VISLUMBRES

PRELUDIOS DE LA CONQUISTA

Capítulo 50

Abelardo Ahumada

ANTES, DURANTE Y DESPUÉS DE LA CONQUISTA. –

Considerando que los ancianos indígenas de los que acabamos de hablar fueron entrevistados entre 1579 y 1581, y que para esas fechas tenían entre los 78 y los 120 años de edad, es evidente que a ellos les tocó ser niños y jóvenes ANTES de que se llevara a cabo la conquista española en nuestra región, y que llegaron a convertirse en adultos mayores DURANTE Y DESPUÉS de tan singular serie de eventos. 

Contemplados así sus datos, ahora podremos “ver” nosotros (casi con la misma intensidad con la que generalmente se ha visto la vida de los pueblos de la Meseta de Anáhuac), una buena parte de lo que pasó en esta porción del Occidente de lo que hoy es México durante los primeros 80 años de aquel siglo demoledor y transformador. 

En los párrafos que siguen trataré de resumir los testimonios que aún faltan, y nos servirán para comprender mejor algunos aspectos relacionados con lo que ya hemos referido aquí, pero antes de acometer dicha tarea, me gustaría indicar a los lectores que tomen en cuenta el dato de que aun cuando la mayoría de esos ancianos nunca se conocieron entre sí, sus pueblos formaron parte de la región que circunda a los Volcanes de Colima; dando como consecuencia que al conocer nosotros sus testimonios y verlos en conjunto, podamos tener alguna certeza sobre las particularidades y las generalidades de sus pueblos, y observar cada uno de esos testimonios como valiosas piezas de un rompecabezas histórico de nuestro entorno regional, que se había perdido.

Aclaro, sin embargo, que no todas las relaciones derivadas de aquellas entrevistas se conservan o han sido descubiertas. Y afirmo que las que han sido publicadas, o son muy poco conocidas hasta por los historiadores profesionales, o fueron relegadas por éstos como “fuentes secundarias” y se olvidaron de ellas. Pero recalco también que no son tan poquitas ni tan insignificantes como uno se pudiera imaginar. Dato que expongo con cierta seguridad porque, tal y como lo expuse en otro capítulo, primero el profesor Genaro Hernández Corona me regaló tres tomos, y luego sucedió que por herencia indirecta del ya desaparecido padre Florentino Vázquez Lara, llegaron a mis libreros varios tomos más, de los que les presento, a manera de ejemplo, una fotografía anexa.

Reconozco asimismo que no he podido leer todas las relaciones, pero las que sí he leído me dieron una luz diferente para recorrer un camino que ya se había vuelto muy oscuro, y para elaborar algunas de las ideas que han ido apareciendo en estas páginas.

XIQUILPAN, PERIVAN, TARECUATO Y OTRAS. –

Ya para terminar (y respetando los nombres como en las relaciones vienen), sólo citaré unos cuantos párrafos más, que nos sirven para comprobar, una vez más, la realidad histórica de la guerra teco-tarasca, pero no sin dejar de señalar que, al igual que las relaciones de Maquili, Quacoman, Amole, Chilchotla, Zacatula y otras que ya comenté, las que expondré enseguida aportan una gran cantidad de datos coincidentes sobre el contexto geográfico, social, político y económico que prevaleció en la región a principios del siglo XVI.

Para no perdernos, sin embargo, entre tanta información, me concretaré a presentar un muy apretado extracto de las expresiones que sobre el tema de la guerra emitieron, primero, los ancianos de Xiquilpan, Perivan y Tarecuato y, después, los que emitieron los viejos de Tamazula, Tuchpan y Zapotlan. Pueblos que durante la época prehispánica estuvieron ligados directa o indirectamente con los michoaques, y que ya en los primeros años del virreinato formaron parte de los usuales recorridos que se hacían por el Camino Real de Colima y sus ramales.

Iniciaré con los testimonios de los viejos de “Xiquilpan y su partido”: La relación en este caso está fechada el 1° de junio de 1579, fue conducida por el corregidor Francisco de Medinilla Alvarado y redactada por el escribano Gonzalo Hernández, quienes sin explicitar cabalmente los nombres de sus entrevistados, sí indicaron que a dicho pueblo lo fundó, por mandato del mismísimo Cazonci, “don Francisco Nochtli, indio principal, natural del pueblo de Amula”, aproximadamente unos “nueve años antes de la conquista española” (que ahí fue en 1522), “con mil y doscientos indios”. Dato singularísimo que nos da señal de que, a su regreso a Tzintzúntzan, el Cazonci llevaba un gran contingente de tributarios de los que acababa de conquistar en Amole y los pueblos de la zona lacustre del actual Sur de Jalisco, con el propósito de volver a poblar ciertas áreas ya deshabitadas de sus antiguos dominios.

La misma relación explica, sin embargo, que para junio de 1579 ya sólo quedaban “como cien indios tributarios” a causa “de las muchas enfermedades que ha habido”, en especial una que les pegó en apenas tres años antes, que produjo una gran mortandad en toda la Nueva España.

El escribano confirma que “en tiempos de su gentilidad”, los habitantes de Xiquilpan estaban sujetos al Cazonci, quien los forzaba a tener “guerra con los indios de la Provincia de Amula y otros pueblos”, guiados por “un capitán que (les) enviaba desde Pátzcuaro”. Aunque “otras veces salía con ellos (a pelear) el dicho Nochtli”.

Un dato muy interesante dice: “(los de) Xiquilpan hablan y entienden la lengua mexicana; (pero) tienen otra, que se dice zayulteca, que es la natural de ellos”, aunque “hay otros que hablan la lengua tarasca”. 

Ubicado no muy lejos de ahí, por el lado sur, en la colindancia con Jalisco, está el municipio de Peribán, Mich., y, palabras más, palabras menos, los viejos de este pueblo señalaron lo mismo que los anteriores en cuanto a la sujeción al Cazonci y sus peleas forzadas contra los pueblos de Ávalos. 

Igual sucedió con los de Tarecuato, quienes sin embargo precisaron que a ellos los forzaba a pelear contra “los indios de Teocuitatlan, Tzaqualco y otros pueblos” de esa misma región. Siendo el primero aquél cuyo suelo estaba “lleno de puntas de flechas”, según lo refirió Juan Rulfo en la conferencia que sobre la Guerra del Salitre dio en la Universidad de Colima en diciembre de 1983, y siendo el segundo otro pueblo ribereño situado en la orilla de la laguna del mismo nombre. 

Esta es una muestra de las “relaciones” de las que tanto hemos venido hablando.

“TUCHPAN Y SU PARTIDO”. –

OJO: De conformidad con diversos documentos que en el Archivo Histórico del Municipio de Colima existen, y que quien quiera consultarlos puede ver, fue justo en lo que hoy es el centro de la capital del estado, en donde estuvo al menos hasta 1526, un pueblo al que indistintamente se le denominaba Tochpan, Tuchpan o Tuspa, y que, desde su etimología náhuatl, significaba “lugar de conejos”.

No voy a meterme en el brete de explicar cómo fue que los conquistadores españoles los expulsaron de allí, para quedarse con el bello sitio, pero citaré para ustedes lo que escribió en su libro “El Tuxpan de Jalisco”, el muy reconocido etnólogo y antropólogo José Lameiras Ochoa, quien junto con don Luis González y González fundó (y luego dirigió) el Colegio de Michoacán. 

De conformidad con lo anotado en “La Suma de Visitas”, libro cuyos apuntes datan del siglo XVI – Lameiras dijo que ese Tuxpan se formó, mediante una concentración de población mexicana …  “a consecuencia de la fundación de la segunda Villa de Colima”. Y, aparte de unos pocos nativos que pertenecían a las ya casi extintas tribus de “tiam” y “cochin”, “la mayor parte de la gente son nahuales”.

Dejo su cita hasta aquí, y me permito aclarar que, aun cuando la fundación de Tochpan en su nuevo sitio se realizó a instancias de fray Juan de Padilla hacia 1533, los informantes que participaron en la entrevista correspondiente NO SUPIERON EXPLICAR CÓMO Y CUÁNDO SE FUNDÓ. Y sobre la guerra sólo comentaron lo que habían oído decir en el sentido de que el Cazonci tuvo sujetos a los “tiam” y a los “cochin” que habitaban el área ANTES DE QUE SE FUNDARA ESA TOCHPAN, y los obligó, asimismo, a “tener guerras con la provincia de Colima”.

Don Domingo de Xerez, que fue el escribano enviado por “el alcalde mayor” para escribir esta relación, iniciada el 20 de febrero de 1580, no mencionó, lamentablemente, los nombres de ninguno de sus informantes, pero explica que se pasó algún tiempo “inquiriendo” entre “los españoles antiguos” en esta tierra “y los viejos y naturales de dichos pueblos” para saber qué era lo que había pasado antes, y cómo vivían, etc. 

Colateralmente, en la “Relación de Zapotlan” (que hoy es nada menos que Ciudad Guzmán, Jal.), la respuesta a la pregunta 15 dice que “se gobernaban por un principal que ponía el rey de Mechuacan, al que obedecían y servían y daban de comer” … y que “Y que tenían guerras con los de Colima y Ahuatlan y Autlan y Cuzalapa, y Tenamastlan, y Ameca e Itzatlan y el Agualulco y otros pueblos comarcanos”. Y tocante a su lengua dijeron que en el pueblo había gentes que hablaban tres lenguas muy diferentes: la michoacana, la zayulteca, la zapoteca (o zapotlaneca), pero que “en lo general” todos ellos hablaban “lengua nahual o mexicana”. 

Con muy similares palabras, pero quitando unos pueblos y agregando otros, don Domingo mencionó que los informantes de Tamazula le dijeron que antiguamente: “se gobernaban por un principal desta provincia que se llamaba Acatl, el cual era del consentimiento del Cazonci de Mechoacan, y que le hacían sus sementeras y obedecían en todo. Y que tenían guerras con los de Colima y Autlan e Itzatlan y Tlajomulco y otros pueblos comarcanos”. Señalando igualmente que su lengua era “mexicana”.

Al ver estos resecos lugares entre Atoyac y Zacoalco se antoja difícil creer que allí se hubiese producido sal. Y sin embargo hay varios antiguos documentos que así lo dicen.

LA SAL ENTRE 1579 Y 1581. –

Al llegar a este punto no creo que haya algún lector que pueda negar la historicidad de la guerra teco-tarasca. Pero refiriéndonos al mote que recibió como “la Guerra del Salitre”, les confieso que en el cuestionario de 1577 hay otros dos planteamientos que, desde mi perspectiva, nos podrían servir para dilucidar algunas de las dudas que seguramente tendrán los lectores que hayan llegado hasta aquí. Pero me concentraré en la sal, que según eso fue el motivo de la guerra. 

Sobre este tema, del que por lo regular se habla en el punto número 30 de las relaciones mencionadas, la Instrucción que redactó el Real Consejo de Indias dice: “(Indaguen) si hay salinas en el dicho pueblo, o cerca de él, o de dónde se proveen de sal, y de todas las otras cosas que tuvieren para el mantenimiento o vestido”:

Indagación sobre la que una vez recibida la respuesta de los viejos de Zapotitlan, el escribano anotó: “Provéense de sal los naturales de aquí en Colima, donde hay cantidad de sal junto al mar… (y) de algodón de Comala, que es de la dicha provincia de Colima, (como a) siete u ocho leguas de aquí”.

Los de Tuxcacuesco “dijeron que esta cabecera y sus sujetos se proveen de sal de la Villa de Colima y de la Villa de Purificación”, cerca de las que “hay salinas”. Y casi lo mismo dijeron los de Cuzalapa, quienes agregaron que desde Colima llevaban también “algodón para su vestir”. 

Los de Chilchotla precisaron que no había salinas en sus tierras, y que la sal que utilizaban ellos y los demás pueblos de los alrededores era “la sal de mar que se trae en acarreto de la Villa y Provincia de Colima”.

De todas aquellas históricas salinas, la mayoría sigue permaneciendo, activa, en Colima, produciendo (como ésta de Cuyutlán) verdaderas montañas de sal cada año.

Los de Acámbaro, en cambio, dijeron: “La sal que han menester la compran en un pueblo llamado Araro, que es a dos leguas de dicha cabecera”.

Todo eso mientras que en “La Relación de Pátzcuaro” está curiosa y enigmáticamente omitida la respuesta número 30, tal vez porque don Juan Puruata no quiso revelar ese secreto, o tal vez porque le dio vergüenza no contar con ninguna salina de su propiedad. Y algo parecido aconteció en la “Relación de Quacomán”, donde aparecen omitidas las preguntas 29 y 30.

Pero a diferencia de los anteriores, los de Alimanci (o Aliman) de la Provincia de Motines de Colima, declararon que “en el referido pueblo de Epatlan, tienen salinas, y que el día de hoy usan de hacer allí sal que aprovechan y la venden para sustentarse”. Dicen que era muy trabajoso extraerla “de la tierra” y “de la arena de la playa de la mar”, pero que con lo que conseguían de su venta lograban comprar su vestido y otros mantenimientos.

Igualmente, en la “Relación de Xiquilpan” se lee: “En este pueblo no hay salinas; proveénse de sal los naturales, de la que traen de Colima, que es a veinte leguas deste dicho pueblo, y de la provincia de Ávalos, que serán quince leguas”. Tarecuato, por su parte, se surtía de sal “de Colima”. Peribán y Chocandira se surtían, en cambio, “de Chilatlan”, que, según Peter Herhard, era un pueblito vecino de Aliman, dependiente de Tepalcatepec.

Una excepción fue, en ese sentido, la manera en que recogían la sal los habitantes de Zacatula, puesto que según su decir, la recogían sin gran trabajo de dos lagunas relativamente cercanas a las que, habiendo entrado “el agua de la mar en tiempos de lluvias”, luego que se cerraban las bocas de las lagunas en tiempo de secas, se cuajaba la sal “en algunas partes de ellas”, siendo de dos calidades distintas, dado que la sal de la laguna de Azuchitlan era “muy granada y blanca” y de buen sabor; en la de Xolochucan “no era tan gruesa como la otra, pero era buena sal”.

Y, ya, por último, cabe señalar que los habitantes de Tochpan, tal vez por una añeja costumbre, o por simple añoranza, se surtían igual “de la provincia de Colima”. En tanto que los de Zapotlan preferían comprarla en las salinas “de Atoyaque y Sayula, que son pueblos de la Provincia de Ávalos”. Y los de Tamazula la conseguían, junto con el algodón, también de Colima.

Las opciones para conseguir la sal en esta región eran muchas, pues, y la mayoría estaban concentradas en Colima. Pero ¿justificaba esto realizar una guerra en forma?

Eso lo tendremos que ver en el próximo capítulo.

“La Relación de Zapotlán” (hoy Ciudad Guzmán) habla, precisamente, de que los naturales de la región adquirían sal en Atoyac y en Sayula.

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