó una gran luz sobre el verdadero origen de la Guerra de Independencia, que se titula “Un día de cólera”, y fue publicada por la editorial Alfaguara en 2008, al cumplirse también los 200 años de aquella gesta heroica popular.

Su autor es un periodista, historiador y novelista contemporáneo que se llama Arturo Pérez-Reverte, miembro desde hace unos pocos años de la Real Academia de la Lengua Española, y del que yo había leído antes otras, excelentes novelas, como “El Club Dumas”, “La Tabla de Flandes”, “Las Aventuras del Capitán Alatriste” y “La Reina del Sur”.

Pero lo más notable de “Un día de cólera” es que, basado en una muy amplia revisión de los escritos que afortunadamente quedaron en los archivos de España, Pérez-Reverte logró reconstruir los hechos que el 2 de mayo de 1808 protagonizaron los pobladores de Madrid en contra de los invasores franceses que, siguiendo órdenes del emperador Napoleón, eran encabezados por el general Murat. Terribles y dolorosos acontecimientos que cuando fueron dados a conocer más allá “de la Madre Patria”, provocaron innumerables reacciones en todas las colonias que seguía teniendo la corona española, estremeciéndolas hasta sus cimientos. Hechos que durante los últimos años he tenido oportunidad de revisar con mayor detalle, y que, como lo habrán podido observar los lectores que han seguido esta relación, nos brindan la posibilidad de ver ese interesante capítulo de nuestra historia nacional, ya no desde el centro, sino desde “los pueblos comarcanos” en los que nos tocó nacer y desarrollarnos.

En el capítulo precedente mencioné, por ejemplo, la “Historia Particular del Estado de Jalisco”, de don Luis Pérez Verdía, publicada en 1910, con motivo del Primer Centenario del Inicio de la Guerra de Independencia; así como la gigantesca Colección de Documentos que don Juan E. Hernández Dávalos integró sobre dicha guerra en seis enormes tomos a partir de 1877, y la muy valiosa recopilación de “Documentos sobre la Insurgencia. Diócesis de Guadalajara”, que el investigador Jaime Olveda publicó en el 2009. Libros y documentos tras cuyo análisis hoy puedo hablar acerca de un par de importantes detalles que los redactores de la historia nacional no mencionaron, o no conocieron, o no tomaron en cuenta cuando se pusieron a escribir sobre los antecedentes de la Guerra de Independencia en México:

El primero se refiere a que, como ya lo habíamos mencionado en capítulos anteriores, la Iglesia Católica se convirtió en una involuntaria promotora de dicha guerra cuando, sin vislumbrar las consecuencias locales que podrían provocar sus prédicas, se dedicó a exhortar a todos los habitantes de la Nueva España para que salieran en apoyo de su rey (preso de Napoleón) y de los españoles que en la península que combatían a los franceses. 

Y, como derivación  y/o complemento de tales exhortos, se puede afirmar igual que fue el día 27 de julio de 1808, cuando, tras de haber asistido a la “junta general” que las autoridades civiles y religiosas convocaron a una asamblea abierta en el palacio de la intendencia y la plaza real, muchos de los integrantes “del público” asistente pidieron por primera ocasión que “se les armase” para repeler a los miles de soldados que, según llegaron a creer, estaría Napoleón por enviar a la Nueva España.


Como resultado de las investigaciones que me tocó realizar, produje este primer libro sobre el tema de la Independencia en nuestra región.

LA EXALTACIÓN DEL SENTIMIENTO PATRIÓTICO. –

Tomando este dato como evidencia y añadiéndole el contenido de las misivas que resumí en el capítulo anterior, tenemos suficientes bases para sostener que así como todos los señores curas, frailes y monjas del Obispado de Guadalajara estaban ya medianamente enterados de lo que ocurría en “la Madre Patria”, así lo estaban también los de las otras diócesis y sus feligreses. Bases que nos permiten inferir que, como lo escribió fray Felipe Sánchez, párroco de Zacoalco, el 30 de octubre de 1809, no sólo  individuos como Allende, Aldama, Jiménez, Hidalgo, Morelos y Matamoros estuvieron “inflamados por el ardiente deseo” de “servir en circunstancias tan críticas a la religión, al rey y a la patria”, sino  muchísimos de los pobladores de la Nueva España que, por mandamiento y prescripción “de nuestra Santa Madre Iglesia”, solían concurrir los domingos a misa a los templos, en donde por órdenes de sus obispos estaban siendo enterados de lo que pasaba en los pueblos y ciudades de la Península, y eran conminados para cooperar económicamente en apoyo de los insurrectos españoles. Siendo ése el principal motivo por el que, cuando se dio “El Grito” en Dolores, nada les haya tomado por sorpresa, y no pocos decidieron sumarse al movimiento.

Con esto quiero decir, sin embargo, que la Guerra de Independencia de México haya iniciado en Guadalajara el 27 de julio de 1808, demostrar que como los ánimos se habían comenzaron a caldear desde julio de 1808, ni Hidalgo, ni Allende, ni Aldama tuvieron mucho que batallar para que, dos años y fracción después, los siguiera tan rápidamente el gentío que se les unió.

Y para complementar lo anterior, quiero señalar que, tal y como lo refiere un documento del 30 de octubre de 1808, y que aparece en la página 668 del Tomo I, de la Colección de Documentos de Hernández Dávalos”, los habitantes de Guadalajara estuvieron “desde aquel día” empeñados en hacer públicas “demostraciones de amor al Soberano […] Fernando VII”. Como la que aconteció el 31 de agosto anterior, cuando, siguiendo una proclama del virrey, se procedió a realizar una ceremonia que no sólo tuvo “una magnificencia sin ejemplar en cuanto al júbilo general”, sino que le sirvió de marco al pueblo y las autoridades tapatías para que realizaran “una jura” en apoyo del monarca. Jura que “se verificó casi a un tiempo” en “todos los pueblos de Nueva Galicia con singulares aclamaciones”. 

A este acto, que se vio abrillantado con la participación de “cien Jóvenes del Comercio montados” que escoltaron en “Guadalajara el retrato del Soberano”, a la par que conducían “figuras de Napoleón dándoles azotes por las calles”, lo siguieron otros similares, durante varios días, en los que participaron a su vez “los señores ministros del Real Acuerdo”, los integrantes “del Ilustre Ayuntamiento”, los miembros “del Venerable Cabildo” [Catedralicio], “los militares y en fin todas las clases de los ciudadanos”. Replicándose “hasta en el pueblo más infeliz de Nueva Galicia”, cuando “la costumbre era hacerlo [sólo] en las capitales”.

Dos días después de que dieron inicio tales eventos en Guadalajara, el intendente Abarca publicó “un Edicto […] patentizando las pérfidas operaciones de Napoleón y sus viles secuaces”, procediendo, en consecuencia, a promover un “alistamiento de Voluntarios de Fernando VII” para formar un cuerpo militar cuyo principal propósito sería el de conservar “estos dominios” para la corona.

La convocatoria fue tan efectiva que “en tres días se alistaron cuatro mil treinta y tres hombres en Guadalajara, y llegaron a cincuenta mil del resto de Nueva Galicia”, señalando que incluso “los indios se ofrecieron a combatir con sus flechas, prometiendo que”, en caso de necesidad extrema “saldrían a pelear sus hijos y [sus] mujeres”.

Por otra parte, esta misma noticia nos abre los ojos al hecho de que dicho “alistamiento” militar no sólo se realizó en Guadalajara sino en todas las cabeceras de los 26 partidos que conformaban su jurisdicción. Y eso nos da pie para entender el origen de las “seis compañías de milicias” que fueron congregadas en la Villa de Colima en octubre de 1810. Pero no nos adelantemos a los acontecimientos.


La lectura de esta reconstrucción histórica posibilitó entender con mayor detalle los antecedentes de la guerra en comento.

EL INICIO DE LOS CONFLICTOS INTERNOS. –

Gracias a los documentos que hemos analizando sabemos también que la convocatoria que las autoridades de Nueva Galicia hicieron para el alistamiento descrito salió a la luz pública el 2 de septiembre de 1808, mientras que una convocatoria similar parece haberse publicado en la capital de la Nueva España, en donde, según referencias ya más conocidas, el día 11 de ese mismo mes fue investido como capitán de otro regimiento de “Voluntarios de Fernando VII” un rico hacendado y comerciante español que muchos dolores de cabeza habría de dar a los futuros insurgentes. Y me refiero a Gabriel Joaquín del Yermo y de la Bárcena, nacido en la región de Vizcaya, en 1757, casado con una sucesora de la familia de Hernán Cortés, quien heredó dos gigantescas haciendas con más de 600 esclavos en los territorios “del Marquesado de Oaxaca”.

Este hombre, quien a la sazón vivía en 1808 en la ciudad de México, y que en buena medida controlaba la introducción de ganado a la ciudad y la venta de carne, era miembro también “del Consulado de Comerciantes” que había entonces en dicha ciudad, y desde que se enteró de “las abdicaciones de Bayona y de la prisión de Fernando VII”, estuvo muy de acuerdo con la conformación de las Juntas de Aranjuez y Sevilla, mas no así con la que desde el 5 de agosto pretendieron instalar en México, fray Melchor de Talamantes, el licenciado Primo de Verdad, el licenciado Francisco Azcárate y los demás miembros del Ayuntamiento de México, por considerar que, siendo criollos y no españoles estos funcionarios, lo único que estaban buscando era aprovecharse de las circunstancias para independizar a la Nueva España de la antigua, por más que dijeran que no. 

En ese sentido, pues, es de creer que tanto el intendente Abarca, jefe de militar de Guadalajara, como el mencionado Yermo, hayan estado secretamente comunicándose, pues no de otro modo se puede explicar la “coincidencia” de que la convocatoria para para formar batallones de “Voluntarios de Fernando VII” se haya publicado en Guadalajara el día 2 de septiembre, y que trece días después, durante la noche que fue del 15 al 16 de septiembre, otro batallón del mismo nombre, capitaneado por Yermo, haya irrumpido en Palacio Virreinal, para defenestrar al virrey Iturrigaray, y capturar a su esposa y a los demás miembros de su familia.

Otra posible prueba de que Abarca estuvo confabulando con Yermo y otros españoles “de primer nivel” se puede encontrar en un documento en el que se da cuenta “de las ocurrencias en Guadalajara al saberse la prisión de Fernando VII”, en el que se hacen diferentes menciones respecto a que Iturrigaray no les había comunicado nada a las autoridades de dicha ciudad, y que ellos, pese a ser fuertemente compelidos por la población para tomar “medidas muy activas en defensa del Rey y de la Patria”, habían preferido no actuar hasta no recibir las instrucciones del virrey, para no entorpecer, según eso, “las providencias” que de manera conjunta se podrían tomar “para la defensa y gobierno” de todo el virreinato. Una trama evidentemente taimada cuyos propósitos finales eran los de evitar que se instalara la junta que velara por “la soberanía del pueblo americano”, propuesta por el licenciado Verdad, y deshacerse de la molesta presencia del mencionado virrey, que la apoyaba.

Continuará.


Jaime Olveda, gran investigador jalisciense, publicó en 2009 esta otra interesante colección de documentos inéditos de la época.

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