Vino de cocos 2

Ahogar las penas con vino de cocos

Segunda parte

Abelardo Ahumada

A mediados de agosto de 1612 la Villa de Colima era diminuta, y algunos de sus pocos habitantes eran dueños de palmares y tabernas donde se procesaba el llamado “vino de cocos”, por lo que a raíz de que el 9 de agosto de ese año llegó al pueblo el capitán García Osorio de Valdez, su nuevo Alcalde Mayor, con la orden de que, aparte de prohibir la producción, la venta y el consumo del mencionado aguardiente, se deberían talar todos los palmares de la región, se sintieron muy preocupados, por una parte, y muy enojados por otra.

La inquietante noticia los molestó porque habían gastado y trabajado mucho para hacer producir sus palmares, y porque la incipiente industria del “vino de cocos” constituía para gran parte de ellos la mayor fuente de ingresos de que podían disponer. De tal modo que si se acatara esa orden, todos los involucrados sufrirían una merma considerable en sus “mantenimientos”, o se irían a la quiebra.

Así que, con el afán de evitarlo, nombraron, como ya se dijo, un “procurador de vecinos” y a un licenciado para que abogaran por ellos, quienes, actuando muy rápidamente, tan sólo cuatro días después de que había arribado a la villa el capitán Osorio, se presentaron con él y, tras de exponerle sus razones para evitar la tala, le solicitaron que no aplicara la orden.

El alcalde Osorio se había percatado de la enorme inconformidad que la sola lectura de la orden emitida por el Oidor decano de la Real Audiencia había provocado entre la gente de Colima y, temiendo incluso que lo fueran a matar, pospuso su aplicación enviando a los oidores un correo, aduciendo que a causa del temporal lluvioso no la podría, por el momento cumplir. Todo eso al mismo tiempo en que les propuso al abogado y al procurador elaborar un alegato en el que, entre otros detalles, les pudieran explicar a las autoridades, las presuntas bondades del vino de cocos, el origen y el valor de los palmares.

Entendemos que los dueños de las huertas, las tabernas, los alambiques y los ventorrillos debieron de quedar más o menos conformes con la salomónica decisión, y que alentaron al procurador y al licenciado para realizar su trabajo lo más rápido que les fuera posible. Pues, al continuar con sus indagaciones sobre el caso, el profesor Sevilla del Río se dio cuenta que, durante los días que fueron desde el 12 hasta el 28 de agosto de ese mismo año, tanto el procurador Juan de Monroy, como el regidor Juan Fernández de Tene y el escribano Jerónimo Dávalos, se dedicaron a recabar los testimonios de varios vecinos conocedores, y de los que nosotros pudimos obtener algunas interesantes noticias de carácter social, como la de la trágica disminución que, tras de 90 años de haber llegado los españoles a la provincia, había padecido la población indígena:


Este croquis, elaborado en 1684, nos muestra lo muy pequeña que era la Villa de Colima en el siglo XVII.

Pues, teniendo en su mente a los Oidores de la Real Audiencia como los destinatarios de su exposición, el regidor, Juan Fernández de Tene, dijo por ejemplo que: “Los indios de la provincia” ya eran “muy pocos”, y que “en toda ella” no había en esos momentos ni siquiera “mil indios”; que “esta disminución ha procedido desde muchos años antes de que se beneficiara en la dicha villa el aguardiente o vino de cocos”; y que, por cuanto a los criollos y a los españoles tocaba, incluyendo los que vivían en “el valle de Alima”, no había sino “cien vecinos poblados con sus casas y familias”, no obstante ser – criterio eminentemente racista – “de mayor consideración que los dichos indios”.

Otro dato revelador que Fernández de Tene aportó consistió en explicar que la destilación del vino de cocos en Colima era una actividad reciente, iniciada, apenas, de “doce años a esta parte”. Lo cual, de ser cierto, nos estaría ubicando en el 1600, aproximadamente, cuando los españoles, comenzaron a producir ese “vino” en sus huertas de Colima, Caxitlan y Alima. Dato que no choca con la queja que hacia el año de 1604 hicieron al virrey los naturales de la provincia de Motines, dependiente todavía entonces de Colima, en el sentido de que su alcalde ordinario “había instalado en su casa una taberna, e inclusive tenía repartos de vino de cocos en los pueblos comarcanos; y que, para fabricar este vino, que ‘jamás se había hecho en sus pueblos’, dicho alcalde tenía en su casa a ‘dos indios chinos’; es decir, dos filipinos.

Continuando con la recuperación de los testimonios, los encargados de la “Probanza” entrevistaron también a los individuos más connotados de aquella época, entre los que apareció el licenciado Juan de Polonte, cura del lugar, quien dijo estar residiendo allí desde 1607; el padre Martín Alonso, vecino también desde el año de 1603 y a diez vecinos más, como Hernando de Alarcón Vetancor, un cirujano llamado Martín Hernández y don Francisco Toscano Gorjón, hombre ya viejo (como de noventa años) y lleno de hijos, quien redactó la Relación de Chilchotla, en 1579, y que entre sus muchos recuerdos mencionó el dato de que, cosa de “unos cuarenta años” atrás él vio “que se trajo a esta provincia, por un fulano de Avendaño, [una] cantidad de cocos”; la cual “fue la semilla que de ello se plantó, diciendo que las traía de unas islas del Poniente [cuando aquél andaba] descubriendo tierras”.


Un español muy viejo (y letrado) que se llamaba Francisco Toscano de Gorjón, declaró que unos “40 años atrás”, los cocos que se utilizaron como semilla fueron traídos de “unas islas del Poniente”.

Testimonio importantísimo que vendría a corroborar la versión de que antes de la llegada de los españoles a la región no había palmas de coco en Colima, y que éstas fueron traídas hasta sus playas por unos marineros hispanos desde alguna isla del Pacífico.

Cuando leyó esta noticia, el profesor Sevilla recordó otras lecturas y terminó indicando que el tal “fulano de Avendaño”, haya podido ser un navegante que se llamaba Álvaro de Mendaña, quien habría estado de paso en Colima en 1569. Y para fundamentar su idea aportó una fotocopia de la página 212 del libro Australia Franciscana, editado en Madrid en 1965, por el fraile Celsus Kelly, la cual contiene una parte de la narración que el escribano Gómez Hernández Catóira, hizo de las aventuras del navegante Álvaro de Mendaña, quien estuvo en el puerto de Santiago, Colima, desde enero a marzo de 1569:

“Cuando quisimos llegar al Puerto de Navidad, donde veníamos derecho, nos dio viento recio y [no pudimos entrar… Por lo que] viéndolo Hernando Gallego, [dijo que] fuésemos a este de Santiago de Colima, que es bahía, [donde] solía haber allí pescadores, siendo él bien práctico de allá; y en llegando a él sobre [la] tarde, nos salió a recibir en un batel un hombre que se decía [Francisco Hernández] Ladrilleros, que había sido piloto en el Perú … [quien nos hizo] mucho regalo con aves para los enfermos, que hay hartas en aquella tierra, y pescado para los sanos”.


Todos los testigos coincidieron al declarar que las palmas no eran silvestres y que los palmares fueron plantados.

“Luego el señor General escribió a … el alcalde mayor … de la Villa de Colima, haciéndole saber que veníamos con mucha necesidad; que le rogaba le mandase proveer comidas; y él le respondió por cartas… [pues no se hizo] presente… porque entendió que éramos [piratas] luteranos … y así por tales nos tuvieron algunos días, y corrió la nueva [de nuestra llegada] hasta México … [y más lejos], y no nos enviaron provisión ninguna hasta que después lo vinieron a entender; y vinieron muchos vecinos a nos ver y trajeron mucha comida, y lo mismo el alcalde mayor, y nos hizo mucho regalo un caballero que se decía Pedro de Arévalo…”  

Así, pues, y aun cuando en este testimonio no se comenta nada acerca de que en Santiago de Colima hayan dejado los cocos que sirvieron como las semillas de las primeras palmas, es de creerse que así haya podido ser, confundiéndose en la memoria de don Francisco Toscano, el apellido Mendaña con Avendaño, tal vez por ser éste más común.

Por otro lado, si atendemos al hecho de que Fernández de Tene advertía que el vino de cocos se había comenzado a beneficiar cerca del 1600, y que los indios de Motines decían en 1604 que ese vino ‘jamás se había hecho en sus pueblos’, muy bien podemos creer que si las primeras palmas se plantaron el mismo año de 1569 y tardaron (como aún se ve en las palmas que ahora llaman criollas) sus buenos diez años en fructificar; la nueva semilla que produjeron, y que tendría que ser la que se utilizó para cultivar las primeras huertas hechas en forma, debieron de fructificar también en un lapso similar; por lo que resulta factible deducir que no haya podido ser sino hasta el fin del siglo XVI, o el inicio del XVII, cuando se comenzó a producir dicho aguardiente. 

Complementario a esto, Sebastián de Vera dijo a su vez que, sobre la pregunta referida al origen de las palmas, él sabía, porque se lo dijeron a su vez “sus padres, abuelos y viejos ancianos” que “las dichas palmas habían sido puestas y plantadas a mano, y traídos los cocos”, que son sus semillas, de unas “islas remotísimas del Poniente y de la Guinea; y que esta misma semilla [que se trajo a Colima] se llevó a Perú, Guatemala y Sonsonate”. Agregando Sevilla que Sonsonate es una ciudad de la República de El Salvador, fundada por Pedro de Alvarado hacia 1524 o un poco después, y que, por la abundancia de sus palmares, algún día recibió también, como lo recibió Colima, el calificativo de “Ciudad de las Palmas”.


Otro testigo relató que el capitán del barco en donde venían los cocos pretendía atracar en el Puerto de Navidad, pero que habiendo un viento muy fuerte, un marino que se llamaba Hernando Gallego sugirió que se fueran a recalar “a Santiago de Colima”.

Contra todo lo que aquí se ha dicho acerca del posible origen de la palma de cocos en nuestra región e incluso en América, el padre Roberto Urzúa Orozco explica que el cronista español Gonzalo Fernández de Oviedo llegó por primera vez a Cuba en 1514 y estuvo escribiendo de América hasta 1549, señalando en su Sumando de Natural Historia de Indias, una muy interesante y exacta descripción de la palma de cocos. Dato que, de comprobarse las fechas, nos tendría que abrir otra perspectiva al menos en cuanto al origen del cocotero:

“El coco – escribió Fernández de Oviedo – es un género de palma, y estas palmas o cocos son altos árboles y hay muchos de ellos en la costa de la mar del sur … estos árboles o palmas echan una fruta que se llama coco, que es de esta manera, toda junta como está en el árbol, tiene el bulto mucho mayor que una gran cabeza de hombre y está rodeada de muchas telas que se parecen a aquellas velas y estopas con que en otras partes los indios hacen telas para vestirse y para velas de navíos, y cuerdas delgadas y otras gruesas como cables y jarcias; pero en estas Indias de vuestra Majestad no utilizan estas cosas porque tienen mucho algodón y hermosamente sobrado … Esta fruta está en medio de ella circundado de la dicha carnosidad y es tan grande como un puño cerrado … esta carnosidad o fruta, no comiéndola y mojándola mucho y después colándola, se convierte en la leche, que es muy mejor y más suave que la de los ganados, y de mucha sustancia, la cual los cristianos echan en las mazamorras [un platillo hecho de harina de maíz con azúcar o miel] … Prosiguiendo adelante es de saber que por tuétano cuesco de esta fruta está en el medio de ella, circundando la dicha carnosidad, un lugar vacuo, pero lleno de un agua clarísima y excelente, y en tanta cantidad que cabría en un vaso o más, según el tamaño del coco, pero lleno de esa agua, la cual bebida es más excelente, la más sustancial y la más preciosa cosa que se pueda pensar o beber… Prosiguiendo digo que aquel vaso de esta fruta, después de quitado de él el manjar queda muy limpio y le pulen sutilmente por fuera de muy buen lustre que declina a color negro… El nombre de coco se le dio porque en aquel lugar donde está asida aquesta fruta, quitado el pezón, deja ahí un hoyo y encima de él tiene otros dos hoyos naturalmente, y estos vienen a ser como un gesto o dengue, o figura de un monillo que coca”.

En otro párrafo más adelante Fernández de Oviedo anota: “Y dijimos que escribí apenas veintidós años después de Colón”. Por lo que, de ser verdad todo esto, tendríamos que comenzar por darle una nueva interpretación a los testimonios anteriores, y así diríamos que si hubo unos cocos que trajo Álvaro de Mendaña, pueden haber sido, ciertamente, cocos de las islas Filipinas o Salomón,  parecidos, pero no iguales a los cocos de acá; que las palmas no eran silvestres porque las plantaban también; y que si se habla del vino de cocos como un producto recientemente introducido al comercio en esta región, no fue porque antes no hubiera palmas, sino porque los indios desconocían el proceso para fabricarlo. Pudiendo haber sucedió entonces que, si los exploradores hispanos lo conocieron en las Filipinas, y vieron palmas allá y vieron palmas acá, decidieron traerse de allá, para producir ese aguardiente, algunos esclavos filipinos que conocían el proceso para su fabricación. Siendo ello lo que vendría a explicar, con ese otro talante, la mención de los “indios chinos” que tenía el alcalde de Motines beneficiando sus palmares para obtener vino de cocos. Mención que, aparte, nos abre la puerta a una nueva característica sociodemográfica que se presentó en Colima a lo largo de cuando menos un siglo y medio: la presencia de algunos filipinos, a quienes por desinformación geográfica se les decía chinos.

Continuará.

 

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