VISLUMBRES

EL FIN DE LA GUERRA TECO-TARASCA Y FUGAZ ASCENSO DEL REINO DE COLIMAN. –

Capítulo 51

Abelardo Ahumada

UNA CONQUISTA EFÍMERA. –

Los últimos datos que les presenté fueron obtenidos de muy ancianos y memoriosos indígenas de varios pueblos situados en los alrededores de los Volcanes de Colima entre 1579 y 1581. Y son muy importantes porque una gran parte de lo que todos ellos dijeron, nos habla de cómo eran las cosas en sus pueblos “en su gentilidad”, lo cual quiere decir antes de que fueran conquistados por los españoles y de que recibieran el bautizo católico. Y eso se ubica, temporalmente hablando, desde poco antes de terminar el siglo XV hasta casi finalizar el siglo XVI.

Si al ubicarnos en ese contexto socio-temporal tomamos nota de que, siendo pescadores los habitantes de Tzintzuntzan y Pátzcuaro, requerían de la sal no sólo para condimentar sus alimentos, sino para conservar algunos de los peces que capturaban.

Pero su problema para conseguirla era doble, porque, por una parte, tal y como pudimos constatar en los testimonios expuestos en el capítulo anterior, ellos no tenían salinas de su propiedad, o las que tenían no producían lo suficiente para satisfacer sus necesidades, y por otra, estaban confrontados con los pueblos de Coliman, Aliman y Zacatula, que casual o coincidentemente eran los que más salinas tenían.

Así, pues, si su necesidad era muy grande, y NO SE LAS PODÍAN COMPRAR o intercambiar por otros productos a sus feroces enemigos, todo parece indicar que decidieron tratar de conquistarlos para arrebatárselas a como diera lugar. Realizando su primer intento hacia 1475, en tiempos de Tzitzicpandácuare, y el último durante el reinado de Cazonci Zuangua, por ahí a principios del siglo XVI (aproximadamente entre 1502 y 1503). Que fue cuando según sus propias fuentes (y otras que he presentado con testimonios corroborantes) decidieron atacar a la guarnición mexica de Zacatula y, habiéndola provisionalmente tomado, siguieron su camino avasallador hacia Coliman, pasando por Aliman, hasta llegar incluso hasta la Provincia de Amole, en la vertiente suroccidental de los Volcanes de Coliman. Pero sin que pudieran quedarse en posesión definitiva de las salinas que de momento tal vez incautaron.

El motivo por el que afirmo esto último es porque, como Zacatula era posesión azteca, hay suficientes indicios que nos dan a entender que Moctezuma envió de inmediato a un ejército para recuperarla, matando éste a los poquitos michoaques que se habían quedado en la guarnición, u obligándolos a huir antes de que los capturaran y los sacrificaran.

En cuanto a lo que concierne a la presunta invasión michoaque sobre Colima no hay un solo testimonio que confirme su persistencia, aun cuando sí hay muchos en el sentido de que varias veces hicieron el intento de apoderarse de ella (y sus salinas). Y, en lo que se refiere a la conquista de algunos pueblos de la Provincia de Amole, sus testigos y sus relaciones dicen que, si bien los michoaques llegaron hasta Zapotitlan, jamás pasaron de allí, y nunca llegaron, por ejemplo, a Tuxcacuesco, que era la segunda cabecera de dicha provincia. Todo ello aparte de que, al poco tiempo de que el Cazonci y el grueso de su ejército se retiraron de allí, algunos de los guerreros de los pueblos de Amole lograron reorganizarse y, habiendo acorralado en un pueblo corto de gente a los capitanes tarascos que el Cazonci al cargo del gobierno, los mataron también a todos.

Su conquista, pues, fue efímera pero no infructuosa, y aunque los michoaques perdieron rápidamente algunos de los pueblos que sometieron provisionalmente en su último intento expansionista, lograron que otros quedaran bajo su dominio, como Xiquilpan, Tamazula, Zapotlan, Mazamitla “y sus sujetos”.

El asunto, sin embargo, es que tampoco estos pueblos tenían salinas de su propiedad, y cuando no los llevaban a pelear, los michoaques los obligaban a que les compraran la sal a los de Colima o a los de Atoyaque y Zacoalco.

Dato que de algún modo se corrobora en el enigmático silencio que don Juan Puruata, gobernador de Pátzcuaro, guardó al respecto cuando fue entrevistado en 1579, pues, como se recordará, él no hizo ninguna declaración sobre cómo y dónde conseguían la sal. Como sí lo hicieron, en cambio, casi todos los demás ancianos que brindaron los datos de “Las Relaciones Geográficas”.


VÍCTIMAS PARA SUS DIOSES. –

Las varias declaraciones coincidentes que los ancianos Chilchotla, Xiquilpan, Tamazula, Zapotlan y “otros pueblos comarcanos” hicieron en el sentido de que, aun siendo ellos, pueblos tecos (o mexicanos), el Cazonci los obligaba a pelear “contra los de Colima” (que también hablaban el náhuatl), constituyen, desde mi perspectiva una prueba fehaciente de lo que he venido exponiendo, y, de conformidad con eso, me queda muy claro que la guerra teco-tarasca no sólo tuvo el móvil de conseguir la sal que los tarascos necesitaban, sino que sus promotores tuvieron otros motivos, igual o más poderosos para llevarla a cabo.

Pero, para “encaminar” el tema, me remitiré a un par de expresiones que fray Antonio Tello dejó escritas en 1653, en su “Crónica Miscelánea de la Sancta Provincia de Xalisco”:

La primera dice que cuando los aztecas iban en su marcha hacia México: “Vinieron por lo de Xalisco, corrieron hacia el Valle de Banderas, Ahuacatlán y Xala, de esta parte del Río Grande (hoy Lerma-Santiago), Provincia de Tonalan, y todo lo que hay hasta Colima y de allí adelante [tanto por la ruta de Tamazula y Xiquilpán, como por la costa hacia Zacatula] … hasta las lagunas de México, donde poblaron, quedándose entre los naturales [de todos esos pueblos por donde habían pasado] muchos hijos y nietos de los que aquí habían nacido, unos por [estar] viejos o enfermos o impedidos, y otros por haber tomado amor a la tierra”.

Y la segunda expresión tiene que ver con el culto que los aztecas impusieron a los “isleños” de Pátzcuaro y sus alrededores. Al afirmar que cuando los mexicanos llegaron a la provincia de los tarascos […] poblaron la ciudad de Huitzitzila, que ahora se llama Tzintzuntzan” … Y que, a los tarascos “se les pegó (sic) la idolatría que hasta allí no habían usado”. Con lo que puede uno entender que “los isleños” comenzaron a adorar a los dioses que los peregrinos llevaban, y muy concretamente a Huitzilopochtli. Aunque ellos, los tarascos, le llamaran Curícaveri.

En este otro contexto, pues, y tal como lo pudimos muy bien constatar cuando estuvimos referenciando la muy antigua “Relación de Michoacán”, y como se advierte, asimismo, en algunas de “Las Relaciones Geográficas” que en los últimos capítulos expuse en forma resumida,  creo que nos debe (o nos debería) quedar también muy claro que, siendo Zapotlan, Zapotitltique, Sayulan, Tamazula, Mazamitla, Zapotitlan, Tuxcacuesco, Amole, Coliman, Tecoman, Alima, y demás pueblos nahuatlatos de la región circundante a los Volcanes, pueblos por los que habían pasado las tribus nahuatlacas ANTES “DE LLEGAR A LAS LAGUNAS DE MÉXICO”, la mayoría seguían siendo tecos o mexicanos, y conservaban, por ende, la devoción, podríamos decir, a los dioses que los últimos en pasar (mexicanos o aztecas) tenían. Como lo vimos en las fotos de las piedras labradas que, representando a Tláloc, siguen estando en los cimientos del templo de San Francisco de Almoloyan, Colima.

Y como complemento de esto que acabo de decir, quiero presentarles otros testimonios emitidos por algunos de los ancianos que en éste y los dos capítulos anteriores hemos venido hablando. Y comenzaré con los de Tamazula. Pueblo, por cierto, que aun cuando estaba sometido al Cazonci, hablaba el náhuatl y era cabecera de una provincia que “tenía sujetos a los de Zapotiltique (hoy Zapotitltic), Tetlan, Mazamitla y Quitupan”, entre otros.

Al referirse a los motivos que solían ellos tener para salir a la guerra, los viejos expusieron casi lo mismo que indican otras fuentes mexicas que conocemos muy bien. Señalando, por ejemplo, que, a los prisioneros “que tomaban en la guerra, los sacrificaban delante de los ídolos, [a los que les] ofrecían la sangre, y a los cuerpos comían, y bailaban con ellos [revestidos con sus pieles)”.

Los de Zapotlan compartían también un credo muy parecido al de los aztecas, puesto que: “algunos se holgaban que los matasen [si los capturaban en la guerra], y con las mejores vestiduras que tenían, decían que se querían ir al cielo a servir al Sol; y [después de] muertos, les quitaban las ropas, los desollaban, y asaban y se los comían”.

Los de Zapotitlan y Tuxcacuesco fueron menos explícitos en este sentido, pero los primeros no dejaron de señalar que: “Si el señor principal mandaba degollar o sacrificar alguna persona, luego se obedecía”. Y los segundos añadieron que antiguamente “comían carne humana y perros, y culebras y otras sabandijas”.

Mientras que, más enfáticos y precisos, los de Chilchotla dijeron que: “Adoraban al Diablo (sic), a quien sacrificaban a otros indios que prendían en la guerra […] tenían unos adoratorios hechos a mano [que eran unas como] lomas altas (pirámides) … y ante mucha gente, y ante unos ídolos de piedra, ponían al indio, o a los indios que iban a sacrificar, y [tras de] un parlamento que hacía uno de los sacerdotes a las gentes que estaban mirando, degollaban a los indios […] les sacaban el corazón y la sangre, y el cuerpo se lo comían. Y [dicen] que la carnicería humana que allí se hacía se repartía entre los hombres de guerra y ellos la comían y hacían fiesta entre ellos […] cuando ganaban una victoria a sus enemigos, en señal de agradecimiento a sus dioses”.

Expresiones todas que en gran medida coinciden con la “Relación de Michoacán”, cuando los sacerdotes y los capitanes arengaban a la gente: “¡Aparejaos a sufrir para morir en la guerra!”. Y cuando explicaba que de los pueblos a los que salían a conquistar “tomaban miles de cautivos […] a los que sacrificaban en los cúes (templos) de Curícaveri y Xaratanga”.

Para mí, aun cuando todavía existen más testimonios, éstos me parecen suficientes para demostrar que los pueblos nahuatlatos de las Provincias de Colima y Xalisco, más los que por la fuerza “tenía sujetos” el Cazonci de Mechoacan, conservaban en buena medida sus antiguos cultos. Y que, como a los mismos michoaques o tarascos, se les había pegado la idolatría que les enseñaron los mexicanos, la idea de conseguir víctimas para sus dioses fue, aparte de conseguir la sal y otros productos, OTRO MOTIVO MUY IMPORTANTE PARA REALIZAR ESAS GUERRAS.


UNA GRAN DUDA. –

Viendo, por otro lado, la ubicación territorial que a la fecha tienen todos los pueblos cuyas relaciones mencionamos, nos damos cuenta de que, por decirlo de algún modo, forman un arco geográfico que va desde Cihuatlán, Jalisco, hasta Zacatula, Guerrero, atravesando en ese sentido de “arco” todo el territorio del actual estado de Jalisco, y todo el territorio de Michoacán, pero sin tocar ni un solo metro del actual Colima. Aunque, evidentemente, por todo lo que hemos podido colegir después de revisar todos los documentos que hemos expuesto ante ustedes, la “Provincia de Colima” de los siglos XV y XVI NO ERA TAN PEQUEÑA COMO LO QUE HOY ES EL ESTADO DEL MISMO NOMBRE, sino que abarcaba desde la frontera que tenía con la provincia de Zacatula, poco más o menos en la parte media de la actual costa michoacana, hasta la vecindad de Autlan, que hoy, como se sabe, es una importante región del Sur del Estado de Jalisco.

Y todo eso no lo digo yo, sino algunos historiadores jaliscienses, así como muy antiguos testigos tanto indígenas como españoles del siglo XVI, y de los que sólo citaré a Juan Alcalde de Rueda, encargado de hacer la “Relación de Motines”, quien con toda claridad expuso que hasta unos años después de que el primer virrey, don Antonio de Mendoza, gobernó en la Nueva España, “la Provincia de Colima y la destos Motines, era entonces toda una jurisdicción”. Y le impusieron, por eso, un solo “Alcalde Mayor”.

De los historiadores jaliscienses quiero señalar al pobre y ninguneado profesor Ignacio Navarrete, quien, basándose evidentemente en fuentes anteriores que muy probablemente después de él se perdieron o desaparecieron, escribió: “Concluida la guerra [contra los] de Michoacan, los Estados [independientes que habían sido sometidos por el Cazonci) empezaron a disputarse la supremacía, hasta que vinieron a las armas, y el rey de Colima, como más astuto y poderoso, sometió a su dominio a los cuatro estados de Tzapotlan, Zaúlan, Amolan y Autlan, después de sangrientas batallas, y estableció entre ellos comisarios encargados de sofocar las insurrecciones y recaudar los tributos”. Historiador al que siguieron varios otros más, como don Luis Páez Brotchie y don Luis Pérez Verdía, quienes ubican a tales eventos hacia el año de 1510. Y contra los que reniegan los historiadores de “La nueva tradición”.

Ese sojuzgamiento, atribuido al hueytlanoani de Coliman, y al que algunos investigadores dicen que se llamaba Colímotl, y que de su nombre derivó el nombre de la región, parece haber sido, sin embargo, como bien lo afirma el doctor Miguel Galindo, tan efímero y fugaz como la propia conquista michoaque, pues habiendo iniciado apenas en 1510, no tardaría en enfrentar la llegada de los españoles.

CONCLUSIÓN. –

El único y muy pequeño añadido que quiero hacer a este largo texto es el de que, gracias a la comparación de fuentes informativas y datos arqueológicos que pudimos hacer, al menos para mí quedó suficientemente comprobado que desde Xalisco hasta Zacatula, pasando evidentemente por todo lo que hoy son los estados de Nayarit, Jalisco, Colima y Michoacán, fueron los lugares en donde se quedaron a vivir (y terminaron muriendo) los aztecas que nunca llegaron a Tenochtitlan.

FIN.


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