Mitos, verdades e infundios. Capítulo 28

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Colima y los alrededores de los Volcanes en septiembre-diciembre de 1810

Segunda parte

Abelardo Ahumada

 

LOS AVANCES DEL EJÉRCITO FRANCÉS Y LA DISOLUCIÓN DE LA JUNTA DE SEVILLA. –

En el Capítulo 26 afirmamos que “mucho de lo que ocurrió en 1810 en México fue como un eco lejano de lo que ocurría en España”, y reitero lo expuesto porque si en enero de ese mismo año se formó en Cádiz una Regencia que asumió la conducción del gobierno, en México se formó otra similar a principios de mayo, y fue ésta la que, entre el 7 y el 9 de ese mes, tras cumplir “la orden real” de “liberar de su responsabilidad como virrey” al arzobispo Lizana de Beaumont, asumió el mando mientras que desde la Península llegaba el sustituto correspondiente.

En el ínterin de todo esto sucedieron varios interesantes acontecimientos de los que, para variar, los historiadores oficialistas no hacen la menor mención, pese a que en buena medida influyeron para que los problemas sociales que enfrentaban muchos de los novohispanos se recrudecieran y alcanzaran niveles intolerables: el primero y más oneroso para la mayoría lo constituyeron las constantes exigencias de los gobiernos civil y religioso para recabar recursos económicos para el sostenimiento de la guerra en España, y el segundo, la sobrevigilancia que sobre los criollos en particular realizaban subrepticiamente (y a veces con todo descaro) los temerosos y ensoberbecidos  miembros del “Partido Español”.

Por otra parte, hubo evidentes desatinos políticos que cometieron tanto la Regencia instalada en Cádiz, como la Regencia instalada en México: problemas que trataré de reseñar a continuación:

En el primero de los casos resultó que, cuando los integrantes de la Regencia de Cádiz tomaron cabal nota de que los gastos de guerra no podrían ser sostenidos con los puros “recursos de la metrópoli”, decidieron, como ya se dijo, mandar pedir a la Nueva España un “préstamo de 20 millones de pesos con intereses”, pero para eso buscaron el modo de dorarles la píldora, puesto que junto con dicha “solicitud” enviaron una convocatoria para que nombraran a los diputados que por primera vez participarían en las “Cortes Generales y Extraordinarias de la Nación Española” (especie de Congreso Nacional) que pretendían que se reunieran ese año.

La convocatoria, que no fue exclusiva para México, sino para todos los dominios hispanos allende los mares, representó ante los ojos de muchos una especie de avance democrático en contra de la monarquía absoluta que para ese momento estaba desacreditada y en decadencia; pero tenía, sin embargo, una parte tramposa, porque sus promotores no pudieron ocultar que actuaban a nombre del rey, y porque además fue timorata, al limitar el número de los representantes que desde América y Asia podrían acudir a ellas, dado que los miembros de la Regencia sabían muy bien que si desde todas las colonias les enviaban muchos diputados criollos,  apabullarían o pondrían en aprietos a los representantes de las provincias peninsulares. 

Y en el segundo de los casos, la Regencia de México se encontró con que por más mal que hubiese funcionado el gobierno del arzobispo Lizana, éste contó siempre con el eficaz apoyo y la participación obediente de todos los obispos de la Nueva España, para presionar a los curas seculares y a los religiosos y religiosas para que el pueblo siguiera siendo fiel al Papa, a la Iglesia y a Fernando Séptimo no obstante su condición de preso. Apoyo que ya no se les dio a los regentes con la misma fuerza, aunque éstos hayan seguido contando con el de algunos gobernantes civiles.


Al iniciar enero de 1810 las tropas españolas estaban siendo derrotadas por las francesas, y los miembros de la Junta de Sevilla salieron huyendo hacia las costas de Andalucía.

La mencionada convocatoria fue emitida en Cádiz el 14 de febrero de 1810 y traía, a manera de introducción, un resumen de los acontecimientos más recientes acaecidos en “la Madre Patria”, en el que al principio se decía cómo, después de haber perdido  la Junta Suprema de Sevilla su credibilidad ante el pueblo, y su capacidad para dirigir la defensa de España contra los invasores franceses, se vieron sus integrantes en la penosa urgencia de abandonar dicha ciudad, y decidieron trasladarse, en literal plan de huida, hacia las costas de Andalucía para buscar el cobijo que les pudiera brindar el puerto de Cádiz, y para tener a la mano la oportunidad de abordar los barcos en los que, llegado el caso, pudieran trasladarse a otro sitio, o incluso a algún puerto de América, como lo hizo dos años antes la realeza de Portugal.

Para muchos de los criollos novohispanos que desconocían la geografía de la Península ese traslado de sede no significaba nada, pero para los españoles y los criollos que sí la conocían, la noticia fue suficiente para que entendieran que la situación que se vivía en España era verdaderamente desesperada, ya que la Regencia se instaló en “la Real Isla de León”, vecina a la costa ubicada en el extremo suroeste del reino, tal y como si, proporcionalmente hablando, la Regencia de la Nueva España se hubiese visto obligada a trasladar la sede de su gobierno al islote de San Juan de Ulúa, o peor aún, hasta Isla Mujeres o Cozumel.

Luego de dar las malas noticias que acabo de mencionar, los tres principales miembros de la Regencia y el Marqués de las Hormazas, no supieron (o no quisieron) endulzar, diríamos, lo que siguió, puesto que tras de hacer patente el hecho de que requerían de la participación de todos los vasallos del rey para completar “el préstamo de veinte millones con intereses” que mencionamos, se les salió decir que lo único que podría “atajar la ruina” de España era que los habitantes de América intervinieran en las decisiones de gobierno. Por lo que a bocajarro les soltaron estas interesantes palabras: 

“Desde este momento, Españoles Americanos (sic) os veis elevados a la dignidad de hombres libres: no sois ya los mismos que antes encorvados bajo un yugo mucho más duro mientras más distantes estabais del centro del poder; mirados con indiferencia, vejados por la codicia, y destruidos por la ignorancia. 

“Tened presente que al pronunciar o escribir el nombre del que ha de venir a representaros ante el Congreso Nacional, vuestros destinos ya no dependen ni de los Ministros, ni de los Virreyes, ni de los Gobernadores; están en vuestras manos”.

Y debo agregar que la convocatoria que por México y Acapulco enviaron también a las Islas Filipinas era exactamente igual, excepto en la designación de “españoles americanos”.


El gobierno se reinstaló en la Isla de León, en el puerto de Cádiz formando lo que se conoció como “la Regencia”.

LA ELECCIÓN DE LOS DIPUTADOS Y LA AUSENCIA DE UN NUEVO VIRREY. –

No sabemos, y tal vez no podremos saber nunca cuál pudo ser la reacción de los criollos contemporáneos de Hidalgo cuando leyeron el contenido de esta convocatoria en la gaceta del 9 de mayo, pero no dudo que hayan llegado a la conclusión de que los miembros de la Regencia española los estaban elevando “a la dignidad de hombres libres” por puro y descarado interés. Provocando en algunos de ellos un sentimiento de repulsa, aunque, previéndolo, y tal vez deseando mitigar las causas de esa reacción, en la misma gaceta se publicó también en México un decreto emitido el día 7, en el que, aparte de relevar al arzobispo de su responsabilidad como virrey, se anunció la integración de la mencionada Regencia, y se publicó la copia de la dicha convocatoria, junto una interesante adenda de la que me permitiré citar unos párrafos muy sugerentes incluso para nuestro tiempo. He aquí el primero:

“El rey nuestro Señor D. Fernando VII, y en su real nombre el Consejo de Regencia de España e Indias: considerando la grave y urgente necesidad de que a las Cortes extraordinarias […] concurran Diputados de los dominios españoles de América y Asia […] ha decretado lo que sigue:

“Vendrán a tener parte en la representación de las Cortes Extraordinarias diputados [de los Virreinatos, Capitanías Generales y Provincias Internas, etc.…] uno por cada […] cabeza de partido de estas diferentes Provincias.

“Su elección se hará por el Ayuntamiento de cada capital, nombrándose primero tres individuos naturales de la Provincia, dotados de probidad, talento e instrucción, y exentos de toda nota [mala]; y sorteándose después, uno de los tres, el que salga a primera suerte será Diputado en Cortes.


La gran novedad de ese año fue que La Regencia emitió una convocatoria para que en todas las colonias españolas se nombraran diputados que participarían en una especie de Congreso Nacional en Cádiz.

“[… Y] luego que reciba sus poderes e instrucciones se pondrá inmediatamente en camino para Europa por la vía más breve, y se dirigirá a la Isla de Mayorca, en donde deberán reunirse todos los demás representantes de América a esperar el momento de la convocatoria [definitiva]”.

Para quienes supieron leer y entender bien las cosas, la contradicción que contenían aquellos documentos era evidente, ya que si por un lado les estaban diciendo que sus destinos ya no dependerían “de los Ministros, ni de los Virreyes, ni de los Gobernadores”, sino de sus propias manos; por otro les estaban diciendo que el rey continuaría siendo la cabeza de todo el imperio. Un rey por cierto que, estando recluido por Napoleón en un palacete francés, era de creer que ni siquiera estaba enterado de los asuntos que a su nombre se estaban tratando.

El segundo elemento que resalté con negritas sólo lo menciono como una curiosidad histórica que sigue representando un ideal: que los individuos a los que se proponga para ser diputados y para ejercer como gobernantes estén “dotados de probidad, talento e instrucción, y exentos de toda nota [mala]”. Cosa que lamentablemente no sucede en gran número de casos, como ocurrió precisamente en aquel momento, cuando la Regencia que se instaló en México fue descrita por la gente de la época como “una corporación de togados, orgullosos y apasionados, celosos unos de otros” Y divididos por tanto entre sí.

 

El diputado que se nombró en Guadalajara fue, coincidentemente, el primer tapatío que se enteró del levantamiento iniciado en el curato de Dolores, y el primero en informar de ello al obispo Cabañas.

UN ÚNICO DIPUTADO PARA REPRESENTAR A TODOS LOS HABITANTES DE NUEVA GALICIA. –

Es muy posible que alguno de los lectores que hayan puesto sus ojos en estos renglones se esté preguntando ¿qué tiene (o qué tuvo) que ver todo esto con la Guerra de Independencia de México en lo general y con lo que sucedió en la Nueva Galicia (y en Colima) de manera particular. Pero sin abundar en detalles le responderé que todo esto fue muy importante para el desarrollo político de México porque como resultado de esta serie de acciones, en marzo de 1812 se promulgó la llamada Constitución de Cádiz, que fue la primera “Carta Magna” que rigió en México hasta 1824, cuando fue promulgada la que lo ubicó ante los ojos del mundo como una nación independiente y autónoma.

Saltándonos, por otra parte, las diversas reacciones que provocó la convocatoria que hemos venido mencionando, debo mencionar que en el “acervo de la Biblioteca Jurídica Virtual del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM”, hay un artículo firmado por José Gamas Torruco, en el que se informa que “la diputación mexicana [para asistir a las Cortes de Cádiz] fue integrada por [sólo] diecisiete miembros electos por los” ayuntamientos de las cabeceras o capitales de las diversas provincias, “tal y como lo ordenaba la convocatoria”, y que, como los miembros de la Regencia lo habían previsto, “representaban a la clase criolla ilustrada”.

En el caso concreto de Nueva Galicia, el primer nombramiento fue para el más conocido y reconocido clérigo de aquel momento: el Obispo don Juan Ruiz de Cabañas, pero previendo éste que no sería muy bonito viajar a España en un momento en que las tropas de Napoleón mantenían invadida la mayor parte de su territorio; y dado que la convocatoria indicaba que los diputados tendrían que ser “naturales de cada provincia”, el Obispo no aceptó la designación, y propuso que en su nombre fuera un sacerdote nativo de Guadalajara, que se llamaba  José Simeón de Uría Berrueco, ameritado maestro de Filosofía y Teología, y Canónigo de la Catedral, quien a la postre no sólo se destacó en Cádiz por hacer interesantes propuestas a favor de la igualdad de todas las castas nacidas en los territorios españoles, sino que llegó a ser vicepresidente de las Cortes que allí sesionaron.

El nombramiento del padre Simeón fue aprobado por el Ayuntamiento de Guadalajara el 2 de julio de 1810, pero habiendo sido ese verano sumamente lluvioso, los caminos reales se llenaron de charcos y lodo, se dañaron algunos vados y puentes por las crecidas de ríos y arroyos, y el canónigo no pudo viajar hacia Veracruz sino hasta ya bien entrado septiembre. Tardanza que, así como le imposibilitó llegar a Mayorca en las fechas previstas, le dio pie para que cuando los días 19 y 20  pasó por Guanajuato y Querétaro, se enterara (de manera imprecisa) que en la madrugada del 16 había dado inició en el curato de Dolores una rebelión armada, que dirigían, entre otros, un tal “Domingo Allendi” (sic) y el padre Miguel Hidalgo y Costilla, y los capitanes Aldama y Lanzagorta”. 

El diputado pernoctó en Querétaro la noche del 19 al 20, y durante su estancia pudo percatarse de que las autoridades locales ya estaban haciendo preparativos para defenderse ante la posible llegada de los rebeldes, pero volvió a subir a la diligencia y, habiendo llegado esa otra tarde a pernoctar en la Hacienda de Arroyo Zarco, recogió algunos otros informes y se puso a redactar una carta para el Obispo Cabañas, en la que le daba santo y seña de lo que acababa de saber. Carta que durante la madrugada del día 21 envió con un propio a Guadalajara, y que llegaría a ésa el 25 de aquel convulso mes, poniendo en plan de alerta a todas las autoridades religiosas, civiles y militares, como lo podremos ver en el próximo capítulo.


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