ESTACIÓN SUFRAGIO

RECHAZO DE LAS BASES

ADALBERTO CARVAJAL

La inclusión de Omar García Harfuch en la lista de aspirantes a la candidatura de Morena al gobierno de Ciudad de México no fue bien recibida por la base del movimiento. Ni siquiera ser el favorito de Claudia Sheinbaum contribuye a la aceptación, por parte de la militancia, del exsecretario de Seguridad Ciudadana capitalino.

Contraria es la actitud de los potenciales electores que no se identifican con Morena. Y ni hablar de los medios de comunicación corporativos, que presentan al apuesto policía como el mejor perfil.

La reacción de los duros ha sido tan adversa que se antoja difícil que la aspiración de Omar sobreviva al proceso interno. Es Clara, dicen los morenistas de cepa.

Sin embargo, como la encuesta será a población abierta y las clases medias capitalinas han mostrado en sondeos previos su simpatía por Harfuch, el problema para el partido es explicar por qué Omar no debe ser coordinador de los comités para la Defensa de la 4T en Ciudad de México. Y si no lo postulan, problema mayor será mantenerlo en la órbita de Sheinbaum, libre de la tentación de ser candidato por otra fuerza política.

Más allá de su perfil policial, el resquemor de la izquierda social con Omar García es que su nombre aparece mencionado en los expedientes de Ayotzinapa. Por eso, en el interés por aprovechar la popularidad del aspirante, la 4T hace malabares discursivos.

Andrés Manuel López Obrador lo defendió en la mañanera del jueves 28 de septiembre, diciendo que, pese a haber asistido como representante de la Policía Federal a las reuniones de seguridad tras el plagio de los 43, eso no significa que haya participado en la desaparición forzada. Decir eso fue más que una cortesía política, pues es sabido que García Harfuch no cuenta con el aval del presidente.

También Sheinbaum le dio un espaldarazo al precisar que Omar Hadid sólo estuvo en dos de esas reuniones. Tras lo cual descartó que el exsecretario le genere una imagen negativa a la 4T.

AS TO THE ALIBI DEFENCE

Con todo, las disculpas de los máximos dirigentes del movimiento apenas compensaron el efecto de la “lampareada” –como dijo Julio Astillero– que le dio a Harfuch el subsecretario de Derechos Humanos de la Segob, Alejandro Encinas, en la presentación del informe Iguala.

Omar García aclararía en un tour de medios que, cuando ocurrió la desaparición de los normalistas, él no era delegado de la PF sino comisario de la Gendarmería –un cuerpo de la entonces Policía Federal que hacía labores de vigilancia, mas no de inteligencia.

E insistió que las reuniones a las que asistió fueron para coordinar acciones de búsqueda de los jóvenes, no esas otras de alto nivel en las que Encinas documentó que estuvo presente Peña Nieto, y en donde se habría acordado tanto esconder el crimen como construir la famosa “verdad histórica”.

Como presidente de la comisión de la Verdad, Encinas avaló la no participación de Harfuch en un crimen de Estado que se dio en dos etapas: la primera, cuando agentes de instituciones públicas ejercieron acciones contra los normalistas; y, la segunda, cuando altas esferas del gobierno planearon cómo distorsionar los hechos.

Por participar en los distintos momentos del crimen, ya hay detenidos: tropas y oficiales del Ejército por los delitos ocurridos en la primera parte de la trama; y el ex procurador general de la República, Jesús Murillo Karam, por formular “la verdad histórica”. Seguimos a la espera de que Israel extradite a Tomás Zerón, el entonces director de la Agencia de Investigación Criminal (AIC) que “sembró” evidencias de la supuesta incineración de cuerpos en el basurero de Cocula.

No obstante, a los periodistas que han venido sosteniendo la incongruencia de que un partido de izquierda postule a García Harfuch no les convence la coartada que dio para la noche de Iguala: estaba de comisión en Michoacán. Como sea, dicen, que haya sido ajeno a la tragedia no es consecuente con el impulso que tuvo la carrera de Omar después de Ayotzinapa: sustituyó nada menos que a Tomás Zerón como comisionado de la AIC, dos meses después que su antecesor dimitiera.

POLICÍA BUENO, ¿GOBERNANTE..?

A muchos morenistas no gusta el perfil de García Harfuch, pero es innegable que en la Ciudad de México dio resultados como policía. Tras sufrir un atentado que reivindicó el Cártel Jalisco, el secretario invirtió su rol de víctima y fue perseguidor implacable de grupos criminales asentados en la capital.

Con ello, elevó la percepción de seguridad de la ciudadanía. Pero terminó fortaleciendo la narrativa simplista de que “abrazos, no balazos”, explica la política de seguridad de la 4T. Los reaccionarios, así los llama el presidente, han venido diciendo que como AMLO prometió atender prioritariamente las causas y no los efectos de la violencia, la delincuencia organizada astutamente tomó esa estrategia de pacificación como derecho a la impunidad.

Aun cuando la inseguridad es un problema muy sentido, el desafío de Morena es hacer entender a los simpatizantes de Omar que, si bien García Harfuch puede ser buen policía, no necesariamente resultaría tan buen gobernante como Clara Brugada.

¿MILITARIZACIÓN?

En la tradición priista, el dedazo favorecía al cuadro que mejor respondiera al problema más sentido de la coyuntura electoral: si el problema era político, sería un político; si era económico, un economista. En esa lógica, Omar tendría que acreditar que es un servidor público de amplio espectro, un “todo terreno” de la política.

Para un gobernante como AMLO que ha cedido tareas administrativas a marinos y militares, sería difícil negarle a un funcionario con una carrera tan especializada como la policial la oportunidad de incursionar en otras áreas de la gestión pública.

El presidente hizo secretaria de Seguridad a una periodista: Rosa Icela Rodríguez. Y nos ha recordado con incontables nombramientos que en las fuerzas armadas también existen especialistas en administración (no otra cosa es el mentado diplomado en Estado Mayor).

Sin embargo, aunque García Harfuch ha vestido uniforme, no tiene formación castrense. Y para gobernar la CDMX, además de una cadena de mando tendría que contar con un equipo de profesionales en administración pública y gobernanza.

Lo que nos lleva a una pregunta crucial: ¿cuál es el grupo que llegaría con García Harfuch al poder ejecutivo de la capital?

Dado que su abuelo Marcelino García Barragán fue secretario de la Defensa, muchos sospechan que el Ejército aportaría personal para hacer fuerte al eventual jefe de Gobierno. Y esta posibilidad inquieta a quienes se han manifestado en contra de la militarización de la vida pública, entendida como la presencia constante y recurrente de elementos formados en la milicia en tareas que no son propias de las fuerzas armadas.

Los mismos que se movilizaron para que la antigua Policía Federal se convirtiera en una Guardia Civil y no en esta Guardia Nacional cuya base fueron los batallones de la Policía Militar y la Policía Naval, protestan ahora ante la posibilidad de que un nieto del Ejército sea gobernante civil.

La participación política de los militares fue común en los años de la posrevolución. En Colima fueron gobernadores el coronel Pedro Torres Ortiz (1939-1943) y el general Jesús González Lugo (1949-1955). Y, por mencionar sólo a dos estados, el abuelo de García Harfuch fue gobernador de Jalisco (1943-1947). En Estados Unidos supone una ventaja electoral haber combatido en alguna guerra. Pero, en el México contemporáneo, damos por hecho que el avance democrático implica excluir de la clase política a los miembros de las fuerzas armadas.

PARTE DE GUERRA

Para desgracia del nieto, el paso de García Barragán por la Sedena está manchado por la infamia. En la versión de la izquierda que se hizo hegemónica (desplazando a la historia oficial que hablaban de una conspiración comunista para derrocar al gobierno de Díaz Ordaz), la noche de Tlatelolco fue un acto de terrorismo de Estado a cargo del Ejército.

Sin embargo, el Parte de Guerra que –por instrucciones de Javier García Paniagua– Javier García Morales (hermano de Omar) entregó a la muerte de su padre al director de Proceso, Julio Scherer García, para que lo publicara como libro (en coautoría con Carlos Monsiváis), libera al general secretario Marcelino García Barragán de la responsabilidad de ordenar abrir fuego a los estudiantes reunidos en la Plaza de las Tres Culturas la noche del 2 de octubre de 1968. Y traslada esa autoría intelectual al entonces jefe del Estado Mayor Presidencial, Luis Gutiérrez Oropeza.

Esa es la reinterpretación que hizo suya López Obrador hace unos días, en una declaración que no gustó a la izquierda y que, para colmo, les sirve para golpear al presidente a esos que habrían acusado de comunista a Andrés Manuel de sostener lo contrario, y que nada más por jugarle las contras al mandatario hubieran reivindicado a Gustavo Díaz Ordaz quien, hasta el final de su vida, sostuvo que salvó al país con esa masacre.

Es verdad que hay un espíritu de cuerpo en el Ejército. Lo vimos tras la detención del general Cienfuegos en Estados Unidos y a medida que se van revelando los misterios de Ayotzinapa, pero el corporativismo militar en torno a García Harfuch no parece tan fuerte como se manifestó en el apoyo a candidatos presidenciales disidentes, como el general Miguel Henríquez Guzmán en 1952 y Cuauhtémoc Cárdenas, hijo del general Lázaro Cárdenas del Río, en 1988.

Más temible es el respaldo que pudiera recibir el aspirante a Jefe de Gobierno por parte de lo que el periodista Francisco Cruz llama “la hermandad policial”, la mafia con charola que antes y después de Arturo ‘El Negro’ Durazo tuvo como misión controlar a la delincuencia común en la CDMX y no necesariamente combatirla.

Con esa calaña de agentes operó Javier García Paniagua (padre de Omar) como director de la Dirección Federal de Seguridad (la policía política) a finales del sexenio de José López Portillo y, luego, a finales del gobierno de Miguel de la Madrid, como secretario de Protección y Vialidad del Distrito Federal.

Aunque la mayoría de esos policías ya murieron o pasaron a retiro, ¿traería el eventual Jefe de Gobierno a los herederos de esa cultura represiva para ocupar cargos de responsabilidad?

LOS PADRINOS MÁGICOS

No es un misterio que la fortaleza de García Harfuch como precandidato se debe a su viabilidad de triunfo electoral. Las encuestas le dan una ventaja a Morena, por lo que la nominación de Clara Brugada no supone el riesgo de que se acorte esa distancia sobre la oposición. Aunque podría ocurrir si los intereses que se han decantado a favor de Omar deciden operar en contra de la izquierda.

Esos intereses son lo mismo organizaciones populares que se mantuvieron fieles al PRD y le jugaron sucio a Morena en 2021, dividiendo electoralmente a la CDMX; que los grandes medios de comunicación decididos a montarse en la presumible victoria de García Harfuch, para imponerle la agenda bajo el supuesto de que Omar les deberá la elección.

Entre esos medios destaca Televisa, la cadena que mantiene desde hace años a la actriz María Sorté, madre de Omar, como protagonista de sus telenovelas. En este momento está al aire en horario nocturno Vencer la culpa, una historia donde ella es la heroína madura de una franquicia de Rosy Orozco que presenta, como personajes estelares, a parejas de todas edades.

Con TV Azteca los lazos de García Harfuch son menos conocidos, pero la prensa de corazón registró en su oportunidad el romance de Omar con Ninfa Salinas Sada (hija de Ricardo Salinas Pliego). El político se niega a hablar de su vida personal, pero sabemos que la relación existía en 2021 cuando la revista Quién registró que ambos son divorciados, tienen hijos de sus matrimonios anteriores y no tienen planes de boda.

De estar vigente el romance, la pareja sentimental de García Harfuch debe tener mucha inteligencia emocional como para no sentirse celosa ante el evidente “pegue” que tiene Omar con las mujeres. Y ese el principal defecto de la anteprecampaña: estar centrada en los atributos físicos del aspirante, en la imagen que proyecta.

Lo hacen, quizá, para eludir el incómodo tema de su trabajo en los aparatos de seguridad de Calderón (a las órdenes indirectas de Genaro García Luna) y Peña Nieto; lo hacen, tal vez, para acallar los señalamientos a su abuelo por el tema del 68, a su padre por la guerra sucia o a su hermano por los motivos que sean, pero que llevaron a su asesinato en Guadalajara.

OMAR NO ES MARCELO

¿Sobrevivirá la aspiración de García Harfuch a la contienda interna?

¿Se impondrá el pragmatismo electoral a la pureza ideológica?

¿Hará valer el bastón de mando Claudia Sheinbaum por sobre las objeciones del todavía líder moral de la 4T, López Obrador?

¿Están jugando ambos dirigentes con las emociones de los duros de Morena, recorriendo el proyecto nacional hacia el centro con un perfil como el de Omar, para moderar los ímpetus de una base partidista que está pidiendo más izquierda?

Era difícil para los órganos electorales de Morena negar a García Harfuch el registro para participar en un proceso interno cuya decisión se tomará con base en encuestas, especialmente cuando Omar llegó en promedio 10 puntos arriba de su más cercana competidora, Clara Brugada, y lo doble respecto a figuras emergentes como Hugo López-Gatell, lo mismo en mediciones de conocimiento que de aceptación.

La izquierda social esperaba que, por acuerdo político, Omar se bajara de la contienda. Pero, de aquí a que se levante la encuesta, todavía Brugada podría alcanzar a García Harfuch. Especialmente si se ponderan los resultados, es factible que Clara termine puntera.

Mas para apoyar su precandidatura, habrá que redoblar la campaña que reconoce sus éxitos como alcaldesa de Iztapalapa. Ahí ejerció Brugada un mandato paradigmático de lo que la ciudadanía espera de un gobierno de izquierda. Pero, sin duda, mucho la beneficiaría que se le proyecte como la favorita de López Obrador.

Huelga decir que a García Harfuch se le ha comparado con Marcelo Ebrard, pero la gran diferencia es que Omar sí acredita una ventaja en los estudios de opinión pública. En caso de que la decisión no le favorezca, ya veremos si el galante policía acepta como premio de consolación la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana en el gabinete de Sheinbaum.

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