PARACAÍDAS

Lilia Hernández, un caso entre mil  

Rogelio Guedea 

Perplejo aún por la forma en que se lincha en la plaza pública al gobernador Nacho Peralta (a veces irracionalmente) y se llena de incienso a la gobernadora electa Indira Vizcaíno (también a veces irracionalmente),   no había tenido tiempo de escribir sobre el nuevo nombramiento como magistrada del Supremo Tribunal de Justicia de Lilia Hernández Flores, una historia de vida que me parece de suma trascendencia destacar en un tiempo particularmente polarizante como el que vivimos.

 La historia de vida de Lilia Hernández es ejemplar en tanto que nos demuestra que incluso en medio de niveles exacerbados de degradación política y social es posible todavía que la justicia divina y la humana todavía premien a quienes, con discreción y honestidad, han llevado a cabo una carrera profesional intachable.

 No todo está perdido, entonces, y por eso un caso como el de Lilia Hernández no pueden pasar desapercibidos por nadie, especialmente por aquellos profesionistas que lo han tenido todo o casi todo en contra para salir adelante. Está de más decir que conozco muy bien a la nueva magistrada del Supremo Tribunal de Justicia de nuestro Estado.

 Lilia fue mi compañera de generación en la Facultad de Derecho y tuve el suficiente tiempo (cinco años de convivencia diaria) para darme cuenta de sus méritos como estudiante y como ser humano. Por eso tengo la convicción de que su nombramiento, como pocos nombramientos que se hacen a este nivel, representa una justicia para alguien que ha tenido siempre como únicas cartas credenciales su esfuerzo, dedicación y trabajo.

 Lilia no nació en pañales de seda ni se movió en círculos de poder privilegiados, mucho menos políticos, menos económicos, y, por eso mismo, lo que ha logrado al llegar a obtener esta magistratura es doblemente loable. Lilia Fue una estudiante ejemplar, además de generosa (en varias ocasiones me prestó sus pulcras notas de clase y me sirvió de modelo en momentos en que yo prefería consumir más poesía que jurisprudencia).

 Empezó, pues, su carrera profesional y laboral desde lo más abajo, y sin prisa pero sin pausa fue abriéndose paso entre toda la maraña que significa la burocracia judicial en nuestro país, incluidos los golpes bajos, traiciones y animadversiones propias del celo profesional en el que te desarrollas.

  Que la hayan nombrado magistrada del Supremo Tribunal de Justicia de Colima, donde trabajé por varios años en puestos más bien modestos, nos conmina a que no terminemos de perder la esperanza de que, en ocasiones, la justicia tarda en llegar pero llega, y en el caso de Lilia la llegada de la justicia a su vida lo ha hecho de manera plausible.

 No creo que ningún compañero de mi generación esté en desacuerdo con lo que he dicho, tampoco creo que sus maestros o profesionales del Derecho con los que ella interactúa tengan (por lo menos en su fuero interno) una percepción distinta.

 Por ser una verdadera estudiosa del Derecho,  no sólo nosotros nos sentimos orgullosos y felices de que la compañera Lilia, siempre correcta en sus maneras, sea ahora la magistrada de nuestro Supremo Tribunal de Justicia, sino también el mismo Supremo Tribunal de Justicia se honra a sí mismo al tener elementos de este nivel  Lo de Lilia Hernández Flores es una corona, como he dicho, para poco más de una media vida de trabajo, dedicación y perseverancia.

 Le deseo mucha suerte en su nuevo encargo. 

 

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